Salamanca… La ciudad universitaria por excelencia.
Me impresiona la cantidad de cultura que hay aquí: bibliotecas repletas de libros, conciertos de música clásica, recitales de poesía, ballet, pintura… ¡Y qué edificios! En mi vida había visto algo semejante a la Plaza de Anaya. Tengo la suerte de pasar casi todos los días por allí, y siempre me quedo con la boca abierta al ver la catedral y la facultad de filología.
Las calles están llenas de gente; si paseo durante cinco minutos puedo llegar a cruzarme con hasta tres grupos de turistas. El paisaje es tan castellano… Ese color amarillo tan característico, el Tormes fluyendo con tranquilidad, una planicie cuyo final la vista no logra alcanzar. Da la impresión de que el cielo está más cerca de la tierra.
Es un lugar maravilloso.
Pero, ¿sabes? Yo no soy de aquí. No estoy acostumbrado a esto. Salamanca es muy distinta a mi tierra…
Nací y crecí en un precioso valle al que alguien decidió llamar Ourense. Mi Ourense… Allá adonde mire veo montañas, de un verde tan espectacular que a veces oro diciendo: “
Señor, desde luego eres el mejor artista que he conocido jamás; ¡estas montañas son una obra maestra!”. El río Miño corre con una fuerza asombrosa bajo los preciosos puentes que lo atraviesan. Las gentes de Ourense derrochan tranquilidad, y sus calles son un remanso de paz que llena mi mente de recuerdos. A veces cojo el coche sólo para pasear por la ciudad escuchando música. Todos mis amigos me conocen por hablar siempre de “
lo maravillosa que es la ciudad de Ourense” y de “
lo fantástico que es vivir allí”.
Y es por esto que,
hace cosa de un año, me vi en Salamanca preguntándome a mí mismo: “
pero… ¿Qué rayos estoy haciendo aquí?”.
Estoy plenamente convencido de que
Dios me envió aquí para algo más que estudiar una carrera de la que posiblemente no pueda vivir el día de mañana. Si sólo se tratase de aprender hebreo, podría haber hecho un curso a distancia de esos que están tan de moda. Creo que Dios
tiene una misión preparada para mí en este lugar tan distinto a mi casa. Pero también creo que Dios no necesita de mí para llevar a cabo Su obra; si yo hubiese elegido quedarme en Ourense, el Señor habría llamado a otro para cumplirla. Esto me lleva a entender que
trabajar para el Reino de Dios es un privilegio incomparable que el Señor nos regala. Tengo delante de mí la mayor bendición a la que aspiro: levantarme bajo la bandera de Jesús y trabajar por conseguir la bendición que Él ha preparado para mi vida; aunque me encuentre lejos de mi tierra. Y ante eso, hago mía la oración de Isaías:
“heme aquí, Dios mío… ¡Envíame a mí!” (Is 6.8).
Y ¿qué hay de ti?
¿Estás lejos de casa? ¿O sigues viviendo en tu ciudad? Realmente no importa dónde estés; no lo dudes, el Dios de los Cielos y de la Tierra tiene un plan para tu vida, mucho más grande y fascinante de lo que te puedas llegar a imaginar. ¿No es increíble?
¡Pues no te quedes quieto! Apresúrate a conquistar el tesoro que el Señor tiene para ti.
Él será fiel en cumplir con su parte (Fil 1.6). Ponte en Sus manos y dile “
heme aquí, ¡envíame a mí!”.
Y puedo garantizarte que no volverás a ser el mismo.
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