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Feminidad, Biblia e Historia: una invitación al diálogo en la iglesia

"Es a vosotros a quienes estoy hablando. Es a vosotros a quienes estoy pidiendo que escuchéis”, apela Beth Allison Barr a los evangélicos en su libro La construcción de la feminidad bíblica.

 

AUTOR 1057/Marina_Fernandez_Soto 31 DE MARZO DE 2025 19:40 h
Foto: [link] Vonecia Carswell [/link], Unsplash

En 1987, el Senado estadounidense declaró el mes de marzo como el Mes de la Historia de la Mujer, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo). Desde entonces, cada año, el presidente del país emite una proclamación oficial. La emitida este año se centra más en las políticas actuales de la Casa Blanca en cuestiones de género que en subrayar el papel de las mujeres en la historia. Aún así, llama especialmente la atención el subtono general del comunicado, que pone el énfasis en los valores familiares y domésticos asociados al género femenino.



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Aunque en España no sea tan destacada la celebración del Women’s History Month, la temática de este mes que cerramos hoy ofrece una buena oportunidad para hacer un repaso por la historia de las mujeres dentro del cristianismo y explorar más la construcción de esos valores, asociados con frecuencia a una “feminidad bíblica”.



 



‘La construcción de la feminidad bíblica’



Precisamente ese es el tema que Beth Allison Barr trata en su libro La construcción de la feminidad bíblica, originalmente publicado en inglés y traducido al español en julio de 2024 por la Editorial Clie. Barr obtuvo su Doctorado en Historia Medieval por la Universidad de Carolina del Norte. Su trayectoria incluye méritos tan importantes como la participación en numerosos congresos de Historia —entre ellos, la Conferencia de Fe e Historia, de la que fue presidenta—. Especializada en mujeres y religión en la Inglaterra del Medievo, es profesora en la Universidad de Baylor (Waco, Texas) y directora del departamento de Historia desde 2014.



 [photo_footer]Portada del libro de Beth Allison Barr[/photo_footer] 



Beth, cristiana evangélica, sintió la necesidad de conectar la realidad histórica que había estudiado de primera mano con la que se vive dentro de las iglesias. De ahí surge el tema de este libro, donde entremezcla el argumento principal con su propia experiencia dentro de la iglesia evangélica: rechazo de su autoridad, prohibiciones de enseñar cuestiones bíblicas por el hecho de ser mujer y un debate interno constante entre saber y enseñar la verdad y quedarse en silencio por miedo a las consecuencias. En una entrevista, explicó que se trata de un libro dirigido a la iglesia, no a una audiencia académica, y para ella “lo más natural al escribir para la iglesia era contar su testimonio”.



Parte de su testimonio es precisamente haber abandonado la congregación a la que pertenecía debido a su desacuerdo con la postura que tenían sobre el papel de las mujeres. “Aquel día me fui de mi iglesia, pero no me estaba marchando de la iglesia en sí. No me estaba rindiendo. Eso significaba que no podía seguir guardándome para mí aquello que sabía”, explica. “Este libro es para la gente en mi mundo evangélico”, continúa, “a las mujeres y hombres que sigo conociendo y amando. Es a vosotros a quienes estoy hablando. Es a vosotros a quienes os estoy pidiendo que me escuchéis”.[1]



Pero esto no hace que deje de ser un libro riguroso y fruto de la metodología propia de una investigación académica. La autora parte de las evidencias históricas que ha estudiado a lo largo de su carrera profesional para explicar cómo las estructuras sociales humanas se han revestido de un carácter bíblico para garantizar su mantenimiento. Tal como expresa el subtítulo de la obra, Barr analiza cómo se convirtió la subyugación de las mujeres en doctrina cristiana



 



El concepto de feminidad bíblica



Barr dedica las primeras páginas del libro a explicar el término que aparece en el título. “Las mujeres se someten, ayudan y responden, mientras que los maridos proveen, protegen e inician. Una mujer bíblica es una mujer sumisa”, comenta la autora, haciéndose eco de las enseñanzas de Elisabeth Elliot en su libro Déjame ser mujer: cartas a mi hija sobre el significado de la feminidad (1976).



