Tengo una huerta en el jardín de mi casa. No es muy grande pero durante este año hemos podido producir casi toda la verdura que consumíamos y algo para regalar. Una de las cosas que me hacía ilusión cultivar eran tomates.
Me gustan los tomates. Pero los tomates normales, los que se compran en las tiendas y no son caros, esos son realmente malos. No me extraña que muchos digan que no les gustan los tomates si esos son los únicos que han probado. Pero
cuando un tomate lo sacas recién de la huerta y está maduro tiene una textura y dulzura única. Después de comer estos tomates no quiero volver a comer los tomates malos de las tiendas.
Esto es una pequeña idea de lo que Jesús quería decir a la mujer Samaritana. Él dijo “. . .el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás. . .” (Juan 4.14). Es una comparación muy tonta. No podemos comparar un tomate a la vida eterna. Pero la idea es que
cuando hemos probado la vida que Dios da no queremos ninguna otra cosa. La comida pierde su encanto, la tele nos parece una pérdida de tiempo, el deporte no nos llena, los amigos se quedan cortos.
No hay nada que satisface como la vida que da Jesús—vida eterna.
En el idioma original del nuevo testamento (griego) había varias palabras que traducimos como “vida” en castellano. Pero no todas querían decir lo mismo. La palabra “
bios” significa vida física. De “bios” sacamos palabras como biología en castellano. Pero la palabra que al castellano se traduce como “
vida eterna” es “zoe” en griego.
Vida eterna—Juan escribe bastante sobre
zoe (la vida eterna) en sus libros. En 1ª Juan 1.1 y 2 el explica que él y otros habían estado
con zoe. Dice que la vio con sus ojos, la tocó con las manos. De hecho convivió con la vida durante tres años.
Es vida que vino del cielo, del Padre y se les apareció a ellos los discípulos. Es decir es vida que no se encuentra en este mundo. Es vida que viene de otro sitio. Es zoe. Es escasa y es preciosa.
En una ocasión un hombre corrió a donde estaba Jesús y se cayó de rodillas ante Jesús. Le preguntó a Jesús, “
¿Qué tengo que hacer para tener zoe (vida eterna)?” Evidentemente este hombre había visto las grandes cosas que Jesús estaba haciendo y él deseaba tener algo de eso. Este hombre no le preguntó cómo ir al cielo. Como judío él entendía que tenía el cielo ganado. Su pregunta iba más allá. Éste hombre quería lo que veía en Jesús y en sus seguidores. Quería zoe.
Jesús le responde, “Tú sabes cuales son los mandamientos. . .” y se los cita.
El hombre le dice a Jesús, “Desde que yo era un niñito he guardado toda la ley.” La ley la conocía. Claramente tenía algún temor de Dios.
Dice que Jesús lo miró y lo amó. Le tenía cariño a este hombre y veía que realmente quería vida. Así qué le dice, “Una cosa te falta.
Vete y vende todo lo que tienes y regala el dinero a los pobres.
De esta forma tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.” La Biblia nos dice que este hombre se fue de donde estaba Jesús muy triste porque era un hombre rico.
Pienso que de ese momento en adelante nada era igual para este hombre. Todos sus juguetes de niño rico ya no le hacían la misma gracia. Su casa grande, su comida lujosa, su gran sillón, sus amigos—nada era igual que antes, nada le satisfacía. Él había probado de la vida y todo lo demás no tenía comparación. Más bien estaba triste.
Jesús puso el dedo justo en lo que impedía que fluyera la vida eterna en el hombre de este relato.
“Una cosa te falta.” Sólo con quitar esa cosa la vida hubiese fluido en este hombre.
Si Jesús estuviese a tu lado mientras lees estas palabras
¿qué te diría a ti? “Una cosa te falta. . .” ¿Qué es esa cosa?
Tienes la opción de dejar que su vida fluya en ti o te puedes marchar triste.
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