El mito de que la psicología y el cristianismo son lados opuestos y que jamás podrán tocarse se deshace por momentos y menos mal que es así.
El mito de que la psicología y el cristianismo son lados opuestos y que jamás podrán tocarse se deshace por momentos y menos mal que es así. Sin embargo, recuerdo bien cuando empecé mis estudios en la universidad y aún a día de hoy, cuando me presentan a algún creyente de los de siempre como psicóloga cristiana: veía, y aún a veces veo, expresiones de sorpresa, escepticismo o incluso desaprobación.
Pero resulta, y me he cansado de explicarlo, que decir que un creyente nunca va a necesitar ir al psicólogo es como decir que nunca necesitará ir al médico. El psicólogo clínico (y le pongo el apellido clínico porque resulta que hay muchísimos tipos de psicólogos, que desde la misma ciencia tratan aspectos muy diversos de la conducta humana) no es otro que aquel que atiende, organiza y confronta los pensamientos, actitudes y problemáticas (en definitiva, conducta) que la propia persona expresa, ya sea verbalmente o en su forma de actuar.
Esto entra en conflicto con la ya desfasada idea de que un psicólogo es un sanador de la mente, o un mentalista, brujo, adivino, o cualquier otro concepto absurdo que se le haya otorgado a lo largo de los años. Una vez aclarado que los psicólogos no leemos la mente de nadie, prosigo a mi defensa de que un cristiano puede (y debe) acudir a un psicólogo cuando así lo necesite. ¿Y eso cuando ocurre? Pues evidentemente cuando tienes un problema que no sabes de dónde viene, o llevas años arrastrando, o sientes que eres incapaz de controlar y más bien te controla a ti. También cuando el médico te lo recomienda, porque incluso si después resulta que no lo necesitabas, tampoco va mal una visita para poder descartarlo.
En este punto, es inevitable que me pregunten: ¿eso significa que debo ir al psicólogo en lugar de buscar el consejo pastoral o del liderazgo? No. Debes hacer ambas cosas, tal como harías si tuvieras algunos síntomas preocupantes a los que no estás acostumbrado o no reconoces. Es decir, si de pronto sientes una fuerte presión en el pecho, acudirás al médico pero también lo compartirás con la persona que te esté pastoreando. El médico te dará un tratamiento y tu pastor otro. Ambos son buenos, y no son excluyentes, más bien se complementan.
Los médicos son una herramienta que Dios pone a nuestra disposición (en los países desarrollados económicamente sobre todo) y tenemos el privilegio de acudir a ellos, pero eso no excluye que vayas a contar con la oración de otros creyentes para que el tratamiento funcione y Dios sea glorificado en medio de tu enfermedad. Como dijo Albert Einstein: “El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir”.
Con la psicología ocurre lo mismo. Ahora bien, y en este punto quiero ser bastante contundente: si puedes escoger, cuando necesites acudir al psicólogo mejor que sea uno cristiano. ¿Y eso por qué? Bueno, digamos que la mente es mucho más delicada que el cuerpo. No estamos hablando de un dolor de cabeza.
Me vengo a referir a emociones, traumas, discapacidad intelectual, adicciones, etc. Sabemos que los demonios actúan, sobre todo, en la mente de las personas, y también es por eso que se ha confundido durante tantísimos años lo espiritual con lo psicológico. Sin embargo, todo lo que compete al ámbito de la psicología, puede, de un modo u otro, observarse. Y me refiero a la observación visual, en el cerebro de la persona.
Las emociones se localizanen el córtex cerebral con mecanismos de resonancia magnética y los niveles de capacidad intelectual se pueden medir con técnicas psicométricas (test psicológicos). Ahora bien, una persona con un problema espiritual no dará la nota en un test de psicología, sus resultados serán probablemente incongruentes. Lo mismo que a una persona con discapacidad intelectual no la tratarás como si tuviera una sequía espiritual.
Sin embargo, como el enemigo por defecto de Dios y de los hombres ataca nuestra mente, lo más seguro es que afecte de rebote a aspectos psicológicos. Por eso digo, y reitero, que acudir a un psicólogo creyente te facilitará la vida a la hora de averiguar si tu problema es espiritual o psicológico, y en caso de que sea de ambas índoles, podrá subsanar la psicológica (o al menos diferenciarla) para dejar paso a la restauración espiritual.
Si, por el motivo que sea, no te es posible acudir a un psicólogo cristiano y debes hacer uso de la psicología de la sanidad pública (CSMA, CSMIJ, CDIAP y psicología ambulatoria) trata de conocer bien (no en Internet) los tratamientos que vas a recibir, en qué consisten, de dónde provienen, e incluso la opinión de un creyente experto en el tema (psicólogo, médico, enfermero...).
Por lo general, los profesionales de la sanidad pública basan sus tratamientos en la ciencia, en resultados médicos y científicos, así que puedes estar tranquilo en ese sentido. Digo esto, porque algunas ramas de la psicología te llevan hacia corrientes algo ambiguas.
Doy gracias a Dios que me permitió estudiar la maravillosa ciencia de la conducta humana, pues cuanto más conozco de su funcionamiento y diseño, más admiración siento por el Creador. También le doy gracias de que tanto en mi casa como en mi Iglesia hubiera personas maduras y espirituales que conocían lo suficiente a Dios como para abrazar todas las herramientas que nos proporciona para servirnos los unos a los otros. Ojalá que más creyentes se animen a formarse en todos los ámbitos, pero sobre todo en los científicos, pues nos acercan profundamente al Diseñador Original de la creación y también a todo lo maravillosamente creado.
Con cariño, una psicóloga cristiana.
Lorena Castanera Caballero – Psicóloga – Barcelona (España)
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