¿Te imaginas el escenario y los protagonistas? Es de suponer que entre ángeles de Dios y ángeles caídos no hay tan buen rollo. Pero si lo hubiera, puede que se pareciese a esto.
A menudo, cuando nos encontramos ante una situación límite, los cristianos tendemos a acordarnos especialmente de cierto personaje: Satanás, el “príncipe del mundo”, y sus secuaces. Empezamos a sobrevalorarle y le damos más poder del que en verdad tiene. El susodicho "príncipe del mundo" se convierte en rey y señor de nuestro universo, arrastrándonos a su antojo, riéndose de nuestra impotencia. Estamos a su merced, solo cabe esperar a que pase la tormenta. Mientras tanto, con Dios tendemos a hacer todo lo contrario, le quitamos poder ya que, visto lo visto… Como mucho, nos aferramos a la misma respuesta de siempre: "hay que esperar". Y a todo esto, nos olvidamos por completo del tercer implicado en la trama, el protagonista principal de la historia: nosotros mismos.
¡Vaya responsabilidad! Pues ahora prepárate para algo todavía más deprimente: Dios es responsable de todas tus desgracias, sean del tipo que sean. El apóstol Santiago, si está leyendo esto, se estará mordiendo la lengua: “¿Pero no dejé bien claro que las tentaciones no vienen de Dios? Vuélvete a leer el versículo 13 del primer capítulo de mi libro”. Muy bien, Santiago, de acuerdo, pero entonces pregúntale a tu amigo Pablo por qué afirma que Dios no nos permitirá ser tentados más de lo que podamos soportar. De acuerdo que las tentaciones no vienen de Dios, pero ¿no es él quien las permite y las autoriza? Eso le convierte también en responsable.
Jesús dijo a Pedro: “Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lucas 22:31). Le faltó decir: “Y yo se lo he permitido, aunque… (leer versículo 32)”. Pongamos por caso que el ángel caído asignado a tu causa sabe que quizá no pueda apartarte de la salvación, pero sí evitar que des todo el fruto que Dios desea obtener de ti. Tiene un fichero lleno de propuestas para hacerte caer. Pero si somos hijos del Altísimo, el Espíritu Santo trabaja en nosotros como un “gatekeeper” personal, alguien que decide lo que entra y lo que no entra y en qué cantidad, tanto de las cosas malas como de las buenas.
Que Dios sea el culpable de todas nuestras desgracias no significa que sea él quien nos las traiga, pero sí quien las autoriza. Siempre hemos de ser conscientes que todo lo que nos pasa viene con la autorización sellada de nuestro Padre celestial. ¡Pero esta es la mejor noticia que podríamos recibir! Jesús nos lo dejó bien claro: Ningún pájaro cae sin el consentimiento del Padre, y nosotros valemos mucho más que un pájaro (Mateo 10: 29-31), así que “no temáis”. ¡No temáis! Para empezar, porque el mismo que lo permite nos dice que no hay prueba o tentación que no podamos soportar y superar, porque con nosotros está aquel que superó lo más difícil de todo, el precio de nuestro pecado, e irá con nosotros “hasta el fin del mundo”. Y para continuar, porque nuestra perspectiva de las cosas comparada con la de Dios, traducido al lenguaje fotográfico, no llega ni al primerísimo primer plano. Donde nosotros solo vemos desierto, él ve tierra nueva donde enviar su lluvia (Joel 2:22,23).
Eso sí, separados de él nada podemos hacer (Juan 15:5). Pero, fíjate quién es el que actúa en esa frase. Jesús podría decir: “Separados de mí, nada puedo hacer yo por vosotros”. Pero no, dice “nada podéis hacer”. Él está ahí y te dará lo que te haga falta, pero la ficha la mueves tú y, a no ser que te lo ordene claramente, no hay que esperar a nada ni a nadie porque al que esperan es a ti.
En resumen. Aunque los males no vengan de Dios, no nos engañemos, sí que los permite, y ¿por qué? Porque confía en nosotros, porque sabe muy bien que lo que ha permitido lo podemos superar siempre que nos agarremos a Jesús, y porque sabe que cuando lo superemos le veremos a Él, a nosotros mismos y a la vida en sí con otros ojos, con una mejor perspectiva. Así que, la próxima vez que veas la tormenta acercarse, esboza una sonrisa y piensa en la confianza que el Padre que te creó debe tener en ti para dejarte pasar por la tormenta y saber que aun así seguirás con él cuando termine.
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