Nos conocimos en Hungría. Allí conocías a gente de mil sitios; jamás imaginé que fuera a hacer amigos macedonios o albanos... Me fascina conocer gente de otros países. Pero sin duda había un chico que destacaba entre todos los demás. Cuando nos presentamos, me dijo que era israelí (lo cual me pareció una magnífica ocasión para practicar mi hebreo, aunque acabé demostrando que me queda mucho por aprender). Ahmed venía con un grupo de israelíes evangélicos, lo cual, en un evento protestante, causaba verdadera sensación.
Mi amigo Ahmed tiene el porte de un guerrero tuareg, y el rostro lleno de una paz que sólo da conocer a Jesús personalmente. Su piel es morena y siempre lleva un abrigo con capucha de pelo; de su cuello cuelga una bufanda palestina. Su nombre llama la atención... ¿Por qué un israelí utilizaría un nombre árabe? Nada parece tener sentido en la apariencia de Ahmed, teniendo en cuenta su procedencia...
Recuerdo mi viaje a Israel. Hace ya casi un año, un domingo cualquiera, me encontraba vagando por las calles de Haifa, la ciudad al pie del monte Carmelo, buscando una iglesia en la que reunirme. Me habían indicado una: “Haifa Baptist Church”. Por el nombre imaginé que se trataba de algún grupo europeo residente en Israel. Tras mucho caminar hacia ningún lado (los que me conocen saben de mi “agudo” sentido de la orientación) encontré la dirección del lugar. Se me abrieron los ojos como platos al ver que, donde yo esperaba una iglesia occidental, se erigía un templo judío mesiánico... No lo podía creer... ¡Iba a reunirme con el remanente de Israel, aquellos judíos que habían reconocido a Jesús como el Mesías prometido! Sería algo sensacional. De pronto, salió del edificio un hombre que iba a tirar la basura.
- Disculpe, ¿es esta la Iglesia Bautista de Haifa? -Pregunté.
- Hace tiempo que se mudaron. Y nosotros no tenemos ninguna reunión a esta hora.
Habían cambiado de local, y ahora éste lo utilizaba la comunidad mesiánica. Admito que me llevé una decepción enorme; pero aquel señor, muy amablemente, me guió hasta la famosa iglesia (que llevaba ya como 45 minutos buscando). Al llegar, la vi, como una especie de búnker cuadrado, de dos pisos, con un letrero con el nombre de la iglesia. Desde luego no era lo que yo me esperaba; pero la mayor de las sorpresas me la llevé al entrar en el recinto. Estaban todavía en el tiempo de alabanza, y los powerpoints de las canciones estaban escritos con caracteres árabes. No entendía nada de lo que allí ocurría. Al fijarme en la gente, la gran mayoría era de etnia árabe. Mi cerebro procesaba la información con mucha lentitud: ¿árabes? ¿cristianos? ¿mesiánicos? ¿israelíes? ¿qué es lo que pasa aquí? ¡Están alabando a Jesús en árabe! (y de hecho tenían, además de sus cantos tradicionales, canciones de Hillsong y Michael W. Smith traducidas).
Nuestra cultura occidental tiende a la categorización del entorno que conoce; de modo que la interpretación que damos a lo que sucede en oriente medio es algo parecido a esto: hay un país llamado Israel, compuesto por judíos, y otro país, llamado Palestina, compuesto por árabes. Si eres “pro-Palestina”, automáticamente apoyas la supresión del estado de Israel y defiendes la restauración de los territorios palestinos. Por otro lado, si te consideras “pro-Israel”, te manifiestas en contra de los palestinos y defiendes a ultranza al pueblo judío. Normalmente los evangélicos españoles tendemos más hacia esta segunda postura. Pues bien, ambas categorías son extremistas e insanas, pero desgraciadamente son las que predominan. Será que desconocemos la existencia de un término medio. “Bienaventurados los pacificadores”, dice el Señor.
Antes de continuar con el artículo, y previendo las posibles reacciones que se puedan generar, debo aclarar algo: estoy muy lejos de ser antisemita. Amo al pueblo judío, me compadezco por su historia llena de persecuciones, apoyo la existencia del estado de Israel y estudio su idioma como carrera universitaria. Pero por otro lado, Ahmed me dijo una frase que la gran mayoría de los creyentes jamás nos hemos planteado: “Dios ama igual a los israelíes y a los palestinos”. Efectivamente, cuando Jesús murió, también lo hacía por los palestinos. Generalmente los protestantes españoles creemos que todos los israelíes son buena gente que proviene de una estirpe sagrada; y vemos a todos los palestinos como bestias paganas que ponen bombas en autobuses. Efectivamente, los judíos provienen del antiguo pueblo de Israel, y eso los hace muy especiales; de la misma manera, existen extremistas árabes que no merecen la más mínima tolerancia con sus actos. Pero si ponemos un pie en Israel y procuramos ser críticos, descubriremos que no se trata de una guerra de buenos contra malos, y que en el seno de ambos bandos hay inocentes que sufren injustamente. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”, dice el Señor.
Pero mi intención no es entrar en la polémica del conflicto. Más bien quisiera presentaros a un grupo social desconocido hasta ahora; un colectivo que se encuentra en el medio de ambos bandos. Una minoría que sufre la discriminación de las dos etnias mayoritarias. Lo más grave es que son nuestros hermanos en la fe, y no reciben demasiado apoyo por nuestra parte (quiero creer que por desconocimiento).
Finalmente Ahmed me reveló quién era: es palestino, pero nació en territorio israelí, de modo que posee ambas identidades. Lo más importante de todo: es un hijo de Dios nacido de nuevo. En su grupo de israelíes evangélicos había judíos mesiánicos y árabe-israelíes cristianos. Convergen personas de ambos bandos. Yo he visto con mis propios ojos a judíos y palestinos bailando juntos en un corro. Cuando le pregunté a Ahmed si era cierto lo que estaba viendo o eran alucinaciones mías, me dijo: “todos nosotros pertenecemos a Jesús, y ya no importa si eres judío o palestino; tenemos un vínculo que nos une mucho más que cualquier guerra: el amor de Dios nos ha cambiado”.
Nuestro mayor deseo para Tierra Santa como hijos de Dios debería ser la convivencia pacífica de todos sus habitantes. Suena a utopía, ¿verdad? Después de conocer a Ahmed estoy convencido de que sólo hay un camino hacia la reconciliación entre los hombres: el sacrificio de Jesús, que nos reconcilió con Dios. En cierta ocasión, el grupo israelí estaba sentado en un bar tomando algo juntos. Ahmed se acercó para saludarme y le dije: “la paz entre Israel y Palestina depende en gran medida de las personas que están en esa mesa. Sois un punto clave en la obra de Dios, y prometo orar por ti y por tus amigos”.
Durante todo el evento animé a Ahmed a venir a España para explicar la situación de los cristianos judíos y palestinos, y a él le entusiasmó la idea. Pero en cierta ocasión, consciente del odio que se desprende desde occidente hacia uno u otro bando, me preguntó: “Denis, cuando vaya a España, ¿debo decir que soy palestino o israelí?”. Tan sólo espero que, cuando llegue el momento, Ahmed pueda explicar libremente cuál es su identidad a los hermanos españoles; y que no reciba prejuicios de nuestra parte, sino que se sienta amado. Pertenecemos a un Reino mucho más fuerte.
“Orad por la paz de Jerusalén: Sean prosperados los que te aman”. Salmo 122:6
NOTA: “Ahmed” es un pseudónimo que le he dado a mi amigo para proteger su privacidad.
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