Queridos predecesores en la fe, en esta breve misiva quiero dos cosas: en primer lugar daros las gracias y en segundo lugar haceros una petición.
Queridos predecesores en la fe,
Nací en los 80. Soy hijo de los hijos del boom espiritual de aquella década. Casi ninguno de vosotros crecisteis en familias evangélicas, si acaso católicas, mientras que los de mi quinta sabemos lo que es nacer en un hogar cristiano, asistir a la escuela dominical desde muy corta edad, pasar el complicado año en el que todos hacen la comunión menos nosotros, e incluso llegar al punto en el que nos damos cuenta de que Dios no tiene nietos, solo hijos.
No soy un nativo digital por unos pocos años, pero nos ha costado muy poco alfabetizarnos en esto del internet y las redes sociales. A vosotros os ha costado algo más, pero al final lo habéis logrado. En esta breve misiva quiero dos cosas: en primer lugar daros las gracias y en segundo lugar haceros una petición. Vamos a ello.
Gracias por prepararnos el camino. Gracias por vuestro esfuerzo, constancia y ejemplo, por abriros paso en los primeros compases de la democracia ondeando la bandera de Jesús con orgullo y pasión. Gracias por extender el Evangelio en España y por crear entornos espirituales de seguridad en los que hemos crecido felices. Gracias por obedecer a Cristo y, al hacerlo, predicar las Buenas Noticias de tal forma que su pueblo ha crecido en los últimos años en nuestro país.
En segundo lugar, una sencilla petición: no destruyáis lo que habéis creado. No estropeéis lo que habéis logrado. No permitáis que la iglesia española, antes referente de unidad y familiaridad, sea ahora un cajón de sastre o un auténtico desastre. En los últimos meses mi generación ha asistido, entre triste y avergonzada, a polémicas en torno a la inerrancia/infalibilidad del texto bíblico, a la homosexualidad, a la transexualidad, al papel de la mujer en la iglesia, al énfasis en los dones espirituales, a la estructura eclesial, a las funciones y competencias de los organismos de representación, al ecumenismo, etc. Y las mismas redes sociales que han multiplicado las posibilidades de testificar de Cristo, han elevado a la enésima potencia las oportunidades de testimonio de ruptura, disensión, separación y desacuerdo entre iglesias, denominaciones y organizaciones paraeclesiales. Hemos caído en las redes (sociales).
Leo los blogs de opinión de los principales medios de comunicación evangélicos y de las páginas web institucionales de las diversas denominaciones y agrupaciones evangélicas, y tiemblo. Tiemblo al darme cuenta de que la mayor parte de nuestras opiniones son sobre lo que nos produce heridas, en lugar hablar de cómo sanarlas. Es más, a día de hoy me pregunto sobre la conveniencia de expresar la opinión de uno de forma tan sencilla y potencialmente tan dañina. Vivimos en una sociedad en la que cada cual tiene una opinión, cada maestrillo tiene su librillo, y entonces los evangélicos hemos pensado que ese relativismo es también para nosotros y que se nos pide nuestra opinión acerca de cualquier cosa. Está bien, no pasa nada. Pero ¿podríamos tratar de usar nuestras plataformas de opinión y nuestras conversaciones para edificar, no destruir, para sembrar trigo, no cizaña, para sanar, no herir?
Os escribo yo, que a los casi treinta años me he visto demasiadas veces actuando como aquello que critico. Y es por eso que os escribo, para que no contribuyáis a que mi generación (la que liderará la iglesia en los próximos años) viva en la lógica de la crítica, el prejuicio, las etiquetas y la desunión. Ayudadnos a construir una iglesia pluralmente unida, diversamente centrada en Jesús, ricamente abrazada y abundantemente bendecida.
Que Dios os bendiga y escuche mis oraciones.
Un Timoteo.
Daniel Bores García – Profesor y autor – Madrid (España)
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