Cuando yo era niño ya escuchaba la cantilena de siempre: la televisión era la nueva canguro electrónica. Por todas partes empezaban a surgir voces alertando a los padres, diciéndoles que
no deberían ceder a la tentación de dejar a sus hijos delante de la TV a cambio de unos ratos de “tranquilidad”. Que si “la TV no educa”, “se ve mucha violencia y cosas malas”, que “los padres deben ser responsables y educar a sus hijos y no dejarles a cargo del entretenimiento de una pantalla electrónica”, o que “la tele quita el tiempo de estudio”. Oí eso un montón de veces a lo largo de toda mi vida.
Hoy las pantallas electrónicas están ya por todas partes, delante de las narices de todos los niños, jóvenes y adultos de todo el mundo occidental y ya son parte de nuestra vida. No solo la tele: móviles, videojuegos, consolas y demás batiburrillo de aparatos. Cada uno se relaciona con ellas como quiere o como fue educado. Algunos son responsables – como todo en la vida – y otros no.
Por supuesto que siguen habiendo padres que usan las pantallas electrónicas con su poder hipnotizador como canguros de sus hijos.
¿Chupete? ¿Chupa-Chups? Que va, dale una DS y listo, adiós al pesado del niño. Es más: las familias medias han dejado que las pantallas ocupasen espacios importantes en la vida familiar y en el hogar, de manera que en gran medida sustituyen los diálogos, el tiempo de relación y el ocio común. Prefieren comer con la tele puesta antes que hablar entre sí, prefieren ver una peli juntos antes que dar un paseo juntos o jugar a algo entre todos. En los viajes en coche cada uno va con su monitor encendido delante, sustituyendo a las típicas cantorías, juegos y chistes. Hasta se fabrican ya los coches con monitores independientes – auriculares incluídos. Cada uno en su mundo, y que nadie moleste al otro.
Creo que eso es un problema, y que la responsabilidad por asumirlo como tal y resolverlo es de todos – no solo de los padres.
Veo en muchos de nuestros hogares – inclusive en los cristianos –que ya no son solo algunos padres los que dan lugar al canguro superduro, sino que también son los hijos – pequeños o creciditos – los que optan por esconderse o aislarse delante (o detrás) de una pantalla electrónica, ocupando un espacio que la cultura del siglo XXI les otorga, y que les lleva a una situación acomodada: la de restar espacio a sus padres y a su familia en sus vidas.
Y eso no está bien, ni desde una perspectiva humana, ni desde una perspectiva divina.
Con los padres hay que pasar tiempo. Hay que hablar con ellos. Conocerles. Escucharles. Contarles cosas, pedirles consejos. Oír acerca de sus experiencias de vida. Prestarles cuentas acerca de nuestras vidas. Orar con ellos. Pedir que te lean y te expliquen la Palabra. Y todo eso a los 14, 17, 21, 26 o aún a los 57 – que para disfrutar, honrar y compartir con tus padres y tu familia, no hay limites ni calendario.
Así que, si puedo dejar aquí una idea…
aparta unos momentos, apaga el ordenador, la tele y los videojuegos, guarda el móvil
y pasa tiempo con tus padres. Con calidad, hablando de verdad, riéndose – o llorando – juntos y haciendo juntos lo que os gusta hacer. Seguro que os irá bien. Abrazos a tod@s.
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