El sufrimiento humano es el trago amargo que desearíamos no beber. Idealizamos un mundo perfecto, ajenos a su presencia. Buscamos ganarle la partida, pero aunque la ciencia haya logrado mitigar algunos de sus embates, frente a la vida y a la muerte, el sufrimiento sigue floreciendo.
Al vienés Viktor Frankl (1905-1997), se le recuerda por haber sido un renombrado científico, especialista en neurología y psiquiatría. Pero también por cargar las marcas de ser un superviviente de tres campos de exterminio nazi durante casi cuatro años durante la Segunda Guerra Mundial.
El Holocausto le arrancó su familia, su esposa, sus posesiones más queridas, pero no sus sueños y su deseo de seguir viviendo. Desde su perspectiva, no solo como psiquiatra, sino como un prisionero obligado a atravesar ese infierno, obra macabra de la Alemania hitleriana, se propuso “analizar” el mayor de los enigmas de la vida: la existencia a través del sufrimiento. ¡Fue algo así como encontrar una bella flor en medio de un vertedero de basura! Esta investigación, hecha libro, se publicaría posteriormente con el título: “El hombre en búsqueda del sentido”.
El sufrimiento humano es el trago amargo que desearíamos no beber. Idealizamos un mundo perfecto, ajenos a su presencia. Buscamos ganarle la partida, pero aunque la ciencia haya logrado mitigar algunos de sus embates, frente a la vida y a la muerte, el sufrimiento sigue floreciendo como si se tratara de “mala hierba que crece en el campo”.
Desde nuestro contexto latinoamericano, “tierra de contrastes y sufrimiento”, hay una tendencia triunfalista en señalar la abundancia y la prosperidad sobre la fe genuina, mientras la pobreza, la ausencia de salud y el dolor, “demuestran falta de fe o de pecado”, pues no forman parte del plan de Dios, según dicen estos mercadólogos de la fe, que asocian el éxito cristiano con todo aquello que genere comodidad y bienestar personal, algo que sin duda es una vil manipulación y no refleja una teología cristológica.
La adversidad nos ayuda a crecer como seres humanos. El sufrimiento puede ser un instrumento que nos forma, nos vuelve más solidarios, menos egoístas y menos autosuficientes. Quizás porque nos recuerda lo frágiles y efímeros que somos ante la vida y ante Dios.
En tanto, el ser humano más consciente de su “valor pedagógico”, estará más cercano de descubrir el sentido de su existencia. Bien lo reafirmaba Frankl: “El sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como no pueden apartarse el destino o la muerte. Sin todos ellos la vida no es completa”[i].
C.S. Lewis, autor de las Crónicas de Narnia y El problema del dolor, entre otras de sus muchas obras, decía: “Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores: es su megáfono para despertar a un mundo sordo”[ii].
Por medio del sufrimiento el Siervo Sufriente, hecho verbo en la persona de Jesús, “aprendió lo que significa la obediencia a Dios”, nos dice Hebreos 5:8. Su dolor y sacrificio es a la vez la expresión máxima e incondicional de su gracia, esperanza y amor redentor para los que en él creen.
Para Frankl, padre de la logoterapia y demoledor del psicoanálisis freudiano, la experiencia le hizo redescubrir el valor de la vida, el amor, la libertad, el perdón, el propósito de la vida. Cuenta que un día después de su liberación caminando por los campos:
“Me detuve, miré en derredor, después al cielo y finalmente caí de rodillas. En aquel momento yo sabía muy poco de mí o del mundo, sólo tenía en la cabeza una frase, siempre la misma: «Desde mi estrecha prisión llamé a mi Señor y él me contestó desde el espacio en libertad». No recuerdo cuanto tiempo permanecí allí, de rodillas, repitiendo una y otra vez mi oración. Pero yo sé que aquel día, en aquel momento, mi vida empezó otra vez. Fui avanzando, paso a paso, hasta volverme de nuevo ser humano”[iii].
Es nuestro deber y es la voluntad de Dios luchar por combatir aquellos efectos del sufrimiento, siempre y cuando esté a nuestro alcance y sobre todo si éste trata de imponerse como un mal causado por otras personas que lo infligen para subyugar, explotar y violentar a otros seres humanos más vulnerables. Devolverle el sentido y la dignidad a la humanidad que ha perdido su identidad es una importante labor que la Iglesia al servicio del Reino no puede negociar u olvidar.
Alexander Cabezas Mora - Pastor y Teólogo - San José, Costa Rica
[i] Frankl, El hombre en búsqueda de sentido, p.72.
[ii] Lewis, 2001, p.39.
[iii] Frankl, 1997, p.94.
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