Queremos vivir en la nube de internet junto a las estrellas en vez de vivir en la tierra, con nuestra verdadera comunidad, junto a las personas.
¿Quién no se ha conmovido ante la noticia de un atropello en vía pública? Sabemos que nuestro frágil cuerpo no es capaz de soportar un vehículo de gran peso avanzando a toda velocidad. Resulta mucho más chocante cuando nos informan que el atropello no ha sido casual sino totalmente intencional. Nos llenamos indignación ¿quién es capaz de efectuar semejante barbaridad? Deseo invitarte a reflexionar si estamos cometiendo una barbaridad similar en las comunidades cristianas en latinoamérica.
La gran accesibilidad a la información y contenidos a través de internet ha permitido que muchos, en su mayoría jóvenes, entren en contacto y conozcan diferentes ministerios y congregaciones alrededor del mundo. Esto les ha llevado, consciente o inconscientemente, a construir cierta imagen de “comunidad ideal”, un modelo que parece ser robusto pero que se desea implantar con total impaciencia y a toda velocidad, ignorando todo atropello.No digo que sea malo imitar lo bueno que se pueda hallar en los demás, sólo deseo recordar que
Jesucristo es el centro y fundamento de nuestras comunidades y no nuestras grandiosas expectativas o ideas pues, como dijo Bonhoeffer, “
quien prefiere el propio sueño a la realidad se convierte en un destructor de la comunidad, por más honestas, serias y sinceras que seansus intenciones personales“[1].
Algunos han decidido vivir en una especie de comunidad paralela. Observan a grandes predicadores, leen a destacados académicos y participan de profundos debates a través de la web y sienten que ese es su verdadero hogar. Luego pisan sus iglesias y miran con desdén al predicador y sienten que sus hermanos en nada le aportan por no estar a la altura de sus conocimientos. ¿Pueden ver qué está sucediendo? Queriendo ser ricos y pensando que nuestras inversiones van en alza lo único que ha crecido es nuestra identidad idólatra, nuestro ego y orgullo, mientras que verdaderamente estamos empobreciéndonos al despreciar lo más valioso que tenemos: a Jesús y su pueblo. Al parecer hemos olvidado que “
las relaciones son críticas para la vida y la salud y son una medida primaria de riqueza”[2]
.Anhelando aprenderlo todo de manera independiente para luego presumirlo ante los demás hemos acallado la exhortación de Pablo que nos pide “
[que]puedan comprender, junto con todos los santos”[3]. Pero esta falta de estima hacia nuestras comunidades es tan sólo un síntoma de un corazón que no comprende que Dios nos manda a vivir en la vida real y no en nuestras quimeras.
Queremos vivir en la nube de internet junto a las estrellas en vez de vivir en la tierra, con nuestra verdadera comunidad, junto a las personas.
La idea de comunidad ideal nos invita a escapar y vivir hoy en un cielo imaginario construido por nuestros deseos egoístas, habitado por justos que no necesitan arrepentimiento. Por esto es necesario decir que Dios nunca va a obrar en nuestra corrompida imaginación, pues Dios desea restaurar el desastre real, consolar el dolor real y redimir un mundo real que verdaderamente está caído. No hay nada de retórico en el Evangelio pues
“Jesús murió como unSalvador real para pecadores reales”[4].
El atropello desconsiderado hacia nuestras comunidades no puede ser sencillamente justificado con una cruzada de purificación doctrinal o la implantación de un sueño ministerial. Debemos aceptar la realidad de nuestro contexto ya que sólo así aprenderemos a amar al pueblo de Dios y reconocer que lo valioso son las personas, antes que nuestros sueños.
Aterricemos de una vez por todas ya que
“quien huye del mundo no encuentra a Dios. Sólo encuentra otro mundo, el suyo, mejor, más bello y más apacible, un «trasmundo», pero nunca el mundo de Dios que irrumpe en éste. El que huye de la tierra para encontrar a Dios, sólo se encuentra a sí mismo“[5]. No dejemos el corazón fuera de nuestras comunidades, puede que creyendo estar ganando lo perdamos todo, más bien entremos en la realidad del plan redentor de Dios.
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[1] Darrow Miller, Discipulando Naciones (Editorial JUCUM, 2001).
[2] Dietrich Bonhoeffer, Vida en comunidad (Ediciones Sígueme, Salamanca, 2003), pág. 19
[3] Efesios 3:18 (Nueva Versión Internacional)
[4] Charles Spurgeon, La Chequera del banco de la fe, 10 abril.
[5] Dietrich Bonhoeffer, Creer y vivir “Venga tu reino” (EdicionesSígueme, Salamanca, 1971).
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