Pienso que un concepto equivocado de pecado puede llevarnos a una confusión acerca de lo que es moral e inmoral y a perder de vista los aspectos culturales, y por tanto, posiblemente cambiantes, de las manifestaciones del pecado. Como siempre, recobrar una correcta perspectiva bíblica puede ayudarnos a navegar en las muy revueltas y cambiantes aguas de la postmodernidad.
¿QUÉ ES EL PECADO?
Aunque pueda parecer una pregunta baladí, creo que muchos creyentes evangélicos tienen un concepto, cuando menos erróneo, de qué es el pecado. Hay una gran confusión entre el pecado en sí y las manifestaciones del mismo en nuestras vidas y conductas. Del mismo modo que no debemos confundir una enfermedad con la sintomatología que esta produce, no debemos confundir el pecado con sus síntomas.
Si vamos al capítulo tres del libro de Génesis veremos que el pecado es un acto de rebelión contra la autoridad soberana de Dios. Es una declaración de independencia. Es substraerse de la jurisdicción del Señor para declararse autónomo, independiente y vivir al margen de Él. Tiene sentido, ya que esta fue la tentación que el ser humano recibió de parte de la serpiente,
seréis como dioses.
El pecado es una cuestión del corazón, no de la conducta. Es decir, que el problema se genera en el corazón y es allí donde debe resolverse. Para un hebreo, no lo olvidemos, este órgano es el centro de control y mando del ser humano, es donde reside la voluntad, no donde residen las emociones según la visión contemporánea del corazón.
Es, por tanto, el corazón desobediente y en rebeldía hacia Dios el que genera las conductas que nosotros llamamos pecado y que, únicamente, son la evidencia de esa rebelión. El mismo Jesús afirmó que del corazón salen todas las cosas negativas y malas (Mateo 15:17-19). Por eso los profetas hablan de cambiar un corazón de piedra –insensible- por uno de carne –sensible- (Ezequiel 36:25-27). Por eso invitamos a Jesús a nuestro corazón, es decir, al centro de control y mando de nuestras vidas.
Lo que nosotros coloquialmente llamamos pecados son, ni más ni menos, los síntomas de que algo no anda bien en nuestra experiencia como seres humanos. Nos ayudan a poder diagnosticar nuestro problema y nos señalan la necesidad de volvernos hacia Dios y reconciliarnos con Él. Si nos centramos en los síntomas, creyendo que estos son el problema, nos volvemos moralistas. Podemos dar una capa de respetabilidad a los jóvenes dejando el problema del corazón intacto y sin cambio.
Dicho de otro modo, el problema no es que la gente se vaya a la cama con su novio o novia, que sean adúlteros, corruptos, avaros, viciosos, carnales, insolentes, arrogantes y un etcétera tan largo como deseemos. El problema es un corazón en rebeldía y desobediencia hacia el Señor, todo lo anterior es solamente un síntoma, más o menos grave, pero un síntoma.
¿PUEDEN LOS SÍNTOMAS CAMBIAR?
La raíz del problema nunca cambia, la rebelión y declaración de independencia con respecto al Señor, pero pudiera ser que la sintomatología que lo evidencia cambiara de época a época y de cultura a cultura. Vamos a abordarlo.
Nuestro concepto de pecado, entendiendo este como el síntoma externo de un problema interno, puede estar influenciado por muchos factores ajenos y externos tales como la época en que vivimos, el lugar geográfico, la denominación a la que pertenecemos y el sistema teológico al que nos afiliamos, sea todo lo anterior consciente o inconsciente.
Veamos algunos ejemplos evidentes. Para muchos bautistas del sur de los Estados Unidos –denominación a la que pertenezco- beber alcohol es algo evidentemente pecaminoso, sin embargo, no lo es la posesión de armas de fuego que es considerada como un derecho constitucional. Para un habitante del Mediterráneo como yo, el vino forma parte de nuestra cultura desde hace miles de años y lo consideramos una forma de honrar a nuestros huéspedes. Contrariamente, en un país tan violento como los Estados Unidos nos parece inconcebible que los cristianos posean y no estén en contra del tráfico y venta de armas ¿Qué factores culturales juegan aquí en la definición de pecado?
Sigamos con mi denominación que fue fundada precisamente para defender el derecho a la posesión de esclavos que trabajaban los campos de tabaco y algodón, base de la economía de los estados sureños. En aquella época no se consideraba pecado la posesión de seres humanos pero, ¿Quién en su sano juicio defendería hoy en día la esclavitud y no la consideraría contraria a la voluntad del Señor? ¿Qué factores temporales juegan aquí en la definición de pecado?
