Soy estudiante. Bueno, más bien, era. Hace apenas unos meses me gradué después de cuatro años intensos de universidad y de muchas cosas aprendidas, sobre todo en el terreno espiritual. No estoy hablando de asignaturas obligatorias, troncales ni optativas. Hablo de la asignatura de la experiencia. Durante estos cuatro años apenas he podido vislumbrar un poco de lo que realmente se cuece en nuestras universidades y, más especialmente, en los jóvenes de nuestras iglesias y su convivencia con el mundo que les rodea. Sé que mi visión no puede ser más subjetiva, pero es todo lo que puedo ofrecer al respecto y no veo a Dios pidiéndome que me la guarde para mí.
En cuatro años me he visto siempre rodeado de amigos y amigas que han demostrado con su genuina actitud un amor y fe por el Señor cuya huella quedará siempre marcada en mi memoria. Su compromiso por La Obra ha sido ejemplar. Pero, aún así, sigo pensando que de éstos y éstas hay demasiado pocos. Puede que haya más de lo que pienso, pero, si es así, me pregunto por qué no se dejan ver. Y cuando digo que son demasiado pocos lo hago en base a lo que veo en las iglesias. He asistido varias veces a reuniones conjuntas de todos los jóvenes de las iglesias de la ciudad en la que estudié. El número de jóvenes alabando y alzando sus brazos al cielo ha sido siempre impactante. Emociona ver tantas personas de tu misma edad unidas con el propósito de alabar a Dios. Pero cuando en esa semana nos reuníamos de nuevo los cristianos universitarios, la sensación de ser cuatro gatos dentro de una perrera volvía a ser la misma. Con esto he llegado a dos conclusiones posibles: o el compromiso por La Obra y por la comunión solo existe dentro de las cuatro paredes de la iglesia, o el porcentaje de universitarios entre los jóvenes de la iglesia con edad de estudiar es bastante bajo. Sea cual sea la respuesta, considero que los dos son casos preocupantes.
En mi modesta opinión, falta compromiso por parte de los jóvenes estudiantes. Puede que no dé esa impresión si se asiste una noche a una reunión de jóvenes universitarios, pero si se reduce ese número a las personas que por su actitud parecen comprometerse seriamente con lo que el Señor está haciendo en nuestras aulas, en mis cuatro años de experiencia, puedo contarlas con los dedos de las manos.
"Me encantaría, pero estoy de trabajos hasta el cuello"
Sé que cada alumno libra su propia batalla estudiantil y, sobre todo, que hay carreras que permiten más dedicación a otras cosas y otras que menos. Por eso, dentro de mi subjetividad, quiero aclarar que intento ser “objetivo” teniendo en cuenta otros factores. Dicho esto, creo que no podemos limitar la comunión, la oración, la lectura de la Palabra, la evangelización y, en resumen, nuestra relación con el Señor, a nuestro calendario lectivo o considerarlo como si fueran créditos de libre configuración, de esos que al final no sabes qué hacer con ellas. He visto jóvenes estudiando las carreras más difíciles comprometerse con actividades evangelísticas agotadoras y, en la otra cara, jóvenes estudiando carreras relativamente llevaderas a quienes apenas habré visto una o dos veces en cuatro años. Yo también he pecado de pasividad muchas veces. Aquí nadie se salva. Bueno, en verdad todos se salvan, pero solo por la Gracia.
A mi modo de entenderlo, mi relación con el Señor y todo lo que eso conlleva está por encima incluso que mis estudios. Si se ha de elegir necesariamente entre dos horas en la biblioteca o dos horas pasando un tiempo de calidad con alguien que necesita a Jesús en su vida, creo que en este caso la interpretación es clara: “Buscad primero el reino de Dios...”. Y lo mismo se puede decir de reuniones de oración o de estudio de la Palabra con nuestra familia en la fe y otro tipo de actividades, además, por supuesto, de lo que hagamos individualmente con nuestra relación con el Maestro.
Compromiso y motivación
Falta más compromiso. ¿Y por qué? Quizá porque muchos de nuestros jóvenes no han descubierto aún la motivación que les lleve a comprometerse. Temo que entre todos los jóvenes creyentes que me he cruzado durante estos años, solo unos pocos entiendan realmente el placer de servir a Cristo, el privilegio de reunirnos con nuestros hermanos y hermanas, la aventura de llevar la Luz a quienes nos rodean, y todo a través de la gracia y el amor que recibimos día a día del Padre. Cuando somos conscientes de ese amor, cualquier cosa que hagamos por Él y con Él se debería convertir en nuestra mayor pasión. Pero tengo la sensación que entre muchos de los jóvenes de nuestras iglesias sigue reinando un profundo desconocimiento de esa relación de amor con el Espíritu que antepone al Señor a todo lo demás, o más bien hace que todo lo demás dependa enteramente de Él. En lugar de esto parece que predomina la pasividad, la comodidad, el conformismo, la cruzada individualista, la búsqueda de nuestra propia felicidad y satisfacción, etc.
La universidad necesita jóvenes comprometidos con el Evangelio, que lo entiendan y lo hagan suyo como si del más preciado tesoro se tratase.