Elliot era defensora del llamado complementarianismo, la postura que defiende la idea de que “mujeres y hombres fueron creados a imagen y semejanza de Dios, pero con diseños y roles diferentes, que se complementan el uno al otro”.[2] En opinión de Beth Allison Barr, esta teología “asegura defender una interpretación plana y natural de la Biblia, mientras que lo que realmente defiende es una interpretación que ha sido corrompida por nuestro deseo humano pecaminoso de dominar a otros y construir jerarquías de poder y opresión”.[3] Es esta la noción de "feminidad bíblica" que pretende derrumbar.



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“El patriarcado cristiano sigue siendo patriarcado”



“El patriarcado cristiano sigue siendo patriarcado”. Esta frase, que da título a uno de los subapartados del primer capítulo, podría sintetizar buena parte del libro. Barr analiza los momentos clave de la Historia del cristianismo y cómo el modelo humano del patriarcado ha moldeado la visión de la iglesia sobre la mujer desde sus inicios hasta nuestros días. Pero… ¿cuál es el origen de la desigualdad entre hombre y mujeres?



Almudena Hernando es una arqueóloga española, catedrática de la Universidad Complutense. Ha centrado sus investigaciones en torno a la construcción de las identidades y la arqueología de género. Basándose en las evidencias estudiadas, esta autora propone que este desequilibrio se fundamenta en la cuestión de la movilidad.



Como consecuencia del cambio genético conocido como “neotenia B”, el ser humano prolongó los tiempos de desarrollo, resultando en periodos de vida fetales e infantiles más largos en comparación con el resto de especies. Por este motivo, en un contexto de escasez de recursos, algunas mujeres —no todas, sino aquellas que estaban a cargo de bebés lactantes—, se quedaban en el hogar para cuidarlos, mientras que los hombres —y otras mujeres sin bebés a su cargo—, se marchaban en busca de esos recursos. Esta limitación de la movilidad de algunas mujeres aumentaba las posibilidades de supervivencia del grupo (tanto como conseguir aquellos recursos). Con el Neolítico y la fabricación de productos secundarios (leche, lana, cuero…), la especialización por sexos fue mayor. [4]



 “Cuanta más movilidad tenga una persona o un grupo humano, más grande será el mundo para ella y más capacidad de decisión tendrá que demostrar frente a él”, escribe Hernando.[5] Por tanto, aunque en origen el reparto de los roles respondía a la necesidad de que todos los miembros del grupo colaboraran para asegurar su supervivencia, la individualidad comenzó a definir la identidad de una parte del mismo. 



“Esos hombres comenzaban a encontrar seguridad en su propia capacidad de entender y controlar el mundo, por lo que su vinculación con el grupo dejaba de constituir el mecanismo de reafirmación y reforzamiento personal. El núcleo de su identidad pasaba, poco a poco, a residir en un “yo” encapsulado e interior”, argumenta Almudena.[6] El patriarcado sería esa fantasía de la individualidad, creada para negar y ocultar el vínculo con el grupo.[7]



Nada más terminar de leer el artículo de Hernando envié un mensaje a un buen amigo mío. “¿Soy yo o, si añades la palabra pecado, todo esto suena bastante cristiano?”, escribí. “Un poco”, me contestó.



[photo_footer]La historia de Adán y Eva: el exilio del paraíso, Jan Brueghel the Younger (1630)[/photo_footer] 



Cuando Dios le pregunta a Adán si ha tomado del árbol prohibido, este le responde: “la mujer que me diste por compañera me dio ese fruto y yo lo comí” (Gen 3:12). La culpa baila del hombre a la mujer y, en última instancia, a Dios y a su creación. La consecuencia de que el pecado entrara en nuestras vidas es la ruptura del orden bueno creado por Dios. Nuestra desobediencia transforma nuestras relaciones. La armonía original entre el ser humano, su creador y todo lo creado se resquebraja, inaugurando una lógica de separación, desconfianza y dominio.



