HACIA ARRIBA, HACIA DENTRO Y HACIA FUERA, UN MINISTERIO JUVENIL EQUILIBRADO
Un joven equilibrado y un ministerio juvenil equilibrado se caracterizan por tres dimensiones: hacia arriba –el Padre-, hacia dentro –otros seguidores de Jesús- y hacia fuera –un mundo roto-. Si falta alguna de estas dimensiones nuestra vida y/o ministerio juvenil están desequilibrados.
TRES PUNTOS DEFINEN UN PLANO
Todos nosotros, en alguna ocasión, hemos experimentado la incomodad de estar sentados en un silla o alrededor de una mesa que cojea debido a que está desequilibrada. La mesa y, a menudo, los alimentos en ella depositados, oscilan de un lado para otro. La cosa es aún peor con los líquidos.
Es curioso pero parece ser que las mesas o sillas de tres patas nunca cojean. Eso es debido a que en geometría, tres puntos definen un plano. Cuando hay más de tres puntos tenemos más de un plano y entonces es cuando se produce el desequilibrio.
Esto me hacía pensar en tantos jóvenes que viven vidas desequilibradas y en tantos ministerios juveniles en los que el desequilibrio es evidente a simple vista. La razón es que para tener una vida o ministerio con equilibrio son precisas tres dimensiones que podemos ver claramente reflejadas en Jesús, nuestro Maestro: Hacía arriba, una fuerte relación con el Padre. Hacia dentro, una fuerte relación y cuidado de los hermanos, es decir, de otros seguidores de Jesús. Y, finalmente, hacia fuera, con una fuerte presencia y compromiso con un mundo roto lleno de necesidades.
HACIA ARRIBA
Una lectura de los evangelios, por rápida y superficial que sea, pondrá de manifiesto la fuerte y estrecha relación que Jesús mantenía con el Padre. Podemos afirmar que es una constante en su vida personal y ministerial.
En numerosas ocasiones los evangelistas nos indican que Jesús se levantaba temprano para pasar tiempo a solas de comunión con el Padre. En los momentos de prueba (Mateo 26:38-40), en los de alegría (Mateo 11:25), cuando había que tomar decisiones importantes de cara al ministerio (Lucas 6:12) y en cualquier otra circunstancia podemos ver la dinámica de Jesús comunicándose con el Padre y haciéndole partícipe de su vida y ministerio.
Ahora bien, esta relación con Dios Padre, no era únicamente “mística”, incluía aspectos tremendamente prácticos como la obediencia y cumplimiento de la voluntad del Padre. Una y otra vez en el evangelio de Juan esto se pone de manifiesto y el propio Maestro verbaliza que este es el propósito de su venida, llevar a cabo en obediencia la voluntad de su Padre.
El seguimiento de Jesús y el ministerio juvenil no pueden concebirse sin una fuerte relación con Dios. Nuestros ministerios deberían apuntar en esta dirección favoreciendo la devoción pública y privada. Sin duda los tiempos de adoración y alabanza comunitaria son importantes y necesarios, ahora bien, la medida de la madurez de un joven se da en la intimidad y en los hábitos personales que haya desarrollado cuando esta solo y sin la presión del grupo o la iglesia.
Por eso el ministerio juvenil debe apuntar hacia el desarrollo de hábitos personales de piedad y santidad. La lectura de la Escritura, su meditación y aplicación constante, la oración formal e informal, la obediencia y el sometimiento a la voluntad –no de los líderes- sino del Señor y la imitación intencional, proactiva y cotidiana de Jesús.
Un ministerio juvenil que no se oriente a desarrollar esta dimensión estará falto de una de las tres patas que le garantizarán un equilibrio.
HACIA DENTRO
Jesús tuvo un fuerte compromiso con aquellas personas que eran parte de su ministerio. Es cierto que nunca perdió de vista las necesidades de las masas, de las multitudes, pero también lo es que su prioridad fue formar, cuidar y ayudar a crecer a aquellos que lo habían seguido como Maestro.
La lectura de los evangelios nos revela como Jesús pasó tiempo con ellos, tanto a nivel formal como a nivel informal. El evangelio de Juan nos muestra aquel dramático pasaje en que Jesús les sirve lavándoles los pies y como tuvo cuidado de ellos y sus necesidades.
Precisamente, el escritor del evangelio de Juan afirma que Jesús, habiendo amado a los suyos los amó hasta el fin (Juan 13:13). El Maestro amó a los suyos con el significado bíblico de amar. La palabra amor aquí utilizada es la palabra griega
ágape, que es un acto de la voluntad de buscar el bien de la persona amada. Jesús amó a los suyos de forma intencional, voluntaria, sacrificial, con hechos y de manera incondicional, no debido a lo que sus discípulos eran, sino a pesar de cómo eran.
El seguimiento de Jesús no es algo personal y privado sino que tiene una dimensión comunitaria clara y evidente. Ciertamente que Jesús nos salva a nivel personal, sin duda, pero para incorporarnos a una familia, a un cuerpo, a una comunidad.
