Soy un noctámbulo empedernido. Parece que mi capacidad mental se multiplica a partir de las doce de la noche…
Hace unos meses, en una de mis particulares veladas, me puse a ver la tele. Si alguna vez has hecho zapping de madrugada, sabrás que las mayores chorradas de nuestra sociedad aparecen en los canales de televisión en esta franja horaria: tarot, programas fraudulentos de “llama-y-gana”, culebrones baratos, prensa rosa… Pero esta vez Dios tenía preparado algo para mí; para hablarme, para confrontarme, para educarme.
Encontré algo interesante: estaban emitiendo un documental sobre capos de la mafia dedicados a la prostitución en España. Aparecían chicas en los polígonos, en sus “puestos de trabajo”. Las entrevistaban. Tenían la mirada perdida. Decían que estaban allí por decisión propia, pero lo decían mirando al suelo, con la boca muy pequeña. Con un tono entrecortado, detallaban el procedimiento de su penoso trabajo. Pretendían resultar tenaces, pero se las veía avergonzadas. Como privadas del brillo de sus ojos. Como apartadas del amor que necesitaban. Despojadas de su dignidad. Es horrible cómo el ser humano ha utilizado el sexo (algo creado por Dios como suprema muestra de amor entre un hombre y una mujer) para destruir vidas, para esclavizar almas, para comprar y vender personas. Resulta macabro el uso que hemos dado a una bendición creada por Dios. Algún día daremos cuentas ante Su Trono por esto.
Seguí viendo el reporte. Apareció una escena que sobrecogió mi alma; una grabación que me hizo sentir avergonzado de ser varón: se veía a una prostituta sentada en una cama, con los brazos cruzados, completamente desnuda, temblando de miedo. De pie, estaba un mafioso de unos dos metros de alto, con una musculatura extremadamente desarrollada. Gritaba como un energúmeno, la insultaba, la humillaba. Ella sólo miraba al suelo, no decía nada, no replicaba. Parecía concentrada en contener sus lágrimas. Entonces el hombre comenzó a golpearla. Con su mano abierta, le atizaba en la cabeza, con una fuerza tan grande que la chica se zarandeaba de un lado a otro. Cada uno de esos golpes me habría hecho perder el conocimiento si yo los recibiera. Cuando por fin se cansó de pegarle, se apartó de ella, de modo que la cámara captaba a la chica. Estaba despeinada, con el rostro lleno de lágrimas, asustada, indefensa…
Y entonces Dios habló a mi corazón con una claridad que aún hoy me hace temblar. Esto fue lo que me dijo:
“Esa mujer, a la que ahora ves humillada, es para mí una princesa. Yo quiero regalarle los vestidos más hermosos de la creación. Quiero llenarla de gozo. Quiero sanar sus heridas. La amo desde lo profundo de mi corazón, y anhelo una vida abundante para ella. Yo morí desangrado en una cruz por ella. Quiero que se sienta como lo que es para mí: una princesa”.
Y yo oré, y le dije al Señor: “Dios mío, te pido perdón como hombre. Porque los hombres hemos pecado contra Ti, y contra la maravillosa creación que Tú formaste para acompañarnos: la mujer.” Dios volvió a hablarme, y me dijo: “observa ahora a tu novia: Yo la he puesto a tu lado. Y, ¿sabes? Ella también es una princesa para Mí. Tienes la responsabilidad de hacer que se sienta como tal”. Me comprometí con Dios en esto, pero aún me dijo más cosas: “a Miriam la has escogido tú libremente; pero mira ahora a tu hermana y a tu madre: ellas ya estaban ahí cuando tú naciste. De igual modo, ellas son princesas ante mis ojos; y tú tienes el deber de hacer que se sientan así”. También he hecho un pacto con Dios en eso.
¿Qué hay de la iglesia? Pienso inevitablemente en Efesios 5:22 (“Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor”). Y me horroriza saber que hay hermanos en la fe que han utilizado este texto como pretexto para maltratar a sus mujeres (y no hablo necesariamente de maltrato físico). Os sorprendería la cantidad de veces que he escuchado a predicadores varones recordando a las hermanas desde el púlpito: “mujeres, tenéis que someteros a vuestros maridos”. Sin embargo, jamás he escuchado a una predicadora decir: “maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia”. Es como si ellas confiaran en que conocemos nuestra obligación; ni siquiera nos lo mencionan, tal vez porque confían en nosotros. No obstante, parece que los hombres queremos mantener intacta nuestra “soberanía”. No sé qué traducción de la Biblia utilizas, pero yo desde luego jamás he leído ninguna que diga “maridos, someted a vuestras mujeres”.
Varones cristianos: ¡sed hombres!, permitid que las mujeres examinen su conciencia delante de Dios, porque suficiente tenemos con el mandato que se nos ha dado. Tú, hombre, joven, varón, tienes bajo tu cuidado a verdaderas princesas hijas del Dios viviente. Y es tu obligación hacer que se sientan así.
Mamá, Carla, Miriam: he hecho un compromiso con Dios. Me he comprometido a trataros como a princesas. Os pido perdón si alguna vez os hice sentir lo contrario. Estáis en vuestro pleno derecho de replicarme si alguna vez rompo esta promesa. Sois princesas para Dios. Y sois princesas para mí.
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