Cerca de mi casa hay un enorme terreno de matorral, pastos y tierra seca, como suele serlo en el sur de España. Me gusta pensar y orar mientras paseo por allí. Hace poco, miré por la ventana después de desayunar y vi que, aunque había algunas nubes en el cielo, hacía sol. Cuando estaba a una considerable distancia de casa, sentí una pequeña gota de agua caer sobre mí.
No le di importancia y continué caminando al mismo ritmo. No tardó en caer otra gota, seguida de otra, y otra más. Me di la vuelta y aligeré el paso. Unos segundos más tarde, llovía copiosamente y tuve que correr a casa. Como podréis imaginar, llegué completamente empapado.
La vida está repleta de sorpresas, ¿no es así? Boris Pasternak, un poeta ruso galardonado con el Premio Nobel de literatura, afirmaba que
«lo inesperado es el mejor regalo que la vida puede ofrecernos».[1]
Aunque a todos nos encantan las sorpresas gratas, nuestras vidas también son marcadas por las sorpresas que preferiríamos no recibir. Irrumpen en nuestras vidas como huéspedes sin invitación. En un momento dado, estás seco y, al momento siguiente, ya no lo estás. En un momento dado, tienes un trabajo y, al momento siguiente, estás desempleado. En un momento dado, estás sano y, al momento siguiente, te asalta la enfermedad. En un momento dado, te encuentras junto a la persona que amas y, al momento siguiente, esa persona deja de estar a tu lado. La vida es así y todos lo sabemos. En la vida, de repente llueve.
Algo que nunca deja de sorprenderme es lo transparente y abierta que es la Biblia al tratar este tema. Cualquier lector franco puede llegar a la conclusión de que decidirse a seguir a Jesús no garantiza el fin del sufrimiento producido por cambios inesperados. Prácticamente la mitad del libro más extenso de la Biblia, los Salmos, se puede describir como lamentaciones, escritas por personas a las que les sobrevinieron sorpresas negativas que los pusieron ante situaciones que habrían preferido evitar.
Por otro lado, las páginas de la Biblia transmiten un profundo mensaje de esperanza y de solidaridad. Se da a conocer a un Dios que desea estar junto a nosotros cuando tengamos que enfrentarnos a cambios repentinos en nuestra existencia y que promete acompañarnos. David, autor de un gran número de salmos, confesó lo siguiente:
«Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado [...]».[2]
Thomas Chalmers, un matemático escocés y líder religioso nacido en 1780, demostraba la misma confianza:
«Cuando voy por el sendero, Él está conmigo. Cuando estoy acompañado y desvío todo pensamiento de Él, nunca me olvida. En las silenciosas horas de la noche, cuando cierro los ojos y mi espíritu se sume en la inconsciencia, su ojo atento que nunca duerme vigila mi sueño. No puedo alejarme de su presencia».[3]
Puede ponerse a llover cuando menos lo espere. Sin embargo, no estaré solo. Estoy seguro de que eso es lo que marca la diferencia.
[1] Reavey, George,
The Poetry of Boris Pasternak, p. 5 [Traducción libre]
[2] Salmo 23:4 (NVI)
[3] «The Scots magazine and Edinburgh literary miscellany», vol. 79, p. 126 [Traducción libre]
Si quieres comentar o