Los cristianos hemos lanzado una maldición sobre todo tipo de placeres, sin embargo, una mirada más profunda nos puede ayudar a descubrir que el placer ha sido creado por Dios, nos ayuda a disfrutar de la vida y es un puente de contacto con la cultura postmoderna.
Este artículo vino a mi mente después de hacer varias de las cosas que más placer me producen. Estuve corriendo durante una hora por una playa inaccesible cerca de Barcelona, la ciudad donde vivo. Su inaccesibilidad hace que esté prácticamente desierta. Después de correr me bañé y me tumbé un rato para tomar el sol y disfrutar del mar. Mientras indulgentemente gozaba de esa combinación de experiencias tan placenteras comencé a pensar acerca del placer y qué pocos cristianos conozco que tengan la capacidad de gozar de la vida, algo tan importante en la cultura postmoderna.
Ciertamente la búsqueda del placer es una de las características de la postmodernidad. El postmoderno busca el placer y huye del dolor. Sin embargo, ¿Es malo el placer por definición? La perspectiva popular evangélica hace que el placer, en el mejor de los casos, sea visto de manera sospechosa, escrutado, examinado y mirado detenidamente con lupa. En el peor de los casos, el placer es considerado como algo negativo e intrínsecamente malo. Esto es aún más cierto si los placeres están relacionados con el cuerpo.
Pero ¿Es esto cierto? ¿Es esta la perspectiva bíblica? Y, si no lo es, entonces ¿De dónde nos han venido estas ideas? ¿Cómo han penetrado en nuestra visión del mundo? ¿Cuál sería una perspectiva cristiana adecuada?
Como tantas otras cosas que han perjudicado notablemente la fe cristiana esta visión negativa acerca del placer proviene de la filosofía griega que se infiltró y contaminó la comprensión bíblica de tantos y tantos temas.
En contraste con la visión hebrea del mundo que es integradora, la griega es dicótoma y dualista. Los griegos hacían una división irreconciliable entre la materia y el espíritu. La materia era mala por definición, nada de bueno se podía sacar de ella. El espíritu, contrariamente, era bueno por definición y en él residían todas las virtudes.
la materia era la prisión, la cárcel del espíritu. Como consecuencia de estos planteamientos el cuerpo, y todo lo relacionado con él, era considerado como algo malo y despreciable. Desprecio y rechazo tan radical del cuerpo por parte de la visión griega fue el responsable de muchas de las herejías de los primeros años de la Iglesia cristiana, como por ejemplo el docetismo.
Los docetistas negaban radicalmente la humanidad de Jesús. Si la materia y, consecuentemente el cuerpo, eran malos ¿Cómo iba Dios a encarnarse y tomar forma humana? Para ellos era algo inconcebible, algo que iba más allá de su capacidad de comprensión y procesamiento. No podían hacer otra cosa sino negar la posibilidad de un Dios humano, por tanto, Jesús “parecía ser” “pretendía ser” pero, en ningún caso fue un auténtico ser humano. Huelga decir que las Escrituras afirman totalmente lo contrario, véase si no Juan 1:10-14 y Filipenses 2 entre muchos otros pasajes.
Con un cuerpo que es percibido como malo es normal y natural que todo lo que se relaciona con él, como ya hemos dicho anteriormente, sea también, por extensión, considerado malo y aquí es donde el placer, y de forma muy especial todo el vinculado con el cuerpo como la comida, la bebida y el sexo, sea considerado como algo despreciable y malvado. Pero, volvemos a repetir la misma cuestión ¿Es bíblica toda esta perspectiva? Veamos que dice la Escritura.
Vayamos en primer lugar al libro de Génesis. En el capítulo 1 versículo 31 se nos indica que tras acabar su creación Dios afirmó que todo lo que había hecho era bueno. Es importante recordar y afirmar el carácter benigno de la creación. Todo lo creado por el Señor es bueno por definición. Otra cosa diferente sería el uso y el contexto de lo creado por Dios, pero nada creado por Él es malo.
Si aceptamos esta verdad bíblica podemos entender que el placer ha sido creado por Dios y como el resto de las cosas creadas es bueno. Es Dios quien ha creado el orgasmo, por poner un ejemplo. Es el Señor quien ha diseñado nuestro cuerpo de tal manera que podamos dar y podamos recibir el increíble placer que genera la experiencia orgásmica. Es el propio Dios el que ha diseñado nuestros cuerpos con millones de terminaciones nerviosas que nos permiten, además del placer sexual, experimentar miles y miles de experiencias físicas, emocionales e intelectuales que nos producen diferentes tipos de sensaciones placenteras.
Por tanto, no tenemos el derecho de cuestionar el placer por sí mismo, sino más bien tendríamos que entrar a discutir acerca del uso del placer y el contexto en que las experiencias placenteras tengan lugar. Admitamos esto, pero admitamos también que no tenemos ningún derecho a condenar el placer ya que ha sido creado por Dios. C.S. Lewis, el famoso escritor cristiano dice al respecto en su libro Cristianismo y cultura:
No tengo ninguna duda que todo placer es un bien en sí mismo y el dolor es algo malvado en sí mismo; de lo contrario, toda la tradición cristiana acerca del cielo y el infierno y la pasión de nuestro Señor no tendría ningún significado. El placer, por tanto, es bueno; un placer “pecaminoso” significa que ese bien es ofrecido y aceptado bajo condiciones que implican un rompimiento de la ley moral.
