Tú, Señor, mantienes mi lámpara encendida; tú, Dios mío, iluminas mis tinieblas. Con tu apoyo me lanzaré contra un ejército; contigo, Dios mío, podré asaltar murallas. Salmo 18:28-29 (NVI)
En el Salmo 18, vemos a David su autor, ante todo, un pastor de ovejas y poeta que componía sus canciones a su Dios, que un buen día, de repente, Dios lo escoge como soldado para enfrentar a Goliat, y desde ese momento, los gigantes se le multiplican en su andar en la vida; con la ayuda de Dios sale victorioso en las batallas y en la guerra. Al final de la vida, David mira retrospectivamente con gratitud a Dios, y escribe este Salmo y muchos otros, con el fin de recordar las grandes cosas que Dios había hecho en él, por él, para él y con él. Gracias a su Dios, David se considera más que vencedor en todas aquellas difíciles pruebas: “Con tu apoyo me lanzaré contra un ejército; contigo, Dios mío, podré asaltar murallas…”.
En efecto, Dios da poder sobrenatural para vivir la vida cristiana, en la cual como seres humanos imperfectos, nos enfrentamos tantas veces a fortalezas y murallas espirituales, más allá de lo que podemos imaginar. La imagen que tenemos originalmente de David es la de un muchacho buen mozo, que con su lira compone y canta sus poemas al SEÑOR. Estos versículos - por esa fibra de poeta que todavía corre por las venas de David- nos dan la imagen del guerrero, de un ser humano que lleva la luz para iluminar la densa oscuridad en la cual su enemigo, el rey Saúl, y sus acólitos han caído, a pesar de que David es anciano que no ha perdido su vivacidad; es una imagen de fortaleza, belleza, valor cívico, valor militar, proezas físicas admirables y un valor indomable. El alma del guerrero no tiene miedo, y unida a Dios se siente fuerte y audaz. Si está en Dios, en la victoria final él será más que vencedor, porque será Dios mismo peleando por él.
David está consciente de que las tropas enemigas se amotinan a su alrededor. Sus armamentos son fuertes; sus consignas rompen el silencio en donde se va a librar la batalla; las espadas y las lanzas brillan a la luz del sol. Cada soldado enemigo está equipado con dardos de fuego y lanzas filosas. Palabras de burlas, ¡ah, cómo se burlan los poderosos de los que ellos creen débiles!, igualmente blasfeman; el ruido del ejército del enemigo al avanzar, congela la sangre al más valiente; el ejército marcha confiado en sus armas, sus caballos, sus carros y sus tropas bien entrenadas para la guerra… Enfrente del enemigo se ve a David, su voz se oye en medio del campo cuando dice otra vez, su consigna estrenada el día en que venció a Goliat: “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del Señor Todopoderoso, el Dios de los ejércitos de Israel, a los que has desafiado” (1 Samuel 17:45 NVI). Fortalecidos por Dios se llega a ese momento en que uno puede decir como la reina Esther, “y si perezco, que perezca” (Esther 4:16). Así, el rostro de David y el de su ejército están llenos de calma y seguridad; su victoria es un hecho consumado porque saben que son más que vencedores y triunfarán.
Este mundo en el cual vivimos ya no es el mismo al cual llegamos; hemos dado un salto atrás en dimensiones que nunca imaginábamos, aun en las mentes más negativas y pesimistas. ¿Qué haremos? Tenemos que pasar por en medio de tropas enemigas, no podemos eludirlas; de todos modos, ellos vendrán por nosotros; somos incómodos. En el momento en el cual estamos, tenemos que ver la fidelidad de Dios con su pueblo a través de los tiempos, en sus luchas, pruebas y tentaciones; será como el tamiz para refinar la fe. Nadie sabe el futuro en este mundo, pero nosotros sabemos que, nuestra lucha es más que contra sangre y cuerpo es en realidad, una lucha espiritual, "Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas" (2 Corintios 10:4 RV60). Habrá fortalezas que derribar; una dificultad tras otra en nuestro transitar por la fe; muchas cosas se pueden agigantar como murallas para frenar nuestro avance, sin embargo, muchos de nosotros, tal y como como David, debemos recordar que nuestro amado JESÚS, quien nos dio victorias en el pasado, está con nosotros. ¡Debemos guiar a los guerreros más jóvenes, a los nuevos, a los distraídos, a los indiferentes y sobre todo, a los que Dios ya tiene en medio nuestro! Esos muros, pueden ser gigantes para nosotros, ¡pero vistos con los ojos de JESÚS son pequeños y fáciles de vencer! ¡Guerrero, prepárate, enfílate, corre porque ellos confían en sus ejércitos, pero nosotros vamos con JESÚS, nada ni nadie nos podrá detener! “¡Somos más que vencedores!” ¡Upernikáo! es la palabra griega que Pablo utiliza para designar tal afirmación (Romanos 8:37 RV60).
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