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“A la industria alimenticia no le conviene que pensemos por nosotros mismos”

Sistemas de información de la calidad nutricional de los alimentos, como Nutri-Score, han despertado debate entre los consumidores. “Estamos obligados a cuidarnos a nosotros mismos pero lo hacemos por la información que nos llega”, asegura una especialista evangélica.

AUTOR 814/Jonatan_Soriano BARCELONA 26 DE ABRIL DE 2023 18:42 h
En Europa existen varios sistemas de etiquetado frontal de los alimentos, en función de cada país. / [link]Nathália Rosa[/link], Unsplash.

Que unos cereales para desayuno con azúcar y chocolate obtengan un etiquetado aparentemente más saludable que un paquete de nueces es uno de los motivos por los que Nutri-Score genera polémica entre los consumidores. Este sistema de información de la calidad nutricional de los alimentos se introdujo en España en 2021 y, desde entonces, el debate alrededor de su fiabilidad no ha cesado.



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Nutri-Score, que es un sistema conocido FOPL (de etiquetado frontal en los alimentos, en inglés ‘Front-Of-Pack-Labelling’), fue registrado en la Oficina de la Propiedad Intelectual de la Unión Europea por la Agencia Nacional de Salud Pública Francesa, según han explicado desde la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN). Su uso, que es gratuito para los países que lo adoptan, se ha ido extendiendo en el continente en los últimos años, y puede encontrarse en España, Alemania, Francia, Bélgica, Luxemburgo y Países Bajos.



Sin embargo, ni siquiera a nivel europeo está exento de polémica. Mientras que Reino Unido usa su particular sistema de etiquetado frontal, conocido como el ‘semáforo británico’, la Comisión Europea debe decidirse en unos meses por una etiqueta alimentaria informativa que se aplicará en todos los países de la Unión, y todo parece apuntar a Nutri-Score. Sin embargo, el gobierno de Italia ha manifestado su oposición asegurando que discrimina a la dieta Mediterránea, y el país está trabajando en su propio sistema, llamado NutrInform Battery. Además, los países nórdicos también han adoptado su propia etiqueta, la ‘cerradura nórdica’. 



Esta ‘guerra’ por el etiquetado alimenticio en territorio europeo choca con la realidad recogida por la Organización Mundial de la Salud, según la cual el 59% de los adultos y 1 de cada 3 niños tienen sobrepeso.



[photo_footer]La etiqueta Nutri-Score. / Dominio Público, Wikimedia Commons.[/photo_footer]



Cuestión de publicidad



Según los datos oficiales, la industria alimentaria europea generó en 2022 un volumen de negocios de 1,1 billones de euros y empleó a 4,6 millones de personas. Además, las exportaciones fuera de la Unión Europea alcanzaron los 156.000 millones de euros, dejando un superávit comercial de 73.000 millones de euros.



Para Lucía Milanesio, miembro del grupo Enfermería Cristiana en España, esta es una realidad que explica parte del debate sobre el etiquetado alimenticio. “A la industria alimentaria no le conviene que pensemos por nosotros mismos”, asegura. “Hemos caído en el engaño de confiar en todo lo que nos dicen y no investigar por nosotros mismos”, añade. 



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Para Milanesio, la publicidad incide en una parte importante de la percepción alimentaria de la población europea. De hecho, opina que “todo es una estrategia de marketing bien montada para beneficio de unos pocos y nunca del consumidor”, a quien considera el “único perjudicado” de la cadena alimentaria.



La responsabilidad, puntualiza Ester Martínez, psicóloga, naturópata y máster en Técnicas Corporales en Clínica, recae en uno mismo, aunque no siempre con garantías. “Estamos obligados a cuidarnos a nosotros mismos pero, en la mayoría de los casos, lo hacemos por la información que nos llega a través de la publicidad y el marketing de los distintos productos de los que, en verdad, conocemos muy poco. Por ejemplo, nadie nos informa de que los suelos están sin suficientes minerales, por lo tanto, las plantas que ingerimos también. Por otro lado los agroquímicos parecía que podían resolver el agotamiento del suelo, pero empeoraron el problema al bloquear nutrientes, como el magnesio, y cargar la tierra de nitritos (sustancias tóxicas) y de agroquímicos. Y, curiosamente, estos últimos son para controlar las plagas que son generadas por el mismo desequilibrio del suelo”, explica.



