Es plena hora punta. En la estación de metro de L'Enfant Plaza, de Washington D.C., cientos de personas se dirigen al trabajo en una fría mañana de enero.Repentinamente, un hombre vestido con vaqueros, una camiseta de manga larga y una gorra de béisbol saca un violín de su funda y empieza a tocar. Deja la funda abierta delante de él, con la esperanza de que los transeúntes se dejen llevar por la generosidad y le den algo de dinero por su actuación.
La primera obra es la «Chacona», compuesta por Johann Sebastian Bach y descrita como una de las composiciones para violín más difíciles de ejecutar correctamente. Pasan tres minutos antes de que la primera persona se detenga a escuchar unos instantes.
Durante 45 minutos aproximadamente, aquel hombre interpretó varias composiciones de música clásica extraordinarias. En total, 1.097 personas pasaron junto a él mientras tocaba. Solamente seis se detuvieron para escuchar unos minutos, mientras que 20 arrojaron algunas monedas en la funda, pero continuaron caminando. Al final de su actuación, había recibido cerca de 23.00 euros.
Aquel violinista era Joshua Bell. No sé si habréis oído hablar de él. Es uno de los mejores músicos del mundo y el violín que tocó en el metro está valorado en 2,5 millones de euros. Dos días antes, se habían agotado las entradas para su actuación en un teatro de Boston, que costaban una media de 70 euros cada una.
El concierto de Joshua Bell en el metro
era un experimento realizado por el Washington Post, uno de los periódicos más reputados de EE.UU., y se grabó con una cámara oculta.[1]
Su objetivo era evaluar la capacidad de las personas de apreciar y valorar la belleza y el talento en contextos desacostumbrados.Si tú hubieras estado en la estación de L'Enfant Plaza esa mañana, ¿cuál crees que habría sido tu reacción? En mi caso, dado que siempre suelo ir con retraso, lo más probable es que hubiera pasado de largo.
Dios suele aprovechar las situaciones poco comunes y los contextos desacostumbrados para transmitir belleza y esplendor.
En la Biblia abundan los pasajes en los que se narra cómo la música de Dios alcanzó a muchos en los lugares y las situaciones más inesperados.
Uno de ellos fue Elías. En cierta ocasión, en que se encontraba en un monte llamado Horeb, a Elías le invadió el temor, el cansancio y el desaliento.Entonces, según el relato bíblico, empezó a soplar
«[...] un viento recio, tan violento que partió las montañas e hizo añicos las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Al viento lo siguió un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo».[2] Después, solo entonces, Dios habló a Elías.
Bono, el vocalista de U2, lo describe de la siguiente forma:
«[...] Dios está allí donde viven los marginados, en los cartones que los indigentes utilizan como casas. Dios está en el silencio de una madre que ha transmitido a su hijo un virus que acabará con las vidas de los dos. Dios está en los gritos que se oyen por encima del clamor de la guerra. Dios está en los escombros de oportunidades y vidas malgastadas...
».[3]
Esta percepción me ha desafiado. Creo que la cuestión no es si Dios está o no tocando, sino hasta qué punto estamos dispuestos a reconocer su música en las estaciones de metro de la vida.Se podría decir que el violín de Dios suena allí donde menos lo esperamos. ¿Y si nos detuviéramos a escuchar?
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[1]
Washington Post(inglés) y
El País(castellano)
[2] 1 Reyes 19:11-12 (NVI)
[3] Keynote address at the 54
thNational Prayer Breakfast, Washington D.C., 2006.<}0{>Discurso principal durante el 54Desayuno Nacional de Oración, celebrado en Washington D.C. en 2006 [Traducción libre]
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