En la postmodernidad la dimensión comunitaria de la evangelización será más y más importante. Las comunidades que se caractericen por la autenticidad, la genuinidad y honestidad tendrán un fuerte impacto en su medio ambiente.
¿RELACIÓN CON UN SER HUMANO SI PUEDES TENER UN ROBOT?
He leído un libro apasionante,
This will change everything. Ideas that will shape the future. Se trata de una obra colectiva en que diferentes científicos, pensadores e investigadores escriben acerca de las tendencias que moldearán nuestro futuro.
En uno de los capítulos, títulado
The robotic moment, escrito por Sherry Turkle, investigadora en el Massachusetts Institute of Technology, habla de los impresionantes avances en el mundo de la robótica.
En un futuro no muy lejano, afirma, los robots, que no serán artefactos metálicos con voz de sintetizador, formarán parte de nuestra vida cotidiana.
Esta investigadora habla de dos etapas. En la primera etapa, será preferible tener un robot a no tener nada. Es decir, será mejor que un robot acompañe a nuestros padres ancianos en la casa, les de conversación y compañía, en vez de que estén solos y abandonados viendo la televisión. Esto será válido también para robots que ejercerán como niñeras, terapeutas, educadores, etc., etc.
Pero la autora habla de
una segunda etapa, en esta, será preferible tener un robot a tener un ser humano. ¿Sorprendente? Tal vez no, la argumentación que provee tiene todo el sentido del mundo. Los seres humanos y las relaciones con ellos son, a menudo, decepcionantes. Las personas rara vez están a la altura de nuestras expectativas, son impredecibles, difíciles de entender y satisfacer y nos defraudan constantemente, por tanto, ¿Por qué no tener un robot que sustituya esas relaciones carentes de genuinidad, honestidad, trasparencia y generosidad?
Un robot nunca nos defraudaría, siempre estaría cumpliendo con nuestras expectativas, estaría a la altura de nuestras necesidades y, si como afirma la investigadora, pueden llegar a tener funcionalidades sexuales, pueden convertirse en los compañeros perfectos, siempre serán fieles, nos satisfarán sexualmente, nunca se quejarán si no damos la talla en la cama, en fin, ¡el compañero o amante perfecto!
Todo esto nos puede parecer una tontería o una barbaridad, pero no olvidemos que estas, nos gusten o no, las entendamos o no, las aceptemos o no, son las ideas que moldearán el mundo futuro en el que viviremos.
ANHELO DE RELACIONES GENUINAS
Detrás de todo lo escrito anteriormente se esconde la necesidad y el anhelo de todo ser humano por relaciones que sean auténticas, genuinas, trasparentes y fiables. El ser humano está diseñado para vivir en comunidad, ya en el libro del Génesis el Señor afirmó que, no era bueno que el hombre estuviera solo. Por esa razón, le proveyó de una compañía adecuada puesto que existían necesidades que ni todo el resto del mundo creado, ni siquiera el mismo Dios, podían satisfacer. El ser humano está hecho para vivir en comunidad.
Nosotros somos salvados individualmente ¡Cierto! Pero para incorporarnos a un cuerpo, a una familia, a un pueblo, a una comunidad. No podemos ni debemos olvidar la dimensión comunitaria de la salvación. Del mismo modo que no podemos olvidar la dimensión comunitaria de la deidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Necesitamos desesperadamente de otros seres humano pero, al mismo tiempo, estas relaciones nos pueden causar, y de hecho nos causan, mucho dolor y sufrimiento. Esta es la contradicción, necesitamos de otros pero nos da miedo ser vulnerables porque podemos ser dañados.
Uno de los valores del hombre y la mujer postmoderna es la necesidad de lo genuino. La postmodernidad valora lo auténtico, lo integro, lo real. Siente una desconfianza innata y visceral hacia todo aquello que no es genuino, que huela a superficial, artificial, carente de integridad y sea postizo. En la postmodernidad no basta con tener la verdad, hay que vivirla, hay que hacerla creíble por medio de nuestra vida.
LA DIMENSIÓN EVANGELIZADORA DE LA COMUNIDAD
Los evangélicos hemos hecho demasiado énfasis en la dimensión individual de la evangelización y hemos olvidado o no considerado suficientemente la dimensión comunitaria de la misma. Y precisamente, en la postmodernidad esta dimensión es la que adquirirá más y más importancia y se convertirá en imprescindible si deseamos tener un impacto en nuestro mundo.
La cultura postmoderna se caracteriza por la pluralidad de estilos de vida disponibles para poder organizar nuestro proyecto personal de vida. En este contexto, el cristianismo es simplemente uno más de los muchos estilos de vida disponibles.
Los estudiosos de la cultura y el mundo postmoderno afirman que
cuando hay esa competencia entre estilos de vida, todos ellos tratando de ganar nuestra adhesión, los únicos que tienen posibilidades de sobrevivir y triunfar, son aquellos que cuentan con una buena estructura de credibilidad.
Una estructura de credibilidad es simplemente, en palabras de estos expertos, una comunidad que vive y encarna los valores que ese estilo de vida pregona y propugna.
