La presencia de reclusos convertidos en fieles de las iglesias evangélicas en las cárceles fue cubierta por los medios masivos mientras los números de este grupo de feligreses crecían, aunque el tema fue dejándose de lado con el paso del tiempo ya que los llamados pabellones evangélicos pasaron a ser algo común.
Dos sociólogos,
Rodolfo Brardinelli y Joaquín Algranti, se ocuparon del fenómeno trabajando en un proyecto de investigación desarrollado en la
Universidad Nacional de Quilmes.
El estudio se ha convertido en el libro “La re-invención religiosa del encierro” (ed. C.C. de la Cooperación)
y tiene como centro de su estudio el sistema penitenciario de la provincia de Buenos Aires, donde una tercera parte del total de los reclusos es miembro de diferentes denominaciones pentecostales.
Según los autores, los presos están abiertos a escuchar y ser escuchados, muy lejos de aquellas imágenes que los retratan como personas hurañas e impenetrables.
Existían trabajos anteriores en los cuales explicaban el crecimiento evangélico en las prisiones como producto de estados de alienación y manipulación. “Nos intrigó el fenómeno y nos fuimos metiendo porque era una realidad que no conocíamos lo suficiente. También quisimos desmitificar esa especie de vulgata aceptada de que el pentecostalismo en la cárcel era una solución. Un refugio dentro de un mar de violencia y guerras internas que el periodismo estatuyó”.
Para agosto de 2011, unos 814 pastores estaban registrados y autorizados para visitar el sistema carcelario (además de presos que han abrazado la fe evangélica y se convierten en “pastores presos”), a lo hay que añadir oficiales pentecostales.
En la actualidad y según datos del Ministerio de Justicia y Seguridad bonaerense, 9.000 presos –un 33 por ciento– son nominalmente evangélicos pentecostales.
La relación entre los pastores y los capellanes católicos según los autores es de cierta competencia. “En el caso de los católicos, están mucho más institucionalizados. En cambio, el pentecostal es un modelo de liderazgo emergente que tiene relación con lo que les pasa a los presos y hay una lucha por la institucionalización de esa realidad”.
La pregunta sobre el número de reincidentes en el delito tras el alta carcelaria es importante.
Para los pastores consultados en el libro, el porcentaje de presos evangélicos reincidentes tras salir de la cárcel no supera el cinco por ciento.
La otra duda se centra en si los presos continúan yendo a la iglesia cuando salen a la calle, pero ese dato no existe, aunque en teoría deberían contactar con el pastor de su barrio para ser acogidos en su nueva vida.
MASIFICACIÓN CARCELARIA Y NECESIDAD ESPIRITUAL
Desde 1996 y hasta 2011 la población carcelaria pasó de 5.000 a 27.861 –de los cuales unos 2.000 estaban alojados en comisarías– en un sistema de sólo 15.500 plazas que cumplían con la pauta métrica de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El aumento del número de detenidos en la provincia coincidió con la disminución de su edad.
En ese contexto,
los pastores evangélicos ya sea externos o miembros del servicio de prisiones vieron aumentar su tarea desde mediados de los años ’80 y en la década siguiente.
“
La particularidad que tienen los presos evangélicos es que no rompen, no se amotinan, no maltratan a las autoridades, no les faltan el respeto, están limpitos, cuidando su puesto de trabajo, toman cursos en los talleres, van a la escuela”, aseguró un oficial penitenciario en el libro.
Por ello las organizaciones evangélicas y los agentes del sistema, aceptaron que muchos de sus pabellones estuvieran regidos por líderes de fe evangélica, que influyeron a su vez en que se fuesen convirtiendo a su fe uno a uno un número creciente de internos. Su tarea en el mundo carcelario intervino sobre la estructura institucional, sobre los mecanismos formales e informales de poder y sobre pautas de relación social internas.
ORDEN EN MEDIO DEL CAOS
Rodolfo Brardinelli: –Desde una mirada institucional, puede decirse que en un ámbito caótico, superpoblado y descontrolado como es la cárcel hoy, los presos de fe evangélica (mayoritariamente pentecostales) brindan un espacio de autogestión, orden y control.
Siempre hubo los llamados pabellones de autodisciplina, de presos que no necesitan ser controlados diariamente, pero son pocos.
Dentro de los pabellones evangélicos los pastores ponen en práctica diversas formas de trabajo: estrategias de supervivencia, el conservar la salud y la vida, las soluciones espirituales, el lenguaje religioso, las capacidades expresivas, los procesos de liderazgo y la circulación de recursos.
Pero una cosa es estar convencido y otra muy distinta estar convertido, y eso lo saben los propios presos y pastores, ya que hay de todo en los pabellones evangélicos y así son aceptados siempre que se sometan al orden y normas del pabellón.
“Yo no estoy convertido, porque yo fumo, tengo mente podrida. Convertido estás cuando uno deja esas cosas, vas a la iglesia, deja las vanidades, cuando dejás todas las cosas que vos querés, las cosas carnales”, testimonió un preso. “No hay una sola forma de ser evangélico –explica Algranti–. Una manera de pertenecer es renegociando muchas de las reglas. Hay distintos grados de pertenencia, los que se comprometen completamente y los que las negocian”.
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