En definición de la Unesco, memoria histórica es un concepto historiográfico que viene a designar el esfuerzo consciente de los grupos humanos por entroncar con el pasado, valorándolo y tratándolo con especial respeto.
En España, la llamada memoria histórica va unida a muertos de ambos bandos que fueron asesinados o desaparecidos hace más de 70 años, en aquél malaventurado período de la guerra civil. Hoy existe en nuestro país una Asociación para la recuperación de la memoria histórica. Surgió a raíz de la exhumación de una fosa en octubre de 2000 en la localidad leonesa de Prianza del Bierzo. El 31 de octubre de 2007 el Congreso aprobó una Ley de Memoria Histórica.
Bien. Si el corazón es la última cosa que se desprende de la tierra, la memoria es lo último que debe desprenderse del corazón, en frase de Dumas. Y la memoria dicta la historia.
En esta Memoria Histórica tan llevada y traída por los políticos contamos también nosotros, los protestantes españoles. O deberíamos contar. De nuestra historia queda poca memoria.Apenas unas lastimosas páginas en cuatro o cinco libros. Hemos perdido o nunca hemos tenido conciencia histórica. Y sólo el conocimiento del pasado puede marcar la velocidad y la fuerza del movimiento protestante en España.
Este libro de Máximo está escrito con objetividad y rigor, como tiene por norma en toda su literatura. Es historia y es biografía. La biografía es un primer plano de la historia. La historia no es otra cosa que la biografía de los hombres y mujeres que la protagonizaron.
Nuestro protestantismo está falto de libros como este, muy falto de ambas cosas, de sacar a luz su historia, grande o pequeña, y de retratar las vidas de las personas que la hicieron posible.
Cuando José María Martínez escribe el prólogo a su libro LA ESPAÑA EVANGÉLICA DE AYER Y DE HOY, libro de puntuación diez, afirma que ideó la obra después de haber constatado “la existencia de una gran ignorancia respecto a las raíces históricas de los diferentes grupos que hoy componen el protestantismo español. Más de una vez –prosigue- he tenido la impresión de que algunos creyentes ven su propia congregación y el templo en que se reúne como si éstos hubiesen descendido del cielo pocos días antes de que en su seno conocieran ellos el Evangelio. Poco o nada saben de sus antecedentes históricos”.
Tampoco somos muy dados a recordarlos quienes escribimos en las letras protestantes. Somos perezosos. La investigación histórica requiere un tiempo del que no disponemos. Eso decimos. No es posible tratar la historia como la novela. Esta se puede escribir casi sin levantar el trasero del asiento. De corrida. La historia, por el contrario, exige idas y venidas, entrevistas, acumulación de datos, interpretaciones imparciales, horas y horas de buscar y rebuscar, averiguar, escudriñar, inquirir.
La pintura ofrecida por Máximo García sobre el azaroso trabajo de quienes recorrieron los caminos de España presentando la Biblia al pueblo, aquellos abnegados colportores, supone una magnífica y necesaria contribución a un aspecto importante de nuestra historia.José Luis Andavert, director general de la Sociedad Bíblica en España, así lo explica en el prólogo a la obra de Máximo: “Con este libro –escribe- se rinde un justo homenaje a quienes –en algún caso a riesgo de su propia integridad física- no tenían ningún temor de dar testimonio de su fe, de llevar la Biblia, venderla o regalarla, explicarla y proclamarla, pues todo su deseo era que las personas encontraran a la Persona, Jesucristo, como Señor y Salvador de sus vidas”.
Máximo pone ejemplar cuidado en explicar a las nuevas generaciones la figura del colportor. “Entre los cristianos evangélicos –escribe- un colportor es un hombre en cuya alma brilla la luz divina y que, conociendo el valor de las cosas del Espíritu, ha dedicado su vida a esparcir el Libro que por excelencia trata de las cosas celestiales…. La vida de viajes que lleva el colportor nos hace recordar los itinerarios de los apóstoles en los primeros días del cristianismo; le vemos trabajando en las calles de las grandes ciudades, cruzando los encumbrados montes a lomo de mula, atravesando las llanuras ardientes, consumido por un anhelo de esparcir las noticias benéficas del Evangelio”.
La figura de éste hombre ha desaparecido. No hay ya colportores entre nosotros. Hemos sustituido los caminos por los mapas electrónicos, las mulas por las computadoras, las malas posadas por cómodas oficinas, el trabajo de persona a persona por un ejército de secretarias que copian, imprimen y envían pulsando una tecla de internet.
Así nos va a todos. Malas puñalás nos den.
En 31 capítulos cortos y 4 epílogos Máximo García ofrece una abultada antología de aquellos hombres y mujeres, casi todos olvidados.Sus historias cortan la respiración y hielan la sangre en las venas. El corazón palpita de dolor por sus vidas sacrificadas y a la vez de agradecimiento por el legado que nos dejaron.
El crítico literario, embobado al finalizar la lectura de una buena obra, suele decir: “Este es un libro que hay que leer”.
Pues bien. No sólo leer. Yo abogo porque las iglesias compren ejemplares de LA BIBLIA PERSEGUIDA y regalen uno a cada miembro, o familia, o faciliten la venta rebajando el precio hasta donde puedan. El presupuesto de la Iglesia local no podrá hacer mejor inversión: Despertar en sus miembros la conciencia por nuestra Memoria Histórica y documentarles sobre esta gloriosa página del protestantismo español.
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