Un sinnúmero de prácticas que hasta hace pocas décadas estaban mal vistas ahora están institucionalizadas.
Creamos que la expresión “los postreros tiempos” hace referencia a la época previa antes de la Parusía o a todo el tiempo transcurrido entre la primera y la segunda Venida, es indudable que hoy en día podemos ver en la sociedad el carácter del ser humano al que hace mención Pablo en su carta a Timoteo (2 Ti. 3:2-5).
Esto es ya una realidad presente y generalizada. Como consecuencia de dicho carácter, la generación presente acepta y considera perfectamente normal:
- El ateísmo y la burla a los cristianos
- El consumo masivo de alcohol entre los jóvenes o el “beber por beber”
- Las relaciones sexuales entre adolescentes y/o antes del matrimonio
- Las parejas de hecho
- Las familias monoparentales
- El acceso a la pornografía
- Las escenas sexuales en la televisión y la hipersexualización de la sociedad
- El aborto y la eutanasia
- La homosexualidad y el matrimonio entre personas del mismo sexo
- El exhibicionismo y la llamada “cultura del destape” en lo que concierne a la forma de vestir, sea en la propia calle, en las redes sociales, en las discotecas, en las revistas, en la prensa, en las concursos de belleza o en los desfiles de modelos
- El uso de material sobre el ocultismo (tarot, quiromancia, horóscopo, ouija, magia, etc.) que se consideran juegos divertidos
Todas estas prácticas, que hasta hace pocas décadas estaban mal vistas, ahora están “institucionalizadas” desde los propios medios de comunicación que las fomentan, apoyados por líderes y gobiernos que están influenciados ideológicamente por diversos lobbies que promulgan leyes que afectan profundamente nuestra cultura y ética. Incluso los padres lo han terminado por aceptar como algo normal, o no les ha quedado más remedio que tolerarlo por el empuje de la sociedad que ha cambiado los valores.
Creen que es el fruto de la liberación y del avance de la humanidad. No ven nada maligno en lo que hacen, ni creen que tengan que arrepentirse de nada. Se mueven por lo que les hace sentir bien a sus sentidos, ya que son “amadores de los deleites más que de Dios” (2 Ti. 2:4). Muy pocos buscan al Creador y, si dicen hacerlo, lo hacen en la filosofía, en el esoterismo, en la propia razón, hallando mentiras o una mera sombra de la verdad.
De ahí que sean considerados como “tiempos peligrosos” (2 Ti. 3:1) para los que consideramos inaceptables tales perversidades, ya que somos supuestos anticuados o represivos, y tratados como tales. El cisma entre unos y otros es evidente en asuntos morales: “Tenga en mente que parte de la razón por la que los cristianos poseen una mala reputación es porque nuestras perspectivas de fe chocan contra la cultura relativista en el aspecto moral. Ellos encuentran que las perspectivas cristianas van en contra de su mentalidad de que cualquier cosa es aceptable”[i].
Por eso no se sienten cómodos con nosotros cuando les decimos que necesitan arrepentirse, puesto que de lo contrario perecerán, como bien dijo Jesús (cf. Lc. 13:3). Ya que este mensaje no les agrada, terminan arremetiendo contra nosotros señalando nuestros errores y usando el tan manido ataque ad hominem.
Si rechazan a Dios no es por un problema intelectual, sino por su propio corazón. Prefieren seguir viviendo bajo sus propias leyes, en lugar de bajo las de Dios; prefieren tener su propia moralidad, y no la que Dios señala como perfecta; prefieren seguir viviendo en pecado, cuando Dios les reclama santidad: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn. 3:19).
La maldad va de mal en peor
Como señaló nuevamente Pablo, “irán de mal en peor” (2 Ti. 3:13). Jesús mismo apuntó a que se multiplicaría la maldad antes del fin (cf. Mt. 24:12). Vuelvo a recalcar que dicha maldad es presente, y más que nos queda por ver.
Muchos creen que alguien que hace el mal debe ser feo y tener cara de malvado o de villano cinematográfico. Otros piensan que por hacer cosas buenas, por llevar a cabo actos de bondad y por ser simpáticos, divertidos, cariñosos, agradables, inteligentes, ya no son malos. Nada más lejos de la realidad. Aunque a lo largo y ancho de mis años de vida he conocido a personas desbordantemente encantadoras, amables y amigables en grado sumo sin ser creyentes, la realidad es que la maldad va intrínseca a la naturaleza humana: “Así que yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Ro. 7:21).
Recordemos que esto nos incluye a los cristianos, y que no somos aquellos que están exentos de dicha maldad o que nunca erramos y pecamos, sino aquellos cuyos pecados ya han sido perdonados en la cruz: “El cristianismo es la única religión en la que el individuo reconoce que su conocimiento de Dios no le hace superior a las demás personas [...] que no predica lo bueno que debamos ser para ganarnos el cielo ni lo mucho que debamos amar a Dios para evitar el infierno, pues no consiste en aquello que nosotros hagamos o hayamos hecho sino en lo que Él hizo por nosotros (Jn. 3:16; 1 Jn. 4:10)”[ii].
Todos los que les precedemos hemos sido testigos de este cambio de paradigma en pocos años: lo que creían y llevaban a cabo un reducto, ahora está extendido, y cada vez desde edades más tempranas. El conocido Juan Antonio Monroy relata su experiencia: “Yo comencé a predicar el Evangelio a tiempo completo hace muchos años. Los jóvenes predicadores de aquella generación y yo creíamos que íbamos a cambiar el mundo. Al menos el pequeño mundo que nosotros podíamos alcanzar. Pero hoy día el mundo es peor que cuando yo empecé a querer cambiarlo”[iii].
Sea como sea, y mientras esperamos “la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tit. 2:13), sigamos predicando las Buenas Nuevas, puesto que “el Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9).
Jesús Guerrero Corpas – Autor – Algeciras (España)
[i] Kinnaman, David. Casi cristiano. Creación
[ii] Pujol. Daniel. La fuga. Noufront.
[iii] Monroy, Juan Antonio. ¿En qué creen los que no creen? Clie. Pág 101.
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