El fallecimiento de Stephen Hawking es una buena ocasión para reconocer cuánto ha avanzado la ciencia. Vivimos en un mundo tecnológico basado en la investigación científica.
El fallecimiento de Stephen Hawking es una buena ocasión para reconocer cuánto ha avanzado la ciencia. Vivimos en un mundo tecnológico basado en la investigación científica: el propio Hawking, a pesar de su paralizante enfermedad (ELA) que padecía desde su juventud, era capaz de hablar gracias a un sintetizador de voz, y su vida se extendió tres veces lo que le habían pronosticado los médicos. Pero si bien la ciencia ha tenido un progreso impresionante[i], muchos científicos ─como hizo el propio Hawking─ siguen especulando acerca de un mundo en el que el Creador y Sustentador de todo es prescindible.
Convendría diferenciar entre la ciencia que descubre las leyes del universo para aplicarlas en beneficio del ser humano, la sociedad y el medio ambiente, y esas teorías filosóficas ─indemostradas e indemostrables─ que algunos predican como dogma amparados bajo su capa de científicos, y que traen más mal que bien a la humanidad[ii]. En realidad, se trata de otras religiones que demandan la fe de sus seguidores y pertenecen al campo de la filosofía: son opiniones de hombres. Constituyen otro tipo de idolatría más refinada que las burdas devociones al palo y a la piedra. Es la idolatría del hombre que “se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto, tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios”[iii].
El apóstol Pablo, después de advertir a Timoteo contra lo que en realidad no es ciencia, sino engaño, le exhorta con las siguientes palabras: “Pero tú persiste en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Ti. 3:14-16). Una cosa son las especulaciones humanas y otra muy diferente la revelación divina. Como dice el autor de la Epístola a Diogeneto[iv]: “En cuanto al misterio de la religión propia de los cristianos, no esperes que pueda enseñártelo el hombre”.
Aunque el propósito de la Biblia no es explicarnos el mundo desde un punto de vista científico, debemos mostrarnos muy cautos cuando las teorías humanas contradicen abiertamente lo revelado en la Palabra de Dios. Los científicos son hombres y mujeres falibles, que llevan en su naturaleza caída, como todos los demás, la semilla de la rebeldía contra Dios. Los hay creyentes ─como Newton o Pascal─ que reconocen a su Creador y son conscientes de estar indagando en las leyes que Él ha puesto en el universo. Científicos a los que el Señor ha abierto los ojos para que vean la gloria de su Creación[v]. Y los hay también incrédulos: que se resisten a admitir su propia pequeñez e indignidad y a humillarse delante de su Dios y darle las gracias por su salvación en Cristo[vi]. El orgullo humano, cuando se reviste de conocimiento, puede hacerse ciego para lo que es evidente[vii]: que detrás de “las cosas hechas” hay un Creador bondadoso, de “eterno poder y deidad”[viii], al que deberíamos glorificar y dar gracias.
Entre todos los descubrimientos que han hecho los científicos incrédulos, el mayor de ellos es que la tierra es plana: que el mundo solo tiene dos dimensiones (le falta la altura). Vivimos únicamente por y para las cosas de este mundo, que perecen. Somos ─según nos dicen los entendidos─ meros animales racionales que, cuando mueren, dejan de ser. Se los entierra o se los incinera, porque ya no se prevé espacio en los cementerios para sepultar a seres de tan poco valor como nosotros. Se pretende que olvidemos que estamos hechos a la imagen y semejanza de Dios y para una vida eterna con Él; que nuestra alma no encuentra la paz ─como dijo S. Agustín ─ hasta que descansa en Él. No lo haremos.
Esta dimensión vertical ─la relación y comunión del ser humano con Dios─ empieza por el reconocimiento del Dios Creador, continúa con la fe en el Dios Redentor (Jesucristo) que pagó por nuestros pecados en la cruz del Calvario, y perdura eternamente mediante la obra del Dios regenerador (el Espíritu Santo) en los que se arrepienten y creen en Cristo. En cuanto al resto de los hombres, el mayor descubrimiento que harán en esta vida es que la tierra plana.
Juan Sánchez Araujo - Pastor jubilado - España
[i] Dn. 12:4
[ii] Ro. 1:18-32
[iii] 2 Ts. 2:4
[iv] Siglo II o III d. C. y dirigida al emperador Adriano, según Eusebio de Cesarea (siglo IV)
[v] Sal. 19:1-6
[vi] Mt. 11:25-26
[vii] Ro. 1:20-23
[viii] Ro. 1:21-22
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