Decidió enviar a Jesucristo para adoptarnos como hijos suyos, pues así había pensado hacerlo desde un principio. Dios hizo todo eso para que lo alabemos por su grande y maravilloso amor. Gracias a su amor, nos dio la salvación por medio de su amado Hijo. Efesios 1:5,6 (LBLA)
“En estos oscuros y silenciosos años, Dios ha estado utilizando mi vida para un propósito que no conozco, pero un día lo entenderé y entonces estaré satisfecha…”. Con estas palabras expresó Helen Keller -ciega y sorda desde los dos años de edad por un problema serio de salud-, lo que fue el desafío de su vida. Sabía que Dios tenía con ella un propósito en mente, y se lanzó a cumplirlo. Ciertamente tuvo muchas limitaciones físicas, pero no se escondió tras ellas para no hacer nada, por eso, también dijo: “Soy sólo alguien, pero soy alguien. No puedo hacerlo todo, pero puedo hacer algo. Y no dejaré de hacer aquello que puedo hacer” En efecto, cuando Helen Keller murió en 1968 a los 87 años, dejó un legado de proezas para impulsar a los seres humanos a ser lo que Dios tuvo en mente que fueran. Por supuesto, no tenemos que compararnos con los demás, pero tampoco debemos pensar que no podemos hacer algo para cambiarnos a nosotros mismos y a este mundo. Si hacemos lo que está en nuestras manos, si nos detenemos un momento en la marcha de esta vida y planificamos, a la luz de la Palabra de Dios lo que seremos y lo que haremos en los próximos años, estoy convencido de que el mundo que nos rodea, y aun nosotros mismos, nos volveremos mejores. Nuestro éxito en la vida dependerá de que reconozcamos, y pongamos ciertos principios que no son posibles de violar, sin que paguemos por ello las consecuencias.
Escribiré, solamente, dos principios que me han ayudado. El primero: no nos detengamos a pensar de dónde venimos, ni tampoco las limitaciones de nuestro pasado, concentrémonos en nuestras posibilidades infinitas y hacia ellas apuntemos. Con esto en mente, repaso lo más rápido que pueda sólo algunos ejemplos de hombres que han hecho historia: Rousseau, unos de los filósofos que movió todo un continente, y varios siglos con sus teorías, fue hijo de un relojero; Esopo, cuyas fábulas todavía hoy se estudian y publican, fue un esclavo; David, un simple pastor de ovejas; Amós un rústico campesino; los apóstoles de JESÚS, simples pescadores; Cervantes, el padre de nuestro idioma, un soldado raso; Homero, el gran escritor de la antigüedad, un mendigo. Pues bien, echemos nada más una mirada a muchos de los hombres y mujeres de éxito que tenemos alrededor; reconoceremos a algunos de ellos y veremos y admiraremos hasta dónde han llegado; poco ha importado si nacieron en cuna de oro o no.
El Segundo: no nos sentemos a esperar que llegue la oportunidad –lo que algunos llaman la puerta abierta-; porque la verdad es que tenemos que crear ese momento. Muchas veces, tendremos que tocar y tocar, hasta que la puerta se abra. En vez de esperar que Dios mueva la montaña, pídele fuerzas para abrir un túnel; en vez de quejarte porque no aprendiste a nadar, construye un puente. No existe la casualidad sino la causalidad que hace que las cosas ocurran. Pues bien, la Palabra de Dios nos dice que ningún ser humano es un accidente en este mundo. Hemos sido diseñado en la mente de Dios, pues, Él dijo: Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. (Génesis 1:26 NVI). ¡Podemos hacer que el mundo que nos rodea se vuelva un poco más luminoso y más cálido! Puede que nuestra contribución no sea más que una gota en el vastísimo océano de la vida, pero tarde o temprano, no existiremos ni como gotas. Mientras tanto, ejerzamos influencia con lo que somos, pensamos y hacemos, puesto que hemos sido diseñados en la mente de Dios.
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