Demasiadas expectativas pueden terminar en decepción. Esto es lo que sucede a veces con el ansiado tiempo de vacaciones. ¿Quién no ha soñado con ese viaje idílico, o la escapada relajante; esas semanas románticas o el anhelado tiempo en familia? Pero al terminar las vacaciones la realidad puede ser que no se hayan cumplido las expectativas que teníamos depositadas ellas.
Según los expertos, mucho tiene que ver la dificultad para romper la rutina. “A la gente le encanta la cotidianidad: mirar el buzón, ver los partidos de fútbol el fin de semana, seguir un horario de comidas, discutir con los compañeros de trabajo. El ser humano es muy de hábitos. Incluso en vacaciones: la gente suele ir a la misma playa, al mismo chiringuito y, a ser posible, pretenden que les atienda el mismo camarero para que les sirva el plato de siempre”, explica el psicólogo Javier Urra, autor del libro Escuela práctica para padres.
MÁS CONVIVENCIA
Un punto a tener en cuenta es que en la dinámica de los días laborables es frecuente que la pareja se vea un par de horas al día y comente fundamentalmente asuntos de su jornada, de intendencia de la casa, de trámites y quehaceres.
En vacaciones se encuentran con un panorama totalmente distinto: mucho tiempo sin obligaciones, sin problemas del trabajo sobre los que hablar ni tareas rutinarias que hacer. Y, a más convivencia, más posibilidad de conflicto.
“Pasar 24 horas al día juntos es un cambio muy drástico. Es lógico que fallen cosas. Esto puede sorprender a las parejas que se llevan bien y que creen que no tienen problemas. Pero cuanto más tiempo de convivencia, más roces. Y en vacaciones se pueden producir por mil cosas: decisiones sobre la compra, donde están, donde duermen, qué hacen. La situación es peculiar y hay que saber adaptarse”, argumenta el doctor en psicología Jorge Barraca.
El presidente de la Escuela Vasco-Navarra de Terapia Familiar, Roberto Pereira, explica que
más allá de si hay divorcio o no al final del verano, es frecuente que en las vacaciones se produzca una escenificación de un conflicto anterior: “Si las cosas van mal tienden a empeorar”. Pero incluso si van bien y los miembros de la familia no dejan espacio para sí mismos es normal que haya problemas. “Excepto en una época de máximo enamoramiento, no podemos pasar 24 horas con la misma persona. No tiene nada de malo que cada miembro de la pareja haga sus planes independientes, que no todo sea estar juntos. Es como cuando en un matrimonio alguno se jubila y siente que molesta en casa, es una desubicación natural”.
Por su parte, el presidente de la asociación de los letrados de familia, Gonzalo Pueyo, sí cree que l
as vacaciones suponen muy a menudo un punto de inflexión. Aunque matiza que normalmente son un detonante, no un motivo en sí mismo: “Normalmente las consultas en los despachos se producen antes del verano. Ya hay algo que va mal. Se toman las vacaciones para pensárselo o para confirmar que efectivamente la solución es la ruptura matrimonial”.
LOS HIJOS
La pareja no es el único foco posible de conflicto en unas vacaciones. Los hijos también pueden generar quebraderos de cabeza que van desde el no saber qué hacer con ellos cuando son pequeños hasta los frecuentes retrasos al llegar por la noche, o hacerlo con síntomas de haber bebido o fumado porros cuando son adolescentes. “Hay que buscar que los hijos tengan un grado de libertad, no obligarles a hacer cosas de las que estén radicalmente en contra, porque esto solo va a amargar las vacaciones a toda la familia. Y eso comienza desde la planificación misma del viaje, si es que lo hay”, dice Pereira.
Si en su momento los padres no tuvieron en cuenta que iban a pasar mucho más tiempo de lo que es habitual con la familia y no pensaron actividades de ocio, sobre todo cuando los niños son más pequeños, es frecuente que el tiempo de las vacaciones pase despacio, que las horas juntos se conviertan tediosas y que los roces se acentúen.
Esta planificación debe ser aún más minuciosa cuando se trata de hijos únicos o de padres divorciados. “Se encuentran que, de verlos una vez en semana, pasan a convivir 15 días seguidos con ellos. Es fácil que la situación sea incómoda para ambos”, añade. También lo asegura Barraca, quien aconseja “divertirse con los niños, no a pesar de ellos”. “Esto es más fácil de decir que de hacer”, reconoce. “Pero hay que ser previsor, ir con juegos, actividades, que puedan entretener. Aunque también hay que dejarles que vayan por libres, despreocuparse siempre que no haya peligro; es imposible estar todo el día divirtiéndose con ellos”, añade.
Cuando los hijos son algo mayores es una buena ocasión para conocerlos mejor, aconseja Urra, quien matiza que debe ser solo un refuerzo a una relación durante el año, que los padres no pueden pretender comprenderlos con un acercamiento aislado durante las vacaciones. Sin embargo, recomienda aprovechar las épocas en de más convivencia para “hablar de asuntos no normativos, que no sean las notas y el instituto o el colegio”.
“Si les contamos cosas sobre nosotros mismos ellos también se abrirán más. Por ejemplo, decirle lo que hacíamos a su edad, también la parte mala, las travesuras. Los adultos les tenemos que plantear a hijos miedos, dudas, que estamos cansados, temas laborales. Que vean que el mundo no se acaba en su yo. Y, ¿por qué no? algún día también, en una conversación franca le podemos preguntar si lo estamos haciendo bien con él, que vea que nos preocupamos”, argumenta.
SOBREVIVIR A LAS VACACIONES
Los psicólogos aportan algunos consejos para disfrutar de las vacaciones en familia:
En primer lugar, hay que ser consciente de que existen conflictos. No deben coger por sorpresa. Igual que sucede con los jefes o con los compañeros de trabajo, en los viajes y las vacaciones hay momentos menos agradables que otros.
Por otra parte, no se debe dramatizar con los problemas. Es normal perderse días de playa por alguna dolencia, que no nos sirvan la caña como nos gusta o que nos pique una medusa. Factores triviales no deben ser motivos de discusión ni debemos amargarnos las vacaciones porque las cosas no salgan tal y como las habíamos planeado. Hay que relativizar.
Otro punto a tener en cuenta es modificar hábitos con la mente abierta. Disfrutar de lo que se experimenta y no forzar las cosas. No hacer siempre lo que se supone que se debe hacer si no le apetece a algún miembro de la familia, probar situaciones distintas a las habituales sin prejuicios y tratar de sacarles la parte positiva.
También es aconsejable pasar tiempo apartado de la familia. No hay que renunciar a pasar tiempo solo o separado de la familia solo porque sean vacaciones. La necesidad de un cierto espacio individual a lo largo del día no desaparece por arte de magia en los días libres.
Por último, no tomar decisiones radicales. El verano es un periodo atípico. Es mejor esperar a que terminen, madurar las ideas y pasar a la acción en una época más normal.
En definitiva, lo que no pueden pretender los padres ni las parejas es arreglar en verano todo lo que no marcha el resto del año, cambiar por completo las relaciones interpersonales.