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Daño colateral (Parte II)

Noel Navas
AUTOR Noel Navas 30 DE AGOSTO DE 2014 22:00 h

Efectos inesperados del movimiento de adoración.

La vez pasada hablamos del primer daño colateral que, en mi opinión, dejó el movimiento de adoración. Hablamos de la híper expresividad corporal; sin embargo, antes de seguir planteando algunos daños más quiero aclararle que no estoy señalando a ninguna persona o ministerio como el culpable de todo esto. Como implícitamente lo afirma la expresión “daño colateral”, es un daño inesperado, algo accidental. No es que alguien planificó que cayéramos en estos baches, sino que simplemente sucedieron paralelo al gran despertar musical de los 90´s y que en los últimos años hemos estado viendo.

2. La sobre valoración del performance

Performance (se pronuncia: performans) es la puesta en escena de las artes en una reunión en vivo. Sea un concierto o un show de cualquier índole, si involucra música, canto, teatro, etc. y conlleva estética, fluidez y buen desenvolvimiento, seguramente estamos hablando de un excelente performance. A grandes rasgos “performance” tiene que ver con que todo lo que aparezca sobre una plataforma se vea y se oiga bien.

El tsunami de conciertos de los máximos exponentes de la música cristiana y las puestas en escena de los grandes congresos de alabanza durante los 90´s cautivó la mente de quienes solo habíamos visto escenarios similares en los eventos que pasaban por la televisión. Las plataformas eran tan vistosas, tan llamativas y tan magnas que sin querer comenzamos a creer que debíamos trasladar ese tipo de montajes dentro de nuestros templos. Al punto que en la actualidad algunos han llegado a creer si una iglesia no tiene tecnología de punta, excelente iluminación y equipos de sonidos de vanguardia se está en nada. Recientemente un amigo me relató lo sorprendido que quedó al escuchar a un director de alabanza de mi país decir: “Mirá Fulano, si hacemos sentir bien a la gente y le damos un buen show espiritual, ellos volverán cada semana a nuestras reuniones”.

El performance, como muchas cosas en la vida, no es malo en sí mismo. ¡Ojala todas la iglesias tuvieran los recursos para darle vistosidad a sus plataformas! El problema estriba en el corazón humano que cree que las luces, las pantallas y la tecnología son suficientes para tener un ministerio de alabanza efectivo y hasta una reunión de adoración trascendente.

Hace unos años fui tallerista en un congreso de alabanza donde Danilo Montero sería uno de los oradores principales, por lo que una mañana que revisaba mis correos en el lobby del hotel, Danilo bajó a desayunar y al encontrarme en el camino me dijo: “Oye, ¿desayunamos?” Inmediatamente cerré mi computadora y me senté a la mesa con él y algunos de su banda.

Entre todo lo que hablamos salió a colación el tema de los equipos de alabanza y Danilo hizo alusión al performance de Hillsong: “Mira, los equipos de alabanza quieren ser como Hillsong, pero ellos no saben que detrás de la puesta en escena de Hillsong, sus reuniones y conciertos, hay todo un departamento de alabanza en la iglesia que se encarga de pastorear y discipular a los músicos y cantantes sobre temas de orgullo, envida, vida de oración, etc.”

Es decir, la gente quiere imitar el performance, pero no lo que hay detrás de este. Como dije antes, yo no estoy en contra de la iluminación, la tecnología y los escenarios. En mi opinión entre más excelentes sean, ¡mejor! Pero si solo acompañamos nuestras reuniones de adoración de apariencia y no de profundidad, hemos perdido el camino.

Detrás de ministerios como los de Marcos Witt, Jesús Adrián Romero, Marco Barrientos, Danilo Montero y muchos más, hubo cientos de horas discipulado, oración y preparación espiritual que al final se vieron reflejados en las reuniones o conciertos que brindaron. Todo lo que usted y yo vimos fue fantástico, pero eso apenas fue la punta del iceberg.

Seguramente lo ha oído antes, pero se afirma que la punta de un iceberg es solamente el 10% de su masa, no es el todo. El 90% está sumergido en el agua y es lo que sostiene ese 10% visible. Si usted quiere véalo así: Cuando vaya a algún concierto de los grandes ministerios que usted admira, digamos: Hillsong, usted estará viendo el 10% de lo que ellos son. El 90% se produce debajo de las plataformas en sus vidas privadas de oración y comunión con la Palabra, en sus iglesias locales bajo el fiel pastoreo de líderes que les aman y en sus hogares donde esposa, hijos y familia les rodean la mayor parte del tiempo.

Lamentablemente algo que el movimiento de adoración contemporánea nos dejó como daño colateral fue la creencia que lo más importante que en una reunión sucede sobre el escenario, no detrás. Por eso, cuando asistíamos muchos nos dejábamos seducir por las luces, el sonido y las multitudes, y decíamos: “¡Wow! ¡Algún día me gustaría ser como ellos!” o “¡Wow! ¡Algún día me gustaría estar allí!”, sin la más mínima intención de servir bajo una autoridad pastoral, ser formados en carácter por medio de amigos a quienes rendirles cuentas o una vida devocional sólida.

