Hay quien dice que en tiempos de crisis les toca sufrir más a los colectivos más vulnerables de la sociedad. De entre ellos quiero destacar a los niños por varias razones. Según Cáritas, el índice de pobreza infantil ha aumentado en el último año 5 puntos (del
18,5% al 23,4%), habiéndose mantenido en España entorno al 24% de media.
Para los que tratamos a diario con los niños, no es ninguna sorpresa que la infancia en España está en un proceso de crisis, y no sólo económica, también personal/emocional (vinculada a los procesos de desestructuración e inestabilidad familiar), educativa, social y espiritual.
Es de este último aspecto que me gustaría hablar con vosotros. Y digo hablar porque eso es lo que espero que ocurra una vez que leáis este artículo.
Hay varios factores que aconsejan un replanteamiento del paradigma de Infancia tradicional en las iglesias y ministerios evangélicos. No es extraño que nos sintamos orgullosos de nuestra supuesta herencia “libre de tradiciones y liturgias” especialmente si nos comparamos con otras confesiones, pero creo que si nos examinamos con honestidad, pronto llegamos a la conclusión de que
los evangélicos también somos deudores a esquemas y tradiciones que a menudo nos dificultan o impiden responder positivamente a los cambios que Jesús nos propone para el bien y el avance de Su Reino.
Me entristece que muchas iglesias y ministerios queremos seguir anclados en aquello que nuestros antepasados hicieron con nosotros, en
cómo nos enseñaron a creer en Jesús, pensando que eso es “el depósito” seguro que debemos pasar a la siguiente generación, sin darnos cuenta de que sin una adecuada actualización, esos modelos quizá ya no sirven para responder a las necesidades y posibilidades de la infancia actual. Por supuesto no hablo del fondo, sino de las formas.
Vuelvo a los
factores que creo hacen oportuna y urgente una reflexión acerca del paradigma de Infancia en nuestras iglesias y también fuera de ellas.
En primer lugar la Infancia es distinta hoy de ayer. Hay nuevas necesidades y posibilidades, y nuestros ministerios deben hacerse primero esa pregunta: ¿qué necesitan los niños de hoy? Como he dicho antes, las recetas antiguas no suelen servir en el s. XXI.
En segundo lugar, se echa en falta una perspectiva teológica del niño en el Reino de Dios. Jesús fue muy claro al respecto y llegó a indignarse con los discípulos cuando no lograron entenderlo y rechazaron a los niños. Los capítulos 18, 19 y 21 de Mateo están llenos de esta enseñanza enfática de Jesús hacia la nueva generación de creyentes. Sin embargo esta teología parece no haber entrado en la mayoría de nuestros ministerios infantiles e iglesias.
Seguimos considerando a los niños como esos “seres bajitos que no dejan de fastidiar con la pelota” (como cantara Serrat) en lugar de jóvenes creyentes que necesitan una educación espiritual de calidad y que ya pueden y quieren servir a Dios de maneras incluso más eficaces y amplias que los adultos, por no hablar de las expectativas futuras que Dios tiene hacia ellos. ¿Puede un niño tener una relación personal con Jesús? ¿Puede orar, leer la Biblia, ser discipulado, alabar, evangelizar o aconsejar? ¿Por qué no lo hacen en nuestras iglesias? ¿Es que no son “creyentes” o es otro el problema? ¿Por qué los solemos poner “aparte” en lugar de hacerlos “parte” de nuestras reuniones, congresos y conferencias? Quizá, pensando que los estamos protegiendo, en realidad los estemos alejando.
No es extraño que el paradigma tradicional favorezca que muchos adolescentes no encajen o se vayan de las iglesias, después de haberlas vivido durante su infancia como “lugares de adultos donde se hacen cosas de adultos”, en las que ellos ni participan ni se les tiene demasiado en cuenta, y donde la estrategia habitual es entretenerlos en una sala contigua mientras los mayores hacen y deciden las cosas importantes en la sala principal. Sí, estamos hablando de una urgente necesidad de integrar a la nueva generación en las iglesias, pero de verdad.
Doy gracias a Dios por la sensibilidad que muchos líderes de Latinoamérica están prestando a la necesidad de este cambio de paradigma. Movimientos como la Red Viva, la ventana 4/14 y otros muchos se han iniciado o potenciado en ese continente. En el mundo anglosajón, iniciativas como “
Children matter”, “Global Community Games”, “Global Chidren Forum”, “Friendly Familiy Churches”, “Messy Churches”, etc. se están desarrollando vigorosamente e influyendo en otros muchos países.
Sin embargo me apena que este movimiento, que personalmente considero del Espíritu, no haya todavía cruzado el Atlántico y las iglesias aquí nos sigamos contentando con tener a nuestros niños “nutridos” espiritualmente con sólo ¾ de hora semanales de Escuela Dominical, cuando la sociedad les dedica de 6 a 10 horas de influencia diaria, por medio del sistema educativo secularizado, los medios de comunicación y las amistades. ¿Qué cosecha se puede esperar de semejante siembra?
Hay otras causas de preocupación y motivos de cambio para el paradigma infantil como:
- La decreciente influencia de la labor educativa de los padres en la nueva generación
- La delegación de la educación espiritual por parte de los padres hacia la escuela dominical
- La escasez de ministerios infantiles dirigidos a la sociedad: evangelización, educación, protección, asistencia…
- La falta de visión en el ámbito evangélico español para invertir hoy en la infancia si queremos que lleguen a ser “jóvenes que venzan al mundo”.
Podría seguir hablando de ello, pero como dije al principio, me encantaría que este artículo se convirtiera en coloquio con tu opinión antes de seguir escribiendo sobre este urgente y apasionante tema.
Javier Martín Rodríguez es Licenciado en Educación Física.
Director de la Semilla de Trigo en España.
www.lasemilladetrigo.org
Si quieres comentar o