Debemos dejar nuestras discrepancias en manos de Dios y no olvidar que la política del Reino es más importante que la de este mundo.
Si hay algo que hemos aprendido de la situación en Cataluña es la capacidad divisiva de la política. Hasta los creyentes evangélicos nos hemos visto afectados por los sucesos ocurridos recientemente, tomando partido de manera beligerante y experimentado conflictos entre nosotros. Debemos cuidarnos mucho, no sea que la política de este mundo nos envuelva y pongamos en peligro la política del reino de Dios, dejando de ser esa sociedad alternativa y esa embajada del Cielo que Él quiso que fuéramos.
La política del Reino consiste en exaltar a Dios con nuestra vida y nuestro testimonio ─individual y colectivo─, y congregarle, mediante la predicación del evangelio de Jesucristo, a todos aquellos que han de ser herederos de salvación en todas las naciones; sin olvidar que para exaltar debidamente a Dios debemos manifestar también su amor (Juan 3:34-35), su justicia y su misericordia (Salmo 145:17). En esto consiste mayormente la tarea de la Iglesia.
Cuando nos enfrentamos a problemas como, por ejemplo, la ola de desplazados que escapan de situaciones insostenibles en sus propios países, en vez de enzarzarnos en peleas sobre políticas migratorias “conservadoras” o “progresistas”, la actuación de los cristianos debe estar motivada por el testimonio de Dios según las pautas mencionadas, tanto desde dentro del conflicto (los cristianos que son ellos mismos desplazados) como desde fuera (los creyentes de los países receptores). En este segundo caso, las iglesias y los creyentes deberíamos ofrecer una ayuda práctica propia, según nuestras posibilidades, en el nombre del Señor; orar por nuestros hermanos refugiados, para que sean luz y sal en medio de sus compañeros de infortunio; y pedir a Dios sabiduría y rectitud para los políticos que tienen que buscar soluciones a este dificilísimo problema.
La política del Reino, por otra parte, excluye el uso de la mentira, la manipulación, la coacción o la imposición; instrumentos muy usuales en la estrategia de este mundo, pero que no tienen cabida en el testimonio de nuestro Dios ni en el evangelio de Jesucristo. Por mucho que nuestros políticos embellezcan sus mensajes, siempre deberemos tener en cuenta que no son capaces de cumplir muchas de sus promesas si dependen solo de sí mismos, como sucede a menudo. Esto en el caso de que no los guíen la búsqueda de gloria terrenal, las ansias de poder o la avaricia. Los ejemplos de corrupción en los partidos políticos o de opresión cuando algunas ideologías políticas llegan al poder, son muestra indubitable de la condición caída del ser humano.
De ahí la advertencia bíblica: “Mejor es confiar en el Señor que confiar en el hombre. Mejor es confiar en el Señor que confiar en príncipes” (Salmo 118:8-9). Los creyentes a los que Dios pone en la política deben ser políticos del Reino en medio de este mundo caído: nobles, sinceros y fieles en todo ─como reza ese precioso himno clásico─, les cueste lo que les cueste. Sin duda, como en el caso de Daniel, les lloverán las críticas, las burlas y aun la persecución, pero les sostendrá la fe en Cristo; si es que buscan la gloria de Dios, una recompensa eterna y el verdadero servicio a sus semejantes. Tendrán que ser políticos del Reino en medio de la política de este mundo. Cuanto más se alejan nuestros políticos del temor de Dios y de la sabiduría que este lleva aparejada (Proverbios 1:7), tanto menos aptos son para gobernar en beneficio de la sociedad a la que dicen servir y para resolver sus problemas.
Es muy fácil dejarse envolver en discusiones y contiendas sobre política humana que solo producen disensión y divisiones, y olvidar la política del reino de Dios y de las cosas eternas. No quiere esto decir que ─puestos los puntos de vista de unos y otros bajo la lente bíblica─ algunos hermanos no tengan más razón que otros. Hay principios bíblicos tales como la sumisión a las autoridades o el respeto a la ley, el decir la verdad o el cumplir los compromisos o la palabra dada, que debemos tener en cuenta.
En estas cuestiones, y en otras sobre las que la Palabra de Dios emite un juicio claro, no debemos ser indiferentes ni “equidistantes” (por utilizar esta palabra tan de moda últimamente), ya que afectan a nuestro testimonio de la verdad y de la justicia; pero una vez que hemos debatido, sin faltarnos al respeto, debemos dejar nuestras discrepancias en manos de Dios y no olvidar que la política del Reino es más importante que la de este mundo.
Juan Sánchez Araujo – Pastor jubilado – España
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