Hay denominaciones en las que las mujeres no pueden ni siquiera orar en público. Otras tienen pastoras, diaconisas y líderes ¿Qué factores teológicos influyen aquí en nuestra definición de qué es contrario a la voluntad del Señor y qué no lo es?
Podríamos continuar con el baile, ir a determinados espectáculos, los tatuajes, aretes en diferentes partes del cuerpo, pantalones y un sinfín de cuestiones que unos consideran pecado y otros no o consideran.
¿Llegará un día en que consideremos pecado el maltrato de los animales y el usarlos en experimentos científicos o, simplemente, para el consumo humano? ¿Es pecado el estilo de vida de derroche y despreocupación que vivimos en occidente, esencialmente Europa y los Estados unidos, sin ninguna preocupación por la sobre explotación del planeta y los recursos o la pobreza en el tercer mundo que sustenta nuestra riqueza y bienestar?
Lo que trato de afirmar es que no hay ninguna duda de que el pecado es una rebelión abierta del corazón contra la soberanía y la voluntad de Dios pero, los síntomas, ay los síntomas, son otra cosa diferente que tal vez pueden ser cambiantes.
ECHEMOS UNA MIRADA A JESÚS
Primero debemos considerar, aunque de forma breve, quién era Jesús. Estamos hablando del mismo Dios creador y sustentador del universo en forma humana. Pues bien, vemos que en los relatos de los evangelios su conducta era considerada como pecaminosa por los seguidores estrictos de la Ley de Moisés. La gente “espiritual” de la época consideraban mundana, condenable y digna de crítica la manera de vivir de Jesús.
Y desde su perspectiva tenían todo el sentido. El Maestro de forma continuada e intencional rompía las normas y convenciones sociales y religiosas de su época viviendo de una forma considerada mundana. Muy similar a lo que los “espirituales” del momento hacen juzgando lo que, desde su punto de vista, consideran conductas mundanas de otros.
También Pablo nos habla acerca del asunto cuando dirime el caso de aquello que comían carne que había sido sacrificada a los ídolos pues, recordemos, las mejores carnicerías de la época eran aquellas vinculadas a los templos paganos. En Romanos capítulo 14 se discute precisamente acerca de este tema pero el principio de fondo es las cuestiones opinables acerca de qué es pecado y qué no lo es, qué es correcto o incorrecto. Una lectura detenida de este capítulo puede ser de gran riqueza para ampliar nuestra comprensión del tema poniéndonos a nosotros mismos en el lugar de aquellos que juzgan a otros por cuestiones de conducta.
ENTONCES ¿QUÉ PROPONES?
Todo queremos tener una lista de lo correcto o lo incorrecto para saber cómo vivir, o lo que es peor, todos tenemos una lista acerca de cómo consideramos que otros deberían vivir y nos sirve de base para juzgarlos. Nos cuesta lidiar con la ambigüedad, buscando al Señor para discernir lo que es cultural, temporal y denominacional en nuestro concepto de pecado. He aquí, pues, mi propuesta
1.
Tengamos claro el concepto de pecado. Recordemos que podemos ser intachablemente morales y, sin embargo, tener el corazón con rebeldía y desobediencia hacia Dios. El Señor, tal y como dice la Escritura, mira el interior del ser humano.
2.
Enseñemos a los jóvenes el discernimiento. 1 Corintios 10:22-24 nos marca la pauta en este sentido y nos da principios para discernir en cada momento lo que es adecuado.
3.
Enseñemos a los jóvenes a que se preocupen de sus vidas y no de las de los demás y hagamos lo propio con nuestras propias vidas como líderes. En el antes mencionado capítulo 14 de Romanos el apóstol de manera tajante afirma,
¿Cómo te atreves entonces a erigirte en juez de tu hermano? (v.10) ¡Vaya, parece una advertencia muy fuerte como para no tenerla en cuenta!
4.
Enseñemos a la gente a depender y confiar en el Señor. Trabajemos en ellos el hábito de ir delante de la presencia del Señor para que Él, que sabe trabajar mucho mejor que nosotros, les muestre qué hay de pecado e incorrecto en sus vidas. Eso afirma el Salmo 139 en sus últimos versículos.
En resumidas cuentas, trabajemos no para moldear la conducta de los jóvenes según nuestra comprensión, a menudo cultural, local, temporal o denominacional, de lo que es pecado, antes al contrario, hagámoslo para ayudarles a ser maduros en Cristo Jesús para que en ellos se pueda hacer realidad lo que dice el escritor de Hebreos,
es propio de adultos, de los que ya están entrenados para distinguir entre el bien y el mal. (Hebreos 4:11-14)
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