Lunes. 7:00 am. Suena el despertador, te levantas. Ducha, te vistes y desayuno rápido –Señor, bendice este café antes de que se enfríe, enelnombredeJesúsAmén – y corriendo a montarte en el metro o al atasco habitual. Llegas. Trabajas hasta las 14:00 pm. Puaj, la comida del menú de hoy sabe rara, se nota que es un recalentado de horno que le han servido a otros cientos de personas que pasan por este famoso restaurante franquicia. Vuelves al trabajo. Hay que sacar adelante el proyecto x, que tenía que estar ‘para ayer’. Lo sacas adelante, pero te quedas una hora –no pagada, claro – más de tu jornada. Corres al metro o al atasco, son ya las 19:00. Llegas a casa, las 20:00. Fuera zapatos, fuera traje/disfraz, nueva ducha y a cenar. Mmm, “Congelbóndigas”, esto sí que es comida. Las 22:00, toca evadirse. Ves el programa de televisión de éxito o el estreno de la semana (o el 14º capítulo de la sexta temporada de una de las 5 series que sigues). Recoges la mesa, apagas la tele, vas a tu cama. Lees durante 3 minutos algún libro –con suerte, hasta puede que sea la Biblia- justo antes de que se desplome con sus páginas abiertas sobre tu cabeza. Apagas la luz después del librazo. A dormir. 7:00 am. Hoy ya es martes.
Me gustaría pensar, querido y joven lector, que tu vida no se parece a la que acabo de describir en el largo párrafo de arriba. Es cierto que la vida impone hoy un ritmo frenético y acelerado, lleno de exigencias. Pero creo que hemos obviado al ingrediente que le da sabor a todo y que tiñe los días grises de color: nuestro Dios. Me explico:
Desearía que tuvieras al despertar un pequeño tiempo para pedirle a Dios que bendiga tu día y hasta para decirle lo grande y maravilloso que es Él (puedes también aprovechar el atasco del coche si eso te ayuda, no todo en la M30 a las 8:00 tiene por qué ser negativo, hay “coches/altar de oración” que sirven mucho mejor que una catedral solemne e incensada).
Me gustaría pensar también que tienes el trabajo que te permite desarrollar tu vocación profesional sin demasiada presión o con la justa para tomártelo como un reto personal. Incluso te deja plantearte el hecho de poder hablar a tus compañeros de trabajo –y a tu jefe, uh, que miedo – de ese Dios que te ha cambiado la vida (aunque sea mientras degustáis ese prodigio de recalentado de ayer en ese restaurante que tiene cola todos los días para poder entrar).
Quisiera que pudieras volver a casa a una hora más o menos prudencial, la suficiente como para hablar un rato con tu familia, compartir tus impresiones y pasar un tiempo de risas o de reflexión sobre los retos y problemas a afrontar, oyendo la voz de todos.
Sería feliz al saber que estás involucrado y comprometido de corazón en alguna de las actividades de tu iglesia local. Ya lo dijo Jesús: “la mies es mucha, pero los obreros, pocos”, aquí hay trabajo para todos, vamos.
Eso sí, esto no es la peña de “Amigos del jamón de pata negra”, no se trata de colaborar en la iglesia como quién hace footing o cursillos de inglés y ofimática –todo muy necesario, por otra parte-. Se trata de trabajar con ilusión, con pasión en las cosas del Creador del Universo. Además, piensa que lo vas a hacer rodeado de gente que también va a tener esa misma ilusión, verdaderos amigos. Ten ánimo para ello, todo más pronto o más tarde dará su fruto.
1Co 15:58 “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.”
Por último, me encantaría pensar que, después de la película o la serie, tu último tiempo del día también es de oración y búsqueda de la presencia de Dios en intimidad o, al menos, de lectura, reflexión y estudio sobre su Palabra.
¿Te he agobiado con mis deseos, lector, o, te he alentado a cambiar un poco aquello que vivimos –y me incluyo – día a día?
Considero que los jóvenes de hoy debemos procurar – igual no lo conseguiremos todos los días, pero hay que entrenarlo – acordarnos de nuestro Dios en nuestras realidades cotidianas. Si nuestra meta es ser relevantes para este mundo, alumbrar el camino para que otros conozcan a Jesucristo, no basta “la oración del café”.
Dedica tiempo de calidad a tu Señor y Salvador. No te condenes si hoy sólo has tenido quince o veinte minutos de ese tipo de tiempo que usas para darle la gloria a Dios de diversas maneras –orando, aprendiendo de Él, trabajando en Su obra, compartiendo su mensaje con otros y un largo, etc. -, Dios te ve y conoce tus circunstancias; más bien piensa que mañana es una buena oportunidad para darle un giro a tu vida y empezar de cero. Empéñate de todo corazón en buscarle a Él, en preguntarle el camino a seguir, los pasos a dar cada día, cada mes, cada año, los proyectos a realizar. Pídele que Él despeje tu agenda o que te ayude a administrar bien los ratos libres de la misma.
Durante toda la elaboración de este artículo, Dios ha puesto en mi corazón este versículo del libro de Eclesiastés: Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que lleguen los días malos y vengan los años en que digas: «No encuentro en ellos placer alguno». (Ecl. 12:1)
Vive la vida con Dios y para Dios, Él llenará todos tus días de buenos y sabios momentos.
Rrrrrring, 7:00 am. Suena el despertador…¿?
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