El texto no parece decir mucho porque está conectando una necesidad física (hambre y sed) con un concepto legal, ético, moral e incluso espiritual (justicia).
En el Nuevo Testamento, el término ‘bienaventurado’ se refiere a alguien que es ‘bendecido’, ‘afortunado’ o ‘feliz’. Sin embargo, me gustaría ir un poco más allá en su definición. Por ejemplo, por sí solas, las nueve ‘bienaventuranzas’ que encontramos en el Sermón del monte (Mateo 5:1-12) pueden estar dirigidas a cualquier persona, pero en su conjunto muestran el carácter de aquellos que entrarán en el reino de los cielos.
Recuerdo que leí, hace ya un tiempo, el siguiente titular en un periódico: “Si el dinero no diera la felicidad los millonarios iríamos por ahí llorando por las esquinas”.[i] Y, en cierta medida, es correcto. En nuestra sociedad actual donde todo -o casi todo- se puede comprar, es normal que el dinero dé la felicidad… ¡pero no el gozo!
La felicidad es efímera, es pasajera, dura poco. Una buena fiesta, degustar una buena comida, terminar la carrera, salir con los amigos, escuchar tu música favorita, ver una buena película… Pero todo acaba, “lo bueno dura poco” se suele decir. Por tanto, podemos afirmar que la felicidad pertenece al ámbito humano; es terrenal, depende de las circunstancias; la felicidad es algo externo a nosotros.
En cambio, el gozo, apreciado lector, es un estado permanente de bienestar, de deleite, de regocijo que no depende de las condiciones externas. El gozo es algo que la persona no puede crear por esfuerzo propio. El apóstol Pablo dijo a los gálatas que “el gozo es fruto del Espíritu Santo” (Gálatas 5:22). Sinceramente creo que el gozo es el fruto de una relación correcta con Dios.
Lamentablemente, en muchas ocasiones, cuando leemos un texto bíblico no somos capaces de ver todo lo que abarca, toda su extensión, toda su magnitud. Creo que esto ocurre precisamente con Mateo 5:6: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia…”. Dicho así, el texto no parece decir mucho, porque está conectando una necesidad física (hambre y sed) con un concepto legal, ético, moral e incluso espiritual (justicia). Por ello, para lograr entender el amplio significado de esta frase vamos a tratarlo por separado.
1. Hambre
¿Qué le pasa a nuestro organismo cuando dejamos de comer? Después de seis o siete horas nuestro metabolismo, aunque no lo notemos, ya está realizando algunos ajustes importantes. Como no existen alimentos externos, nuestro cuerpo comienza a buscar alimentos internos y comienza a ‘tirar’ de nuestra energía almacenada.
Después de unos tres días sin comer nuestro organismo entra en estado de inanición. Se caracteriza por la pérdida de peso, una gran debilidad y otros órganos comienzan a sufrir daños severos.
Entre tres semanas y setenta días en la misma situación (dependiendo del metabolismo de cada persona), nuestro sistema inmune ya no funciona correctamente, nos faltan vitaminas y minerales esenciales. Esto dará lugar a enfermedades (marasmo, kwashiorkor, etc.) que nos causarán la muerte.
Nuestro Señor Jesucristo pasó por este terrible trance. Él experimentó en sus carnes esta tremenda sensación. Cuando fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por Satanás, “ayunó cuarenta días y cuarenta noches y tuvo hambre” (Mateo 4:1-2). Nadie puede reprochar a Jesús, aunque fuera divino, que no sufriera como un humano.
2. Sed
Más del 60% de nuestro organismo es agua. Si dejamos de beber nuestro cuerpo entra en una situación de fallo en cadena: el riñón deja de funcionar adecuadamente, las vías respiratorias se resecan, la piel se pliega y pierde su elasticidad. Solo un poco más tarde el sistema circulatorio también se ve seriamente comprometido. Baja la presión arterial, el corazón cada vez bombea menos sangre, ésta no llega al cerebro y se produce la muerte.La sed es diferente al hambre. Es una sensación desesperada. Si una persona deja de comer, su debilidad es tal que llega aun punto que ni siquiera notará la falta de alimento. Pero una persona sedienta siempre es consciente del estado en que se encuentra e intentará saciar dicha necesidad de cualquier manera. Es difícil imaginar este tormento y un final tan terrible.
Sin embargo, también Cristo, antes de morir en la cruz, sufrió esta aflicción, “sabiendo que ya estaba todo consumado dijo: Tengo sed” (Juan 19:28-29), pero le dieron vinagre.
3 . Hambre y sed de justicia
Una vez que sabemos cómo afecta el hambre y la sed a nuestro cuerpo, ahora podemos llegar a entender un poco mejor toda la extensión que abarca la sentencia de Cristo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”. Sería algo así como: “Alegre y gozoso aquel que está atormentado, destrozado y desesperado porque necesita justicia”. ¡Qué aparente contradicción!
Conocemos el concepto normal de la palabra ‘justicia’. Viene a significar algo así como una virtud según la cual se inclina -recordemos que la justicia se representa por una balanza- a dar a cada uno lo que le corresponde. Sin embargo, hoy día el mundo se encuentra dominado por la injusticia (corrupción, engaños, asesinatos, guerras). El apóstol Pablo ya escribió sobre esto: “No hay justo ni aun uno” (Romanos 3:10), y era tan solo el año 60 d.C., aproximadamente.
Pero Jesús, con su bienaventuranza, no estaba hablando (solamente) de la injusticia en el mundo, sino de algo propio e interno que debe buscar y poseer el discípulo de Cristo. Es el hambre y sed de que Jesucristo reine en nuestras vidas; es el deseo de querer librarse del pecado en todas sus formas y manifestaciones; es el anhelo de buscar a Dios.
Si leemos al menos las cuatro primeras bienaventuranzas del Sermón del Monte, descubriremos que hay en ellas una secuencia lógica:
La segunda parte del mismo versículo (Mateo 5:6) termina con una maravillosa y hermosa promesa que sin duda alguna se cumplirá: “Porque ellos serán saciados”. Con toda razón Jesús no se cansaba de decirle a todos: “Yo soy el pan de vida; el que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35). Con toda seguridad, cuando Cristo venga por segunda vez, se cumplirá nuestra perfección y glorificación.
“Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Apocalipsis 7:13-17).
Diego Iglesias Escalona – Licenciado en Teología – Sevilla (España)
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