Dicho de otra manera, sin una comunidad que encarne los valores de un determinado estilo de vida, no hay posibilidad de influencia ni supervivencia. No tienes una comunidad que ilustre lo que predicas, pues es cuestión de tiempo que te quedes fuera del mercado.
Esto nos lleva a la importancia que en la postmodernidad tiene la comunidad como instrumento evangelizador. Porque la comunidad, con su vida, se convierte en la estructura de credibilidad de la fe cristiana. Sin comunidad no somos creíbles ante un mundo postmoderno.
LA COMUNIDAD RESTAURADORA
Pero para que la comunidad cristiana sea fiable y creíble en un mundo postmoderno caracterizado por desconfianza, el escepticismo y el cinismo ha de ser genuina, consistente e íntegra.
La comunidad cristiana es, ni más ni menos, que una comunidad de miserables en proceso de rehabilitación. Somos una comunidad de mentirosos, adúlteros, lascivos, avariciosos, orgullosos, prepotentes, lujuriosos, glotones, chismosos, mentirosos, explotadores, abusadores, deshonestos, adictos a la comida, la pornografía, el trabajo, las drogas, los medicamentos, el tabaco, controladores, hambrientos de poder y notoriedad, insensibles, defraudadores y, un largo, etcétera que nunca acabaría. Si, somos todo eso, somos miserables pero ¡En proceso de rehabilitación!
Lo que nos diferencia del mundo que nos rodea no es que seamos mejores que ellos ¡Que no lo somos! Sino el simple hecho que hemos experimentado la gracia de Dios y estamos en proceso de curarnos y rehabilitarnos de todo lo anteriormente mencionado y, seamos honestos ¡Qué difícil resulta ese proceso!
Somos gente rota a la que Dios está curando y restaurando. Somos gente vulnerable que en cualquier momento podemos volver a caer. Somos gente necesitada de ayuda y, por eso, la comunidad nos provee ese entorno donde podemos estar a salvo, ser nosotros mismos, mientras pasamos por este proceso de restauración.
Hemos de ser genuinos y honestos. No somos perfectos ni mucho menos. No estamos liberados del pecado, ni mucho menos. No es oro todo lo que reluce, ni mucho menos.
Pero es precisamente esto, nuestra imperfección, nuestra honestidad al reconocerla, lo que atraerá al hombre postmoderno a nuestras comunidades. Es paradójico que precisamente aquello que tratamos de ocultar se puede convertir en nuestro principal recursos para impactar al mundo postmoderno, es decir, nuestra triste realidad como seres humanos rotos que están en un proceso de ser restaurados y, por eso mismo, podemos entender, compadecer y dar la bienvenida a otros que, rotos como nosotros, buscan ser restaurados.
Sin embargo, no es esto lo que el hombre roto encuentra en nuestras comunidades. No somos genuinos, honestos ni trasparentes. Proyectamos una imagen de santidad, perfección y superioridad moral que, no solamente aleja al pecador, sino que no es creíble porque todo el mundo sabe que el falsa. No nos habría de extrañar que prefieran un robot antes que un cristiano.
LA ORIENTACIÓN DE LA BIBLIA
En el libro de Hebreos en el capítulo 5 versículos 1 al 3 leemos lo siguiente,
Todo sumo sacerdote es escogido entre los hombres, designado para representarlos delante de Dios y para presentar ofrendas y sacrificios por los pecados. Y el sacerdote, como también él está sujeto a las debilidades humanas, puede tener compasión de los ignorantes y extraviados; y, a causa de su propia debilidad, tiene que ofrecer sacrificios por sus pecados tanto como por los pecados del pueblo.
Es interesante,
el sumo sacerdote debía ofrecer, en primer lugar, sacrificios por sus propios pecados, es decir, no olvidar nunca su propia condición miserable, pecadora e indigna a los ojos de Dios. Entonces, y sólo entonces, después de haber enfrentado su propia realidad como ser humano, estaba en condiciones de ofrecer sacrificios por el pueblo y sus pecados. El sumo sacerdote podía y debía ser compasivo porque, al fin y al cabo, era como ellos, un miserable necesitado de perdón.
Sólo cuando la comunidad cristiana es honesta con su propia realidad miserable y pecadora puede estar en condiciones de ser un agente de restauración en un mundo roto y fracturado. Cuando reconocemos que no somos perfectos, ni moralmente superiores, ni más dignos que la gente que nos rodean, podemos ser compasivos y misericordiosos con ellos, podemos identificarnos con su situación porque es similar a la nuestra. Entonces nos podemos convertir en una comunidad restauradora y terapéutica, donde la gente puede ser ella misma, genuina y vulnerable, miserable entre miserables.
Desgraciadamente, cuando tratamos de ocultar nuestra realidad perdemos el que puede ser nuestro principal elemento de evangelización en un mundo postmoderno, el valor redentor, restaurador y sanador de una comunidad de gente auténtica y genuina. Si no queremos o podemos ser genuinos, no nos extrañe que la gente prefiera un robot.
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