En una película de acción, en el momento más álgido de la batalla siempre se escuchará música vibrante, intensa, que nos haga sentir la tensión de la pelea e incluso nos incite a posicionarnos en uno u otro bando. En un centro comercial, también escucharemos música, en esta ocasión será distinta dependiendo de si la intención es que compremos más rápido o por el contrario, nos detengamos más en mirar los distintos artículos que el sitio nos ofrece.
Acompáñame ahora, piensa en un domingo por la mañana, el sonido se eleva, la música es cada vez más intensa, los corazones se sincronizan con el ritmo y se consigue que los oyentes se posicionen como receptores de un mensaje. Se consigue que afloren las sensaciones, y que las emociones fluctúen rápidamente, vayan de una explosión de adoración y júbilo, al más recogido quebranto, en cuestión de minutos. La música, por tanto, es o debería ser una herramienta para facilitarnos la adoración y la alabanza.
Para cuando esto termina, ya estamos preparados para el tiempo del mensaje. En este momento se da paso a la palabra de Dios y el predicador expone lo que Dios le ha mostrado para su pueblo en esa mañana. La música se detiene, nos sentamos y escuchamos solamente la voz del comunicador del mensaje ¿no? Quizá no, no últimamente, el mensaje comienza pero la música sigue, esta vez al ritmo del mensaje. Como si la palabra de Dios no tuviese poder en sí misma, la revestimos con sonido para ¿darle fuerza? O para facilitar lo que se debe sentir a lo largo del sermón. Las palabras se hacen cada vez más difíciles de entender, los gritos de énfasis se confunden entre acordes de emoción y mientras unos se dejan llevar por la música a otros les abruma tal cantidad de ruido, otros comienzan a imitar a los que tiene al lado sin entender bien el porqué. Pero acaso ¿no era el tiempo del mensaje?, ¿acaso la Palabra no tiene poder suficiente para hacernos sentir, o pensar, llorar o reír, por sí sola?
Confundimos tiempo de alabanza con el que debería estar reservado para la predicación. Todo se mezcla en un tumulto de ruido y emociones. Vivimos en una generación que busca cada vez más sentir todo el tiempo y necesita estímulos, todo rápido, todo basado en emociones. Mal cimiento si lo que buscamos es consolidar nuestra fe en Dios. No podemos confundir creer con sentir, porque siempre creeremos lo mismo pero no siempre sentiremos igual. Si basamos nuestra fe en emociones, convertiremos nuestra relación con Dios en una montaña rusa. Estaremos muy cerca de Él un día y al siguiente muy alejados.
Puede que con estas líneas pienses que estoy en contra de la alabanza en las iglesias o que deberíamos volver a los himnos clásicos, pero he de decirte que si piensas esto no he sabido explicarme bien. Solo pretendo que reflexiones conmigo sobre que hay tiempo para todo y que si nosotros como jóvenes buscamos una excesiva estimulación todo el tiempo, convivimos con una generación que nos precede que puede ver ruido en lo que nosotros consideramos acompañamiento musical. Debemos aprender a separar tiempos y a tener en cuenta todas las opiniones. Es bueno que como jóvenes tiremos del carro, pero debemos subir a él a los que ya no pueden seguir nuestro ritmo, porque somos una comunidad con un objetivo común.
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