La pregunta es quién eres tú, un creyente de masas o un cristiano genuino. De la respuesta depende la vida y la eternidad.
Al convertirse el cristianismo en un fenómeno de masas y en una serie de infinitas actividades eclesiales, no es tan fácil distinguir a un cristiano verdadero del que no lo es, ya que existe el denominado creyente de masas: vive entre la masa, se reúne entre la masa, participa de la masa, camina dentro de la masa y sigue a la masa.
Sin embargo, la realidad de todo esto es que, aunque está asentado dentro de la cristiandad, no es parte de la misma ya que no ha experimentado un encuentro con Cristo ni un verdadero cambio en su corazón. Por eso vemos el creyente que canta, baila, danza, salta, grita, hace, dice, habla, lee, escucha, asiste, participa, va y viene, pero no ha nacido de nuevo; su corazón nunca fue regenerado ni su mente transformada y, por supuesto, no tiene el Espíritu de Dios (cf. Ro. 8:9). Participa de una religión como el que es miembro de un club social. De ahí viene el peligro de vender como avivamientos el número de asistentes a cualquier evento.
Jesús mismo no se fiaba de los grupos ni de los movimientos de masas: “Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Jn. 2:23-25). Creían en Él por los milagros que hacía y mientras los hacía, no después a la hora de la verdad.
En todas las épocas han abundado este tipo de “creyentes”: presidentes de naciones que juran con la mano en la Biblia y actúan de manera contraria a ella, países enteros que se autodenominan cristianos y viven de espalda a los valores éticos y morales predicados por Cristo, soldados que portaban una cruz durante las Cruzadas mientras asesinaban y violaban, católicos y protestantes que entablaron una guerra de 30 años, la Inquisición que decía actuar en nombre de Dios y torturaba a los que ellos consideraban herejes, sectas que proclamaban fechas del fin del mundo, etc.
A nivel más personal, y durante buena parte de la adolescencia y juventud, forman parte de la masa cientos de “creyentes” que terminan por desertar. El porqué casi siempre es igual o parecido: sus padres se congregaban e hicieron lo mismo con sus retoños. Allí hicieron sus primeras amistades y fueron miembros de una comunidad compacta donde iban a campamentos, hacían deporte y compartían la vida en general. Se movieron por el espectáculo de los llamados “conciertos cristianos”, por “ministerios” que anunciaban nuevas revelaciones de lo alto, por “líderes” carismáticos que hablaban de prosperidad y lluvia de bendiciones, y por supuestos eruditos que reinterpretaban la Biblia señalando que Dios no condena el estilo de vida homosexual.
Otros vivían según las emociones y no sobre una fe conceptual basada única y exclusivamente en las Escrituras. Y por último estaban aquellos que “reflejaban” espiritualidad cuando asistían a cultos, eventos, congresos y retiros pero vivían en carnalidad cuando nadie los veía.
Unos y otros, finalmente, se aburrieron y encontraron nuevas diversiones. Muchos empezaron por experimentar el mundo de la noche –fiestas, alcohol, sexo, desinhibición en el comportamiento y en la forma de vestir-, hasta que terminaron por establecerse en un nuevo estilo de vida. Para ellos, el bautismo fue un acto hermoso donde los que les rodeaban les felicitaron por el paso que habían dado, pero nunca significó nada ni tuvo calado personal. Durante años, Dios fue como un amuleto que no impactó realmente sus vidas. No le conocían.
Posiblemente tienes conocidos que dieron el paso definitivo de alejarse completamente del Señor. Algunos te cuentan que la vida les sonríe en todos los aspectos (económica, material, emocional y sentimentalmente) desde que dejaron toda esa vida “cristiana” atrás. Por el contrario, otros te narran con todo lujo de detalles que se sienten perdidos.
Nada de lo reseñado es una novedad surgida en este siglo. Lo vemos ya en los últimos días de Jesús: “Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt. 21:8-9). Esa multitud externamente le adoraba. Iba a liberarlos del yugo romano. Era el que venía en nombre del Padre para establecer Su Reino. Todo era maravilloso y prometedor.
Poco después el panorama cambió. El héroe dejó de serlo. La estrella del momento dejó de deslumbrar. No era lo que ellos esperaban. No entendían sus palabras. No querían realmente seguirle ni obedecerle, así que modificaron su actitud hacia otra hostil: “Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto. Y respondiendo el gobernador, les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos dijeron: A Barrabás. Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado!” (Mt. 27:20-23). Las masas se movían –y se mueven- al son de la trompeta. Por eso son tan volubles.
Siendo diferente entre la masa
Entre los muchos aspectos fascinantes de Jesús, llama la atención su manera de singularizar entre las personas. Jesús se compadecía de las multitudes (cf. Mt. 9:36), pero entre ellas buscó a la mujer con flujo de sangre que le tocó (cf. Lc. 8:43-48), se acercó ante el clamor de un padre para expulsar al demonio que poseía a su hijo (cf. Lucas 9:37-43), se detuvo ante los gritos del ciego Bartimeo (cf. Lc. 18:35-43), quiso comer con Zaqueo tras subirse éste a un árbol para verlo (cf. Lc. 19:1-10). Y así con muchos más.
Jesús no busca meros creyentes sino verdaderos cristianos singulares donde conocer a cada oveja y donde las suyas le conozcan y oigan su voz (cf. Jn. 10:14, 27). Busca individuos que escudriñen las Escrituras como los de Berea (cf. Hch. 17:11). Busca verdaderos discípulos que reconozcan sus errores como David cuando son confrontados por algún Natán (cf. 2 S. 12). Anhela mujeres como María, que guarden las palabras de Dios en su corazón (cf. Lc. 2:19). Desea personas como el etíope eunuco que le buscan y aceptan su mensaje de salvación tras comprenderlo y sin poner excusas (cf. Hch. 8:26-39). Sueña con hermanos que no digan amén cuando algunos que se dicen apóstoles proclamen mentiras (cf. Ap. 2:2). Quiere cristianos que no doblen su rodilla ante el humanismo y el hedonismo imperante de esta sociedad (cf. 1 R. 19:18).
En conclusión, cristianos que no lo sean por tradición y rutina sino por convicción, fieles a Dios y Su Palabra y no a costumbres humanas y religiosas, conscientes de su propia pecaminosidad y de la obra completa que Cristo realizó por ellos en la cruz.
La pregunta es quién eres tú, un creyente de masas o un cristiano genuino. De la respuesta depende la vida y la eternidad.
Jesús Guerrero Corpas – Autor – Algeciras (España)
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