Si seguimos la propuesta de Hernando, es posible llegar a pensar que, como consecuencia de esta ruptura, ciertos individuos (aquellos con una mayor movilidad) se olvidaron de su nexo con el grupo y pasaron a construir una identidad basada en la individualidad. En el fondo, esa individualidad no deja de ser, según la propuesta bíblica, fruto del pecado y de la separación del ser humano con Dios. 



Esta relación de ideas es la que pasó por mi mente, pero el libro de Hernando no está escrito desde una cosmovisión cristiana. Cuando lo leí, coincidiendo con mi lectura del libro de Barr, no podía dejar de pensar una cosa: ¿cómo es posible que personas ajenas a la fe sean capaces de reconocer tan claramente un mundo roto, mientras que algunos creyentes se esfuerzan por sacralizar esa ruptura?



 



El concepto de la domesticidad



La idea de una feminidad sumisa, sometida al varón, no ha sido solo defendida partiendo del texto bíblico. Desde Hipócrates (s. V-IV a.C.) y la teoría del “útero errante” hasta la “manosfera” que denuncia la miniserie Adolescencia en Netflix, todos esos discursos han buscado justificar e imponer la superioridad del hombre sobre la mujer.



Miriam Borham, cristiana evangélica y Doctora en Filología Inglesa, ha centrado su investigación en estudiar la literatura que se salía de este molde, especialmente en el siglo XVIII. Este siglo es conocido como “la era de la sensibilidad”, ya que enfatizó emociones y valores asociados a la domesticidad, reforzando la idea de que la mujer debía permanecer en el ámbito privado. 



La domesticidad es un concepto que define el papel de la mujer dentro del hogar como su espacio natural y exclusivo, excluyéndola del ámbito público. En el siglo XIX, esta idea de la separación en dos esferas se consolidó con la figura del “ángel del hogar”, mencionada brevemente por Barr en su libro y que se popularizó a raíz del poema de Coventry Patmore en 1854.



 [photo_footer] Ilustración en la obra El ángel del hogar, de María del Pilar Sinués (s. XIX) / BDH  [/photo_footer] 



La separación entre lo público y lo privado fue ligeramente desdibujada en el siglo XVIII. Siguiendo la propuesta del filósofo alemán Habermas, Borham destaca que la población se involucró más en lo público, que se entendía ya no solamente como lo político, sino como todo aquello en lo que el individuo puede participar (tertulias, casas de café, club de debates…)



“Esta nueva definición les da un espacio nuevo a las mujeres donde ser parte de lo público, como los salones literarios”, afirma Miriam. Hubo mujeres que empezaron a articular un contradiscurso desde la filantropía, en una especie de “domesticidad social”. Poco a poco, y según se fue asociando el concepto de ciudadanía a poseer ciertos derechos, las mujeres reivindicaron que también debían tenerlos. Es el caso de Olympe de Gouges, autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1792), o de Mary Wollstonecraft, quien escribió Vindicación de los derechos de la mujer (1792). 



Frente a esta lucha por los derechos de la mujer hubo una reacción conservadora que enfatizó el papel de la mujer y del hogar como garantes de la estabilidad de la nación. “El miedo a que se extendieran las reivindicaciones de las mujeres hizo que se les impusieran restricciones en cuanto a qué cultura consumen, si van al teatro, cómo se visten, qué comen…”, informa Borham. 



Este modelo se popularizó y se asumió que era un modelo cristiano, que hasta la Reina Victoria de Inglaterra (1819-1901) buscó cumplir. “Es el mayor contrasentido”, comenta Miriam, ya que “fue la mujer más poderosa de su tiempo, pero cultiva su apariencia de esposa o viuda, devota, madre y modelo de mujer doméstica”. 



“Hemos heredado estos discursos”, señala, “y hay realidades sobre la iglesia en el libro de Barr que a mí me cuesta leer”.