Jesús en las aulas del siglo XXI
En el siglo XIX, las universidades siguen siendo territorio hostil para el Evangelio. El mensaje choca de pleno con los valores que predominan en nuestra sociedad posmoderna. Quizá a los jóvenes de hoy en día les guste escuchar el mensaje de amor y de justicia social del que habla Cristo, pero cuando llega la hora de reconocer el pecado y la idea de que sin Él no podemos hacer nada, las caras cambian.
En estos años, mis experiencias tanto en grupo como por solitario, me han permitido tantear un poco el estado espiritual de los universitarios. Como es de esperar, me he encontrado de todo. Diría que el individualismo es la nota más común y el obstáculo principal con el que nos podemos encontrar. Entre los dados a tener conversaciones espirituales, existe también un alto conocimiento de hechos que no tienen que ver con Jesús, pero que hace a los estudiantes algo más escépticos si cabe. Las teorías conspiranoides tipo 'Código Da Vinci' han calado hondo en algunos de ellos. El escepticismo entorno al personaje de Cristo y a la veracidad de la Biblia es alto. Pero, sorprendentemente, no es tan fácil encontrar estudiantes que nieguen rotundamente la existencia de Dios. Al revés, para muchos Dios existe, o al menos su idea de Dios. Ese es el gran problema del individualismo, Dios ha dejado de ser para muchos jóvenes un dios todopoderoso por encima de cualquier persona o cosa, para ser un dios supeditado a su conveniencia y comodidad, un dios a la carta. Menos mal que conocemos a nuestro Dios lo suficiente como para saber que no hay nada ni nadie que le pueda subordinar.
Aún así, la aventura ha de continuar y en esta etapa, como en cualquier otra, el mundo tiene sus puntos débiles donde podemos atacar con la espada de la Palabra. Por ejemplo, la mayoría de jóvenes españoles en nuestras universidades ya no están tan familiarizados con la tradición católica que se les impuso a las generaciones de nuestros padres y abuelos. Sin embargo, a muchos les sigue sonando eso de que Jesús es hijo de Dios e incluso todavía se consideran cristianos. Por ejemplo, uno de mis compañeros de piso me confesó ser creyente, pero cuando le pregunté por qué lo era y cómo había llegado a serlo, me contestó que lo era porque sus padres lo eran. No es la única vez que me he encontrado con esta respuesta. Es una oportunidad perfecta para que muchos descubran quién es en verdad ese Jesús que aparece crucificado en el rosario de su abuela o de su madre y por el que ellos mismos han sido bautizados y hecho la comunión.
La juventud es una época clave de la vida. Es el tiempo en el que tomamos las decisiones más importantes. Aquí se decide cuál será nuestra profesión, dónde viviremos, quién y quiénes serán nuestros compañeros de viaje, etc. Nuestra vida se define en nuestra juventud más que en ninguna otra etapa. No hace falta decir cuál debería ser la decisión más importante en la vida de las personas. Dar el paso de seguir a Jesús no es una decisión más dentro de las muchas que tomamos. Es la decisión más importante y lo demuestra el hecho de que es capaz de dar un giro de 180 grados a nuestra vida, afectando al resto de decisiones. Muchos de nosotros hemos vivido esto y, ahora, sabemos que todo ha sido para bien. Hemos descubierto el “valle de sombra de muerte” en el que andábamos y ahora nuestra vida está segura en Cristo. Aún no somos capaces de creernos lo bendecidos que somos al conocer a Jesús y por eso mismo nuestro corazón debería unirse al de Él cuando nos relacionamos con nuestros compañeros de clase.
Dios no quiere "llaneros solitarios"
Pero, ojo, no podemos hacerlo solos. Al menos yo no he podido y es que me contagio muy rápido del aire que se respira a mi alrededor. Eso ha hecho que mis épocas más activas en la universidad, espiritualmente hablando, hayan sido cuando me he visto rodeado y respaldado por otros jóvenes comprometidos, y por el contrario, me he relajado bastante cuando esa compañía no ha sido tan evidente. La comunión es esencial.
Pero el estudiante no puede caer en el error de pensar que está cumpliendo con esa parte asistiendo a las reuniones de jóvenes de su iglesia. Necesitamos rodearnos de hermanos y hermanas que estén viviendo situaciones similares a la nuestra o de otra forma pocos podrán sernos de apoyo en nuestras luchas. El líder de nuestro grupo de jóvenes difícilmente nos podrá ser de mejor ayuda o nos entenderá de la misma manera de lo que puedan hacer otros creyentes en la universidad. La comunión entre estudiantes cristianos es esencial. Cuando ves gente con ganas de cambiar las cosas en tu entorno, tú mismo acabas metiéndote en la aventura.
Espero que haya quedado claro cuál es el 'key word' de este artículo: compromiso. Yo ya he abandonado la universidad, pero nunca abandonaré el sueño de ver una universidad inquieta, incluso irritada, por ver que cada vez son más los estudiantes que siguen el Camino, la Verdad y la Vida, que ponen al espíritu y al propósito máximo de la vida por delante de cualquier cosa que el mundo ofrece. Estudiantes que caminan en línea recta hacia Dios porque ha habido un grupo de jóvenes verdaderamente comprometidos que han iluminado con luz verdadera allí por donde han pasado.
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