La otra tarde fui espectador por azar del zapping (cosas del verano, supongo) de uno de esos programas televisivos que pretenden causar un gran impacto en la audiencia. Se trataba de una serie acerca de los grandes tipos de guerreros de la historia, enfrentando en cada programa a dos arquetipos determinados de combatientes.
El desarrollo del mismo era el siguiente: Se creaban armas parecidas a las que usaba, por ejemplo, un gladiador de la Antigua Roma, para después simular, con maniquíes de silicona y dianas, el efecto que tendrían sobre el cuerpo humano los golpes asestados con esos instrumentos punzantes o arrojadizos. Todo ello culmina con una escenificación - la parte sin duda más dinámica e interesante del por otro lado, pseudocientífico programa - de cuál sería el resultado de una pelea real de guerreros de distintas épocas y culturas, a modo de resumen, tras el resultado que un programa informático arroja después de introducirle un montón de datos al respecto.
Bien, pues el programa concreto que vi de esta serie trataba de enfrentar a un guerrero de la antigua Esparta – bendito Frank Miller, los ha puesto de moda después del comic y la peli de “300” – y a un ninja japonés. El programa, entre espadazo y mazazo al maniquí, explicaba que la ventaja con la que contaba el guerrero ninja es que siempre atacaba durante la noche, con sigilo y que dominaba el arte del camuflaje, así como un montón de armas que, si bien no derribaban al enemigo de un ataque, lograban minar su resistencia de una manera letal en unos pocos segundos (especialmente terribles me parecieron unos huevos, teñidos de negro por fuera y rellenados manualmente por los ninjas con minúsculos fragmentos de cristal, que este arrojaba directamente a los ojos de su contrincante, con la consiguiente dolorosa y rápida ceguera que le infligían a aquel al estallar). ¡Caramba! A estas alturas ya veo que el programa logró captar mi atención, aunque sea de estos documentales de todo a 1€…qué se le va a hacer, soy humano…
Lo cierto es que siempre he creído que como jóvenes y mucho más como jóvenes cristianos, estamos expuestos a este tipo de ataques sigilosos y mortalmente dañinos en poco tiempo. Pero no estoy hablando de ataques físicos – al menos en España, hay quién soporta palizas por su fe y eso sí que es admirable -. Ni siquiera hablo de las fuerzas del mal, aunque se da por sobreentendido que éstas se frotan las manos de placer al vernos asediados de lo que ahora voy a mencionar. Estoy hablando de pequeñas cosas que se cuelan en nuestra vida y que nos asestan golpes desde nuestro interior, cegando nuestro entendimiento y sobre todo, frenando nuestro crecimiento espiritual y nuestra relación con Dios mismo.
Pero son cosas sin duda que pasan desapercibidas a nuestra percepción, a saber:
Para empezar, nos atacan los ninjas de la incomunicación o la falsa comunicación, con el mal uso del, por otra parte muy útil para promocionar eventos, dichoso facebook y otras redes sociales (“Hola, me llamo Ambrosio[1], 25 años, de Madrid, tengo 1389 amigos en facebook y 1257 personas me siguen en twitter – no son las mismas, lo juro - y eso que no salgo de mi habitación”). Estas herramientas de sociabilización me recuerdan al programa de Gran Hermano en su primera edición (nadie lo veía supuestamente o como mucho, 5 minutos al día mientras estaba en publicidad la peli de turno. Creo que vamos ya por la 11ª edición de ese “experimento sociológico” o “zoológico”, según se prefiera…). De hecho, quiero extenderme un poco más en este apartado, porque aunque la era de internet ha hecho posible que mandemos emails o hagamos transacciones instantáneas desde nuestras casas, amén de un sinfín de ventajas que no tengo espacio para mencionar, también está creando una generación de jóvenes (y personas en general) que apenas hablan con sus padres y que prefieren divertirse con aplicaciones informáticas que simulan que son estrellas de rock o que tienen una granja, o un castillo que defender antes que salir a hablar con los amigos reales compartiendo un refresco o un paseo en bicicleta. Puedes reconocerlos cuando los ves en los vagones de metro con unos cascos tamaño “peinado de la princesa Leia” y han empezado a sustituir las palabras por sonidos guturales aspirantes a monosilábicos como respuesta a las preguntas que se les hacen. Eso me parece extremadamente peligroso. La base de la vida está en la comunicación real, vertical y horizontal, para con Dios y para con el resto de nuestros semejantes. Por algo Cristo es llamado “el Verbo” en el evangelio de Juan. Pero prosigamos con otras guerreros ninja invisibles, disfrazados, que nos quieren vencer en la batalla.
De igual forma, nos invaden los ninjas de la autocomplacencia y la autocompasión. Esos son de los peores, pues no hay nadie en peor estado que quién cree que ya lo ha alcanzado todo o, por el contrario, quién cree que no es capaz de alcanzar nada en la vida. Ni tú eres el peor ni el mejor del mundo (la Biblia habla en la carta de Romanos de que todos la hemos “pifiado” alguna vez. Es más, lo hacemos constantemente). Lo más curioso es que suele suceder que nunca nos hallamos en el término medio de humildad y razonable autoestima. Estos 2 ninjas parecen arrojarnos a las garras del otro como si fuéramos una pelota de ping-pong y hay que evitarlo.
Como está escrito:
No hay justo, ni aun uno;
No hay quien entienda,
No hay quien busque a Dios.
Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;
No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.
Romanos 3:10-12
Por citar otros, pues la lista puede ser interminable, también padecemos los ataques de los ninjas como la pereza (“ya lo hará otro”) o el doble ánimo (que Santiago define en su epístola como causante de inconstancia en nuestras vidas). En el otro extremo de la cuerda, nuestra sociedad actual, frenética y descontrolada, nos ha pegado a la espalda también el ninja de lo inmediato, de las prisas innecesarias, del fast-food y de los resultados ipso-facto como garantía de éxito (como el capítulo de los Simpsons en el que Moe ha comprado una enorme freidora que es capaz de freír un buey en 40 segundos, a lo que Homer replica: ¡Jo! ¡Pero yo lo quiero yaaaaa!).
No estoy diciendo que dejemos el facebook, ni que no tengamos un ipod con cascos extragrandes (aunque ya lo decía Alex Sampedro, “quita el ipod porque suena a Cristo”) o que no nos demos ni un respiro, o por el contrario, una temporada algo acelerada. Lo que digo es que debemos hacer un examen interno y tratar de localizar que “ninjas” en concreto están tratando de colapsar esa vida abundante que me prometió Jesús (vida abundante que comienza aquí y ahora, esto no es la sala de espera del Cielo).
Neutralicemos con nuestra oración y nuestra acción diaria a todos esos enemigos, depositemos nuestra vida en la bancada del mejor mecánico del universo, nuestro Dios, y que Él ordene, corrija, afloje o apriete nuestras piezas según convenga. Él nos creó y sabe lo que mejor nos conviene. Te recomiendo que te acerques a Él con toda confianza, con tus propias palabras y puedas abrirle todo tu corazón, pues Dios mismo actuará en tu vida de una manera que ni puedes imaginar. Estoy convencido de ello.
Cuando veas los resultados, me lo cuentas en mi muro del “face” y yo pondré un “Me gusta”…
[1] Pedimos disculpas a los Ambrosios lectores de este artículo que se hayan podido sentir ofendidos por tal referencia. Para su descargo y tranquilidad, tenemos que decir que también barajamos la posibilidad de llamar a nuestro “hombre facebook” Sinforoso, Epigmenio, Leocadio e incluso Paquito…
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