 



La idea de feminidad bíblica en España



El modelo de feminidad bíblica presente en España no se aleja del caso anglosajón retratado por Barr. “Son modelos tan antiguos que se han convertido en universales”, señalaba Asun Quintana, coordinadora del Grupo de Trabajo Mujer y Sociedad de la Alianza Evangélica Española. 



En el caso de España, la Dictadura de Franco promovió una serie de valores domésticos asociados a las mujeres: aprender a bordar, a cuidar del hogar, de los hijos... Este rol permeó en la sociedad española, incluso en algunos casos hasta nuestros días. Como bien me comentaba Quintana, buena parte de las iglesias evangélicas españolas asumieron este rol como propio, influidas tanto por dicho contexto social como por la concepción de feminidad que traían misioneros de otros lugares del mundo.



Asun nos recordaba cómo la raíz del movimiento en pro de los derechos de la mujer estuvo liderado por mujeres protestantes. Fue en la capilla protestante de Seneca Falls donde en 1848 un grupo de cristianas firmaron la Declaración de sentimientos



“Mantenemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres y mujeres son creados iguales; que están dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables, entre los que figuran la vida, la libertad y el empeño de la felicidad. […] La historia de la humanidad es la historia de las repetidas vejaciones y usurpaciones perpetradas por el hombre contra la mujer, con el objetivo directo de establecer una tiranía absoluta sobre ella. […] Ahora, en vista de situación en que vive la mitad de la población a la cual se le niega el reconocimiento de sus derechos y se le somete a una degradación social y religiosa, […] insistimos en que se les deben reconocer inmediatamente todos los derechos y privilegios que les pertenecen como ciudadanas de los Estados Unidos.”



 [photo_footer] Capilla metodista donde se celebró la convención de Seneca Falls / National Park Service[/photo_footer] 



A España, ecos de este movimiento llegaron gracias a la figura de Alice Gordon Gulick (1847-1903), reivindicadora de la independencia de las mujeres. Sin embargo, el discurso predominante en la sociedad española siguió siendo el modelo de domesticidad, promovida desde ámbitos eclesiales y seculares. Un ejemplo es el discurso inaugural pronunciado por Don Fernando de Castro en 1869 para las conferencias sobre la educación de la mujer, celebradas en la Universidad de Madrid poco después de que la Revolución Gloriosa diera comienzo al llamado Sexenio Democrático (1868-1874): “No hay, por tanto, desigualdad ni inferioridad esencial, sino distinción de funciones, división (digámoslo así) del trabajo, para mejor llenar la idea de la Humanidad en la unión de los dos sexos por el matrimonio.”



La presidenta de la Plataforma Seneca Falls apuntaba que en muchas iglesias se sigue con este concepto de feminidad bíblica como el rol “dado por Dios”. “Es muy difícil que cambie, ya que han hecho de ese rol una verdad teológica, que emana de la propia Biblia”, argumentaba. No obstante, afirma que se está levantando todo un movimiento de mujeres —entre las que se incluye— que intentan mostrar que este rol es fruto de interpretaciones literalistas de la Biblia que omiten el contexto sociocultural en el que fue escrito. 



“Poco a poco, nos estamos abriendo a nuevos roles, tanto para mujeres como para hombres, buscando un liderazgo en equipo. Es en esa dirección en la que trabaja la Plataforma Seneca Falls, en la educación para cambiar esta mentalidad”, señalaba Quintana.



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Las mujeres bíblicas



Como señalaban Asun y Miriam (y también Barr en su libro), entender el contexto patriarcal en el que se ha escrito e interpretado la Biblia a lo largo de los siglos resulta fundamental para intentar redefinir la idea de feminidad según las Escrituras. 



Guadalupe Seijas, Doctora en Filología Semítica, ha investigado en profundidad el texto bíblico y su transmisión posterior. Al hablar sobre la idea de feminidad bíblica, Seijas coincide en que está muy relacionada con la interpretación que se le ha dado a la Biblia: “cada época trae a la Biblia los planteamientos de los valores de las sociedades patriarcales”, aseguraba. “Yo tengo la sensación de que nunca ha interesado dejar hablar a las mujeres bíblicas”, continuaba Guadalupe.