Una vida personal y un ministerio juvenil estarán claramente desequilibrados sin carecen de esta dimensión de compromiso comunitario. La Palabra de Dios afirma que quien ama a Dios debe amar también a su hermano (1 Juan 4:21) Aún más, afirma la imposibilidad de amar a Dios, a quien no vemos, si no somos capaces de amar al hermano a quien vemos (1 Juan 4:20).
El propio Jesús indicó que la mayor prueba de amor que uno puede dar es dedicar tiempo a otro (Juan 15:12-14) Además, una y otra vez en el Nuevo Testamento se nos indica que el cuidado y la ayuda mutua son principios básicos de la vida comunitaria. De este modo se nos dice que no debemos juzgarnos, hemos de sobrellevar las cargas, recibirnos en mutualidad, saludarnos, servirnos, soportarnos y empatizar, es decir, la capacidad de sufrir con los que sufren y alegrarnos con aquellos que están alegres.
El ministerio juvenil debe cultivar y promover este tipo de relaciones de calidad entre los miembros, impidiendo que el favoritismo, el amiguismo u otras motivaciones incorrectas priven al grupo de relaciones humanas de calidad basadas en el hecho de pertenecer a la misma familia de Dios por adopción.
HACIA FUERA
A la íntima relación con el Padre y su compromiso de cuidado de sus discípulos Jesús añadió un fuerte compromiso con las necesidades de un mundo roto. El evangelio de Juan indica que Dios se hizo carne, como uno de nosotros y vivió en medio nuestro. Jesús, en tanto que ser humano, participó de nuestra condición, bajó a nuestra realidad, se identificó con ella y la experimentó en todas sus dimensiones, incluida la muerte.
Jesús empatizó hasta el límite con un mundo roto a causa del pecado. Un mundo donde la enfermedad, el dolor, el sufrimiento, la muerte, la injusticia, el hambre, la pobreza, la opresión, el abuso y la maldad son presentes. Jesús experimentó todo lo anteriormente dicho en su propia vida y lo hizo con el propósito de traer el Reino de Dios, de hacernos ver que otro mundo y otra humanidad eran posibles.
Jesús proclamó y demostró el Reino. Lo proclamó con sus palabras que invitaban a las personas a volverse hacia Dios para ser perdonados y aceptados como hijos amados. Lo demostró por medio de sus obras, sus señales, sus milagros que, como podemos observar, siempre tenían como finalidad el contrarrestar los efectos del pecado sobre la experiencia humana.
La Palabra nos habla del Dios que renuncia (Filipenses 2) a su estatus y tranquilidad celestial para bajar a nuestra realidad. Nos muestra al Dios que se identifica y sufre a causa de nuestra condición perdida y desamparada (Mateo 9:35-37) y al Dios que está dispuesto a poner en peligro su reputación por su deseo de alcanzar a aquellos que estaban necesitados (Mateo 18:10-12).
Un joven o un grupo juvenil que no cultive esta dimensión en imitación de Jesús será un individuo o una comunidad carente de equilibrio. Nuestros ministerios juveniles deberían de caracterizarse porque de forma constante enseñan, motivan y generan oportunidades para que todos los miembros del mismo se involucren, en imitación de Jesús, en las necesidades de un mundo roto a consecuencia del pecado. No estamos hablando únicamente de la predicación del mensaje del Reino, sino también en la demostración del mismo por medio de buscar la justicia, la paz, luchar contra la corrupción, la injusticia, la opresión, la pobreza y toda forma de mal.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Este simple marco, hacia arriba, hacia dentro y hacia fuera, puede servir de referencia para valorar la salud y el equilibrio de cualquier grupo juvenil. Del mismo modo puede servir como un modelo orientativo para poder desarrollar y ayudar a crecer personas y grupos equilibrados.
Como herramienta de evaluación. Simplemente compara tu grupo juvenil ( o tu propia vida como líder) con estas tres dimensiones. Piensa en qué medida las tres están presentes. Piensa si las tres lo están de forma balanceada o, por el contrario, hay una hipertrofia en alguna de ellas. Una vez sometido tu grupo a evaluación el resultado te mostrará qué áreas necesitan de un trabajo más intencional para poder alcanzar ese equilibrio deseado.
Como herramienta de desarrollo. La evaluación, hecha de forma honesta, mostrará las necesidades de desarrollo. Te dará dirección hacia dónde debes ir a fin de que tu grupo y sus componentes sean equilibrados según este modelo claramente detectable en Jesús. La evaluación te llevará a plantearte preguntas de desarrollo del tipo ¿Qué dimensión o dimensiones debo de trabajar? ¿Qué me gustaría, de forma práctica, ver en esa área? ¿Qué puedo hacer para conseguirlo? ¿Qué acciones, actividades, iniciativas, recursos, personas, etc., puede ayudarme para hacerlo? ¿Cuándo voy a comenzar? ¿Qué me gustaría ver en mis jóvenes y grupo al final del presente curso o año?
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