Mientras paseaba por el parque, vi a Claudio en la distancia. Me acerqué a él para charlar. Era evidente que se trataba de un arrastrado y tenía algún tipo de enfermedad mental. Lo saludé y quise saber su nombre. Recuerdo que le pregunté: «¿Tienes algo para comer?». «Voy de puerta en puerta y como lo que me dan», me comentó con calma. Tenía una mirada distante y sus respuestas eran breves y concisas. Hablamos un rato y le ofrecí mi ayuda. No la aceptó y enseguida decidió marcharse.
Unos días más tarde, volvió a darme un vuelco el corazón. Mi hermano me dijo que había regalado un par de zapatos que ya no usaba al encargado de vigilar los coches aparcados en las calles próximas a un campus universitario y que el vigilante reaccionó con una extrema alegría y gratitud (tal vez comparables a las que sentiríamos la mayoría de nosotros si alguien nos diera las llaves de un Ferrari).
Vivimos en un mundo marcado por una profunda injusticia social.
Un estudio de la FAO ha revelado que aproximadamente la tercera parte de los alimentos producidos para el consumo humano en el mundo se desecha o se pierde. No obstante, la OMS señala que el hambre es la mayor amenaza para la salud pública. Alrededor de 25.000 personas mueren de hambre o a causa de la desnutrición cada día, lo que supone la muerte de seis millones de niños al año. ¿Qué te parece? Imagino que las personas verdaderamente sensibles a la injusticia social o las que la padezcan sentirán repugnancia e indignación y querrán gritar «¡No es justo!» con toda la razón. ¿No crees?
Ahora bien, ¿por qué no es justo? ¿Quiénes somos nosotros para afirmar que se trata de una situación injusta? Estas preguntas pueden parecer crueles, pero nos recuerdan que se debe tener un punto de referencia externo para evaluar la justicia o la injusticia de cualquier circunstancia.
C. S. Lewis expresó esta idea del siguiente modo: «Mi argumento contra Dios era que el universo parecía tan cruel e injusto. ¿Pero de dónde había sacado yo esta idea de
justo e
injusto? Uno no considera torcida una línea, a no ser que tenga alguna noción de una línea recta. ¿Con qué estaba comparando este universo cuando lo llamaba injusto?».[1]
Así pues, la realidad de Dios ofrece a los seres humanos un criterio para dirigir sus vidas y les permite distinguir entre lo que es justo y lo que no lo es. Esto incluye los asuntos sociales. La injusticia social en el mundo nos rompe el corazón porque la primera alma que se desgarra a causa de ella es la de Dios. Si exclamamos que algo no está bien, repetimos Su clamor.
Existen varios centenares de referencias a la preocupación de Dios por la justicia social en la Biblia. Entre ellas, me gustaría mencionar las siguientes: «¡Aprended a hacer el bien! ¡Buscad la justicia y reprended al opresor! ¡Abogad por el huérfano y defiendan a la viuda!».[2] «Yo, el Señor, amo la justicia».[3] «Así dice el Señor Todopoderoso: 'Juzgad con verdadera justicia; mostrad amor y compasión los unos por los otros'».[4]
Dios no se limita a hablar en contra de la injusticia social, sino que decidió formar parte de esa realidad a través de la encarnación de Cristo, el Hijo de Dios. Así, la muerte y la resurrección de Jesús inauguraron el reino
libre de injusticias que se instituirá plenamente tras su segunda venida. La Biblia afirma que entonces «ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor».[5]
No cabe duda de que debemos hacer lo que esté en nuestras manos para acabar con las injusticias en el mundo, siempre que podamos y en cualquier lugar, pero no estamos solos en esta misión. Nos acompaña un Dios que nos permite saber cómo es la justicia social que deberíamos alcanzar, que ha hablado claramente sobre ella y que ha creado un reino absolutamente justo para los suyos.
[1] C.S. Lewis,
Mero cristianismo.
[2] Isaías 1:17 (NVI)
[3] Isaías 61:8 (NVI)
[4] Zacarías 7: 9 (NVI)
[5] Apocalipsis 21:4 (NVI)
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