Con frecuencia, pasajes como el de Rebeca en Génesis 27, Corintios 14 o Colosenses 3 y 4, son leídos e interpretados fuera del contexto sociocultural en el que se escribieron y aislados del mensaje central de la Biblia. Muchos de ellos son analizados por la historiadora Barr en su libro, y ya solo por eso merece la pena leerlo.



Seijas también destaca cómo, en otras ocasiones, olvidamos que al narrador bíblico le interesaba contar unas determinadas cuestiones, y que el papel de las mujeres no solía incluirse entre ellas. Como bien me recordó Guadalupe, basta con pensar con historias como la de Jueces 19, donde la mujer un levita muere a causa de las múltiples agresiones sexuales que sufre. Al narrador bíblico no le interesaba centrarse en la mujer, sino en el agravio sufrido, “pero a nosotros sí nos interesa la mujer, porque entendemos que es la víctima del relato”, comentaba.



Y entonces, ¿cómo leemos a estas mujeres bíblicas? ¿Cómo las miramos? ¿Les damos voz y espacio? ¿Nos damos cuenta de que existen? La filóloga señalaba que ya desde el siglo XIX se hace una lectura diferente, mucho más libre de las expectativas de los varones que han llevado a cabo la exégesis bíblica, como por ejemplo Elizabeth CadyLa Biblia de la Mujer de finales del XIX. 



Beth Allison dedica varias páginas en su libro a hablar de las mujeres mencionadas por Pablo en Romanos 16. Guadalupe Seijas, en numerosas publicaciones, analiza figuras del Antiguo Testamento, como Rut o Débora.Débora es una mujer que acompaña a la guerra, pero no toma decisiones de carácter militar, sino que acompaña o sostiene al varón que dirige la batalla. Sin embargo, ella, siendo mujer, lidera y juzga, es decir, que tiene un peso en la esfera pública. Por ese motivo, las mujeres del siglo XIX, hijas de su época y de las tensiones vividas, la tomaron como referente para abrirse al espacio público”, me explicaba Seijas.



 [photo_footer] Victoria de los israelitas y cántico de Débora, Luca Giordiano (h. 1692). En el cuadro, Débora ocupa una posición central, y Barac se gira a mirarla / MNP[/photo_footer]



 



De la academia a las iglesias



Tuve la oportunidad de conocer este libro en septiembre del año pasado, cuando mi hermano Daniel me regaló una copia de la edición en inglés firmada por ella (por eso las citas están sacadas de la versión en inglés). “Para Marina. ¡Sé libre!”, escribió. “¿De qué tengo que ser libre?”, pensé al leerlo. Gracias a Dios, nunca tuve un entorno cercano que negara, limitara o subyugara mis capacidades por el hecho de ser mujer, así que la pregunta me parecía legítima.



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Quizás, como pude distendidamente hablar con Miriam Borham, de lo que tenga que ser libre es de esa tensión que surge al descubrir cómo muchas de las enseñanzas “bíblicas” tienen más parecido con los modelos humanos (y profundamente transformados por el pecado) que estudio, que con el auténtico modelo de Jesús. Quizás, como apunta Barr a lo largo de toda su obra, sea hora de que estos conocimientos sobre mujeres bíblicas y sobre la historia del papel de la mujer en la iglesia, traspasen la barrera de lo académico y lleguen a las iglesias.



 



[1] Beth Allison Barr, The making of Biblical Womanhood (Michigan: BrazosPress, 2021), 9.







[3] Barr, The making, 7.





[4] Almudena Hernando, La fantasía de la individualidad (Madrid: Traficantes de sueños, 2018), 60-62.





[5] Hernando, La fantasía, 73.





[6] Almudena Hernando, “¿Por qué la Historia no ha valorado las actividades de mantenimiento?”Treballs d'Arqueologia 11 (2005), 115-133, esp. 124. 





[7] Hernando, “¿Por qué…?”, 125.




 

 


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