A esto, añade Martínez, hay que sumar las “manipulaciones genéticas de los distintos cultivos (o transgénicos) y que tienen consecuencias, como alteraciones, toxicidad y daños en el medio ambiente, pero que a nivel de marketing se nos venden como vegetales de fantástica apariencia pero de empobrecidos nutrientes”.



¿Cómo funciona Nutri-Score?



El ánimo lucrativo y la producción en masa aumentan la complejidad de un mercado alimentario que parece indomable para cualquier sistema de etiquetado y de control de calidad. Esta, de hecho, es una de las principales objeciones a iniciativas como la de Nutri-Score.



Esta etiqueta, que funciona a modo de ‘semáforo’ con las cinco primeras letras del alfabeto impresas y distinguidas por colores en función de la calidad del alimento en cuestión, examina el producto a partir de una cantidad fija de 100 mililitros o gramos. En esa muestra, penaliza la cantidad de energía, grasas saturadas, azúcares y sal, mientras que otorga puntos favorables por las fibras, proteínas, verduras o frutas.



“Creo que este mecanismo de valoración sobre los alimentos no es fiable al 100% ya que está basado en un algoritmo que atribuye puntos positivos y negativos a los productos en función del porcentaje que tengan de determinados elementos”, asegura Lucía Milanesio. “El hecho de que genere debate, es justamente porque no es completamente acertado con algunos alimentos que sí son nutritivamente correctos, pero con este sistema de valoración se los cataloga como no recomendables, como el aceite de oliva”, añade.



España aseguró ya en noviembre de 2018 que implantaría Nutri-Score adaptándolo a la dieta Mediterránea y desde la Administración han justificado su uso en el mercado nacional afirmando que “una de las herramientas de las políticas de salud pública para promover dietas saludables es el etiquetado nutricional” y que “la normativa europea sobre información nutricional establece desde 2016 los requisitos que debe cumplir la información nutricional obligatoria”.



[photo_footer]Un logo de Nutri-Score en un producto que contiene azúcar y chocolate en un supermercado alemán. / The Red Burn, Wikimedia Commons.[/photo_footer]



Sin embargo, el hecho de que algunos alimentos ultraprocesados, propiedad de grandes compañías del sector alimentario, hayan adquirido letras de color verde o un moderado amarillo según Nutri-Score ha generado dudas entre muchos. “Un ultraprocesado jamás puede pasar de un suspenso a una ‘A’ ya que jamás será un alimento saludable, sino que por el alto contenido en conservantes y procesos que ha sufrido deja de ser un alimento real. Otra cosa es que nos quieran hacer creer que es bueno, lo cual no significa que lo sea”, asegura Milanesio.



“Si eliges un alimento que la mayoría de las familias consumen, como los cereales, barritas o la avena misma, y lees la letra pequeña de los ingredientes que contiene, sin confiar en que los hayan valorado con una ‘A’ o una ‘C’ respectivamente, verás que contienen azúcar, conservantes y demás agregados que distan mucho de ser un alimento real. Algunos han pasado hasta más de 10 procesos diferentes de transformación, donde se los aleja de su matriz original”, señala Milanesio. Otro ejemplo que nombra en esta línea es el de la avena y la sal. “Nos han hecho creer que la avena es buena, la cual es altamente inflamatoria a nivel celular y articular, y que la sal es mala, pero no nos dicen que es necesaria para mantener el equilibrio de líquidos corporales a nivel celular y para transmitir y generar impulsos nerviosos, así como esencial para una correcta asimilación de nutrientes a nivel intestinal”, remarca.



Entonces, ¿cómo comer?



La alimentación se ha convertido en todo un ejercicio de vigilancia y descarte, recuerda Martínez. “Antes de pode hablar de los pilares de una buena alimentación sería importante entender cómo poder limpiar el organismo y no ensuciarlo continuamente con lo que ingerimos diariamente”, matiza. “En el año 2003, un médico llamado Seignalet llegó a la conclusión de que la acumulación de residuos alimentarios, bacterianos y metabólicos ensuciaban el organismo hasta el punto de producir enfermedades. Este médico indicó que, en condiciones normales, el alimento que ingerimos es procesado por la flora intestinal, si ésta está equilibrada, mediante unos procesos enzimáticos complicados. La mucosa intestinal deja pasar al flujo sanguíneo las micromoléculas correctamente desdobladas y listas para ser utilizadas por el hígado, y las macromoléculas no digeridas siguen su curso y se evacuan como materia fecal”, explica. 