Dicho con otras palabras, la maldad no está en las cosas sino en el uso que hacemos de las mismas.
Pero continuemos acercándonos a las Escrituras. El libro de Eclesiastés nos dice algo muy interesante, que la capacidad de disfrutar de la vida es un don que viene de Dios. ¿No lo crees? Haz una revisión de estos versículos 2:24-25; 3:13; 5:18; 9:7-8. ¡Profundo! El gozar de la vida y de todo aquello que ella nos da es algo que viene de Dios.
Estoy de acuerdo con esta afirmación de la Biblia. Hay millones de cristianos que parecen estar incapacitados para gozar y disfrutar la vida. Esta incapacidad no debe confundirse con la santidad. No hay nada de santo, por definición, en el ascetismo. Recordemos que algunas de las críticas más feroces lanzadas por Jesús fueron hacia aquellos que presumían de su ascetismo y la dureza de sus vidas.
Y hablando de Jesús, ¿Qué podemos aprender de Él? Jesús era alguien que supo disfrutar de la vida. Déjame compartir contigo algunas de las cosas que podemos aprender del Maestro.
El evangelio de Juan narra el primer milagro del ministerio público de Jesús. El Maestro, junto con su madre y sus discípulos se encuentran en una boda y, lamentablemente, se había acabado el vino. La fiesta estaba a punto de arruinarse ante la falta del líquido elemento y Maria le pide a Jesús que intervenga.
La objeción de Jesús no está relacionada con la situación sino con el tiempo adecuado. Dicho de otro modo, Jesús no tiene inconveniente, como vemos a continuación en salvar la fiesta, su protesta es acerca de si aquel era el momento oportuno para que Él manifestará su gloria.
María pasa por alto sus reticencias y pone las cosas en marcha y Jesús convierte el agua en vino y además, vino de la mejor calidad. No deja de ser llamativo que el primer milagro de Jesús parece ser de lo más trivial, e incluso a los ojos de los conservadores de lo más frívolo, producir vino, y vino de calidad, para que la gente pueda seguir gozando y disfrutando de la fiesta Dicho de otro modo, pueda experimentar placer. Un milagro hecho con un propósito simple, permitir que otros disfruten de la vida, gocen, se alegren, lo pasen bien. Puedes buscarle al milagro significados espirituales profundos y escondidos, pero no puedes negar lo evidente del mismo, Jesús bendice una celebración, con su presencia y supliendo el necesario vino.
Jesús tenía fama de ser un glotón y un bebedor. En el pasaje de Lucas 7:33 y ss. el Maestro contrasta su vida con la vida del Juan el Bautista, quien fue un auténtico asceta que, como indica la Biblia, se alimentaba de saltamontes y miel silvestre y vestía ropas ásperas. Jesús se hace eco de las críticas que se lanzaban hacia Él debido a su hábito de comer y beber. De hecho, muchas veces en los relatos de los evangelios nos encontramos a Jesús compartiendo mesa en comidas y cenas y, sin duda, las ocasiones allí narradas no debieron de ser las únicas.
¿Es escandaloso afirmar que Jesús sabía apreciar un buen perfume? En Juan 12 se nos narra el episodio de María derramando perfume sobre los pies del Maestro. Judas, nos indica que el valor del perfume era de 300 denarios. Sabemos que un denario era el equivalente del salario diario de una persona. Esto nos da una idea acerca de cuán costoso fue aquella fragancia que Jesús aceptó. Recordemos que no es el único episodio, podemos encontrar otro similar en el evangelio de Lucas 7: 37 y ss. Podríamos continuar pero es necesario acabar.
Necesitamos reivindicar el placer. Precisamos de una sana teología del placer que nos permita verlo, comprenderlo y valorarlo desde la perspectiva bíblica y no desde la cultura popular evangélica contaminada de filosofía griega. Necesitamos una teología del placer que haga del cristianismo una fe que no niega, sino que contrariamente, afirma la vida y el disfrute de la misma como un don de Dios. Necesitamos una teología del placer que nos permita redimirlo y santificarlo como algo bueno, creado por Dios para nuestro gozo y disfrute.
Si tenemos la capacidad de desarrollar esa sana teología del placer, haremos justicia a la enseñanza de la Escritura, abriremos nuevas dimensiones de la vida cristiana para los jóvenes con los que estamos trabajando y estableceremos puentes con la sociedad postmodernas que nos permitan compartir con ella una fe que afirma y disfruta de la vida ya que ¡quién no querrá conocer al Dios que diseñó el orgasmo! Nuestra incapacidad para desarrollar esa sana teología creará más y más problemas a nuestros jóvenes que verán la fe como una negación de la vida y del disfrute de la misma y nos alienará, innecesariamente, de la sociedad a la que queremos ganar y servir.
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