Como dije en la serie de artículos que tituléEl tabernáculo de Davidy que publiqué en mi blog: “Nuestro problema como músicos es que hacemos las cosas al revés. Nos dejamos seducir por el performance y no por las horas de oración que hay detrás de este. Nos enfocamos solo en lo que vemos y no en lo que no vemos. Nos comemos la cáscara pensando que es el fruto y tiramos el fruto de adentro sin siquiera probarlo”.

3. La subvaloración de la iglesia local

El ministerio musical itinerante en el que los máximos exponentes de la adoración congregacional en Latinoamérica se vieron involucrados estableció un modelo de ministerio para muchos cantantes y músicos que comenzaron a surgir. Estos oyeron hablar a sus cantantes o agrupaciones favoritas de sus agendas apretadas, viajes al extranjero y países por visitar, que sin querer creyeron que éxito ministerial equivalía a giras y conciertos por las ciudades del mundo.

Una vez escuché a un cantante muy famoso asegurar que había participado de 200 noches de adoración durante un solo año, lo cual a muchos de nosotros nos hacía preguntar: “Si viaja tanto, ¿cuándo se congrega en la iglesia a la que dice pertenecer?” Obviamente la respuesta era: Casi nunca.

Quienes conocimos el tipo de agenda de estos ministerios asumimos que si el cantante o la agrupación “x” se la pasaba viajando, casi no se congregaba y aun así Dios les usaba tanto, entonces, ¿qué habría de malo en imitarlos sin importar desvincularnos de nuestra iglesia local?

Cuando entrevisté a Coalo Zamorano para La Aventura de Componer él dijo algo muy interesante que comenzó a pasar en su vida producto de salir a ministrar tantas veces:

“Antes de saber que me iba a ir a vivir a Houston yo había decidido reconectarme con mi congregación en México. ¿Por qué? Porque comencé a viajar mucho y como tú sabes, cuando te invitan a ministrar lo hacen los fines de semana. Así que comencé a ausentarme mucho de mi iglesia y muy rara vez iba los domingos. Francamente eso me desconectó. Aquí entre paréntesis: cuando tú te desconectas de la iglesia local es peligroso. Pierdes la perspectiva de las cosas. Llegas a comparar y hasta creer que todo debería ser como un concierto donde la gente brinca y grita. Lo que me pasó a mi es que comencé a criticar a la iglesia, a despreciar a la iglesia. Yo decía: “¡Qué aburrida esta gente de aquí! ¡Si supieran que en mis conciertos la gente brinca y salta!” Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando me detuve y dije: “No, esto está mal. Yo necesito reconectarme con mi iglesia”

Mi amigo Fernando Solares, productor de algunos discos de Danilo Montero, me contó que cuando formó parte de su banda una vez salió de su casa un 2 de Enero y regresó hasta inicios del mes de Abril. Me dijo: “Llegué a viajar tanto que me desconecté de mis amigos. Ellos ya no me buscaban porque sabían que siempre andaba fuera”.

Interesantemente Danilo Montero dijo algo relacionado a este tema durante el último Retiro Internacional de Adoración de 2005: “Creo que muchos que hemos dirigido adoración y que hemos viajado mucho deberíamos pedirles perdón a los equipos de alabanza por haberles dado la impresión que lo mejor del ministerio era viajar y hacer conciertos, y sin querer les dimos a entender que no era importante echar raíces en una iglesia local”.

Lo curioso de todo es que a inicios y mediados del 2000 personajes como Marcos Witt, Jesús Adrián Romero, Danilo Montero, Marcos Vidal, Héctor y Heriberto Hermosillo (de Torre Fuerte), Marco Barrientos, entre otros más, se concentraron en el pastorado, estableciéndose como líderes eclesiales y moderando sus viajes debido a la importancia que la iglesia local llegó a tener en sus vidas.

En mi opinión, que hayan tomado semejante decisión me parece fantástico; sin embargo, tengo la impresión que el mensaje: “¡La iglesia local es importante!” que comenzaron a predicarnos con sus ejemplos aún no ha calado en el corazón de muchos ministerios musicales en la actualidad. ¿Por qué? Porque al interactuar con cantantes y músicos a través del blog y en los congresos de alabanza que participo muchos me comentan que su mayor sueño en la vida es irse de sus iglesias a ministrar a las naciones. Pareciera ser que la meta de sus vidas y lo que les dará estatus como ministros de alabanza es viajar y no ser fieles a sus congregaciones. Jamás en mi vida he oído decir a un cantante: “¡Mi sueño es servir fielmente en la iglesia local el resto de mi vida!”

Y ojo, no es que esté mal salir e ir a bendecir las naciones. El problema estriba en salir desmedidamente y perder el vínculo de unión con una autoridad pastoral que vele por nuestra salud espiritual y una comunidad de fe que nos acompañe en nuestro crecimiento en el Señor.
 

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