Por eso, subraya Martínez, “el problema empieza cuando los alimentos que tomamos no están bien adaptados a nuestra fisiología y la flora de nuestro intestino se desequilibra, se genera putrefacción, inflamación y la mucosa intestinal se hace más permeable”. Entre esos “ensuciantes” del organismo, Martínez hace referencia a “alimentos refinados”, que incluyen sobre todo sal y azúcar blanco o harina blanca, los “aceites procesados”, el trigo y la soja, por estar “deteriorado” y ser transgénica”, los “animales de cría industrial o de piscifactoría”, los “edulcorantes”, los “aditivos sintéticos”, los “alimentos procesados y envasados con plásticos” y los elaborados con productos como golosinas, galletas, pasteles, zumos industriales, productos light o aperitivos. “Cada persona debería investigar y decidir qué comer y, más importante aún, qué dar de comer a sus hijos”, concluye Martínez.



[photo_footer]Los especialistas siguen apostando por recurrir a los productores pequeños y cercanos a la hora de comprar alimentos. / Nathália Rosa, Unsplash.[/photo_footer]



Según Lucía Milanesio, “la mejor forma de analizar lo que comemos es leer nosotros mismos los ingredientes que llevan, teniendo en cuenta que los tres primeros que se nombran son los que están en mayor cantidad, si optamos por alimentos procesados o empaquetados”. Aunque, remarca, “la mejor opción sería optar por alimentos lo menos procesados posible, o sea volver a las verdulerías de barrio, a la carnicería del pueblo, a los alimentos que provienen de pequeños emprendedores o granjas cercanas, que sepamos que no han pasado por grandes procesos industriales o con agregados de conservación o aceleramiento de crecimiento, como los invernaderos”.



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[title]Hacia una alimentación sana y equilibrada[/title]



[text]En la era de las redes sociales, incluso el acceso a la información alimenticia parece todo un desafío. ¿Cómo formarnos una opinión fundamentada respecto a lo que consumimos de entre tantas páginas, cuentas, publicaciones o libros? “La mejor manera de llevar una alimentación saludable es consumir lo que llamamos ‘alimentos reales’, aquellos que tengan el menos procesado posible, que sean de la temporada correcta y optar por la comida casera, utilizando harinas no inflamatorias, como las de almendra, coco, lino o sésamo. Esto no conviene a la industria alimentaria”, asegura Milanesio.



“Todo lo que tenga alto contenido en hidratos de carbono, como todo lo que contiene trigo, arroz, avena, maíz, así como las legumbres y tubérculos, eleva la insulina en sangre, ya que los carbohidratos se transforma en azúcar en el cuerpo y hacen este mismo efecto. Por eso, quienes padecen de prediabetes o diabetes no deben seguir consumiendo panes, cereales, avena, lentejas y demás alimentos de los grupos nombrados. Esto es otro dato que no nos dicen, ya que no conviene que sanemos por los alimentos que dejemos de consumir, sino más bien por la medicación que nos venden, la cual no nos sana, sino que nos sigue enfermando”, afirma Milanesio. 



En este sentido, esta miembro de Enfermería Cristiana en España lamenta, según considera, que desde el mercado actual se favorezca una “producción masiva de alimentos procesados” que amplía las “opciones para elegir estos alimentos que nos enferman y menos opciones de elegir aquellos que a la industria no le conviene”. “Nos llenan de información haciéndonos creer que son saludables para que no tengamos que pensar o plantearnos que tal vez no sean tan saludables como nos dicen”, asegura. “Además, al ser tan masiva su fabricación hacen que se pierdan los procesos naturales y los tiempos necesarios en ciertos alimentos, utilizando procesos de aceleración, como invernaderos, o de conservación, como las cámaras de refrigeración. Por ello tenemos frutas o verduras todo el año y no solo en sus respectivas temporadas”, añade.



Entre los consejos prácticos que pueden ayudar al consumidor a orientarse en el vasto y complejo mercado de la alimentación, explica Martínez, se contemplan recursos como “hacer una planificación semanal de los menús”, evitar comprar en las grandes superfícies y apostar por la proximidad, “cocinar con cuidado, de la forma más natural posible” (hervidos y vapor), “no utilizar en exceso el microondas, ingerir alimentos crudos en un alto porcentaje y que sean de varios colores, consumir aceite de oliva y prensado en frío, beber suficiente agua” o incluir “hidratos de carbono no refinados” en cada plato. Tampoco es recomendable, dice, “guardar demasiadas cosas por muchos días en la nevera”, sino que “es mejor congelar y descongelar cuando se necesiten”.[/text]



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