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Mi dolor y… Dios, el único sabio

‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame’. Me temo que no se trata de una broma o de alguna declaración que se suelte a la ligera. Y también me temo que, muchas veces, los cristianos olvidamos el peso que tienen esas palabras.

 

ANTONIO PERELLÓ SÁNCHEZ ESPAÑA 18 DE JULIO DE 2018 16:02 h
Photo by PxHere

Que la vida, en muchas ocasiones, no es sencilla, es un hecho. No dedicaré una extensa argumentación en este punto, sólo mencionaré las palabras de Jesús: «en el mundo tendréis aflicción» (Juan 16:33). De manera complementaria, dijo que «si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mateo 16:24).



Me temo que no se trata de una broma o de alguna declaración que se suelte a la ligera. Y también me temo que, muchas veces, los cristianos olvidamos el peso que tienen esas palabras. Total, a veces, es sólo un versículo más entre tantos otros, ¿no? Paul Tournier describió esta realidad a una de sus pacientes con las siguientes palabras:



Fue entonces cuando le hablé de la Cruz. Le dije que el camino de Cristo consistía en aceptarlo todo, en soportarlo todo, en sufrirlo todo, sin dejar de amar, de perdonar, y, además, de buscar todavía, en medio de las peores injusticias, las propias faltas. Que aquel era un camino muy doloroso [...][i].



Es una descripción muy acertada del camino del cristiano, un camino lleno de «cruces» con las que no contábamos y que, dicho sea de paso, tienen el poder de hacer que, si no se enfocan de la manera adecuada, nos amarguemos o caminemos hastiados, a regañadientes. Puede, incluso, que lleguemos a enfadarnos con Dios. ¡Enfadarse con Dios! Frente a las dificultades, es posible que tiendan a surgir ciertas expresiones o preguntas dirigidas a él. «Señor, no entiendo esto». «Señor, ¿por qué me tiene que pasar esto a mí (o a mi marido, mujer, hijos, amigos…)?». Algunas, algo más atrevidas y hasta exigentes: «Señor, ¿me explicas a cuento de qué viene esto?».



No le encontramos el sentido a lo que acontece ante nuestros ojos. Contemplamos, impotentes, cómo las circunstancias nos ahogan. Clamamos, porque creemos que es lo más acertado que se puede hacer en esas circunstancias (y lo es), y parece que no llega ninguna respuesta. Todo sigue igual. Nos continúan faltando las fuerzas. No podemos más. Es en ese momento donde la trampa de la incredulidad es más peligrosa: «¿Dónde está Dios en todo esto? ¿Está pasando de mí? ¿No le importo?». Muchos creyentes se han sentido de esta manera. En esta materia, es muy posible que Job sea el mejor ejemplo.



Expresar al Señor cómo nos sentimos no es algo malo. No obstante, como escuché decir a alguien una vez, esas declaraciones, en el fondo y con mucha sutileza, evidencian incredulidad. «¿Cómo? Yo no dejo de creer en Dios a pesar de lo que me ocurre», se puede pensar. No nos referimos a esto. La incredulidad puede manifestarse de maneras insospechadas y esconderse bajo el camuflaje del sufrimiento de la víctima. Cuidado: el sufrimiento es real, por cierto, pero hay otras cosas que también son reales y que se tienden a pasar por alto.



He aquí una de ellas: Dios es sabio. Vamos a repetirlo: Dios es sabio. De hecho, Pablo dice en Romanos 16:27 que Dios es «el único sabio». ¡Menuda declaración! ¿Y qué quiere decir que Dios es sabio? J. I. Packer, de manera similar a Grudem y otros teólogos, confluyen en definir la sabiduría de Dios como «la capacidad para ver y elegir la meta mejor y más alta, juntamente con la forma más segura de alcanzarla»[ii].



¡Esto es maravilloso! ¡Tenemos un Dios que es sabio! Pero, alto. ¿De qué nos sirve eso en medio de nuestra realidad? Total, seguimos sufriendo, ¿cierto? Soy consciente de que pocos asuntos son tan complejos como el sufrimiento, de manera que trataré de medir cuidadosamente mis palabras. Saber que Dios es sabio y, más importante aún, entender lo que significa y las implicaciones que tiene el hecho de que Dios sea sabio, es un pilar de utilidad insospechada para el creyente. ¿Cómo es esto? Vamos a verlo.



La sabiduría de Dios se relaciona con las metas que él tiene. Él tiene una serie de propósitos definidos para con sus hijos, como llegar a ser conformados a la imagen de su Jesús (Romanos 8:29) o establecer con nosotros una relación de fe, esperanza y amor, donde nuestra dependencia de él sea absoluta, siguiendo el modelo del Señor Jesús, entre otras. Para lograr estas metas, Dios se vale de los medios que, en su sabiduría, considera oportunos. Y esos medios, en numerosas ocasiones, se manifiestan en formas variadas de sufrimiento.



De forma personal, creo que la doctrina de la Providencia[iii] divina, tal como la formulan los teólogos reformados, bien comprendida, es de sumo consuelo de cara a todas las tribulaciones que se puedan atravesar. Entender que Dios obra de continuo con suprema e infinita sabiduría y que mantiene un control activo y soberano sobre todas las cosas es muy alentador. ¿Por qué? Porque Dios nos enseña en la Biblia que él no sólo ha hecho todas sus obras con sabiduría (Proverbios 3:19; un claro indicativo de su modo de proceder constante), sino que para con sus hijos «todas las cosas ayudan[iv] para bien» y que, como observó Job, él «todo lo puede» y «ningún propósito le puede ser estorbado» (Job 42:1-2).



Resulta que Dios no solo es sabio en la teoría, sino que su sabiduría es, por definición, eminentemente práctica. Él actúa constantemente en la creación en general y en la vida de sus hijos en particular con suprema sabiduría. En otras palabras: Dios sabe lo que hace y cómo lo hace, y todo lo que hace es por el mejor y más alto propósito que se puede tener, siempre pensando en nuestro bien, como nos indica Romanos. Entendiendo esto, a pesar de no comprender nuestra situación (muchas veces así es como Dios lo prefiere), es posible confiar en él de todo corazón y esperar con paciencia, sin preguntas desafiantes o incrédulas (en el sentido de que manifiestan desconfianza en su cuidado, amor y sabiduría) ni enfados, sabiendo que estamos en las más amorosas y bondadosas manos: las de nuestro Padre celestial, que nos ama hasta la Cruz.



 



Antonio Perelló - Estudiante Teología - España



 



[i] Tournier, Paul. Medicina de la persona. Terrassa: Editorial Clie y Publicaciones Andamio, 1997. p. 101.



[ii] Packer, J. I. El conocimiento del Dios santo. Miami, Florida: Editorial Vida, 2006. p. 116.



[iii] Para profundizar en este asunto, remitimos al lector a Grudem, Wayne. Teología Sistemática. Miami, Florida: Editorial Vida, 2009.  En el capítulo 16, el autor explora con amplitud y profundidad las dimensiones de esta doctrina. También proponemos consultar el capítulo 14 de: Berkhof, Luis. Teología Sistemática. Grand Rapids, Michigan: Libros Desafío, 2005. En ambas obras, los autores se plantean preguntas relevantes que surgen ante esta doctrina y proporcionan sus puntos de vista.



[iv] Una variante de la traducción puede ser «contribuyan»: «Todas las cosas contribuyan para bien».



 

 

 


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