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El belén hablante

José está alegre también; hay cosas que no entiende, pero aun así ha cumplido y cumplirá su misión…

PILAR OLMEDO SÁNCHEZ 22 DE DICIEMBRE DE 2016 04:24 h
Foto: Ben White (unplash.com)

         Tras colocar con esmero y paciencia desde principio de la mañana las arrugadas y secas cortezas de árbol, el musgo verde con olor a tierra húmeda por la escarcha del mes de diciembre y los viejos "mocos de herrero" de color marrón-negro mezclado con el recuerdo de antaño, estaba acabado, un año más, el belén de la casa donde enfrente no vive nadie.



            La armadura de tal paisaje en miniatura era un asunto esperado con ansiedad por unos, temido con preocupación por una. El día que se dedicaría oficialmente al montaje del belén era negociado con semanas de antelación: unos querían anticiparlo y otra, la dueña, desearía retrasarlo aproximándolo lo más posible a la fecha que supuestamente se considera el cumpleaños del Señor Jesús.



            En el salón amarillo, allí, en una esquina del cuadrado y no pequeño salón, rincón donado por la dueña de la casa no sin refunfuñar y sin muy buen humor -debido a que montar el belén le suponía hacer cambio de mobiliario para adecuar aquel rincón tradicionalmente reservado para tan típico momento- el Nacimiento quedaba inaugurado. Solo quedaba guardar las cajas con los materiales sobrantes que no serían usados este año y, barrer, barrer....



 



             Una cabra vagaba sola por la orilla del río, cercana al puente por donde cruzaban dos paisanos de aquel país en miniatura; él llevaba un cordero al hombro y ella una cesta al brazo. Las gallinas en su gallinero. Un trío de lugareños se calentaba junto a un original puchero. Uno de ellos alegraba las horas tocando la guitarra.



Desde arriba, en la loma de la montaña que cubre la emanación del río plateado, mira otra cabra montesa. Arriba también, un campesino labra su minúsculo campo. Un grupo de soldados parece dialogar con unos aldeanos junto a la casa de madera con tejado rojo. ¡Ay, las casas! Esas casas con solo fachadas, pero tan bonitas, pintadas a mano...



Por la cuesta, bajando, un joven con un haz de leña quisiera alcanzar a uno que va montado en su burro detrás de una pareja que desciende, aparentemente, conversando.



 Los tres magos cruzan el puente (menos mal que lo hicieron resistente por si los camellos venían cargados). En el pozo no saca agua nadie. Y bajo las poquitas estrellas que acompañan a la estrella grande, el ángel de siempre con su anuncio de Buenas Nuevas en las manos, se une a las frágiles paredes que cobijan a unos recién estrenados padres.



En medio solo hay un niño en pañales.



El río, rodeado de ramitas de tomillo y romero traído del Pantano de Penarroya, discurre helado. Una mujer lava a mano, si bien parece molesta por el cisne blanco que nada casi pegado a ella.



            - Ya estamos aquí otro año -decía la lavandera-. Este me parece que nos han colocado con más acierto que en otros anteriores. Pero mira que es una lata quedarse así, lavando en el río, tanto tiempo. Y tú, cisne, ¿no puedes hacer otra cosa que no sea mirar mi ropa?



            - Y que lo digas -se suma una campesina-. Anda que yo, con este cántaro sobre la cabeza, que ni aspirinas llevo en el bolsillo para calmar el dolor que tengo por culpa del dichoso cántaro, porque se supone que debe ir lleno. No sé si de agua o leche, pero por lo que pesa, debo llevarlo hasta rebosar. Solo me faltaban las dichosas lucecitas que no paran de apagarse y encenderse....



            - Tú quéjate del cántaro. Pero, qué pensarías si no pudieras dejar de arar el campo, como yo - decía el labriego.



            - Y nosotros -añadían los soldados-, que nos pasamos todo el tiempo buscando al Niño por mandato del rey Herodes y no lo encontramos nunca...



            - Pues vosotros buscaréis, pero nosotros no terminamos de cruzar el puente.  ¡Así cómo llegaremos hasta donde está el Niño-Rey! A este paso, la mirra se nos echará a perder.



            - ¿Y creéis que a mí no me duele el trasero de ir montado en este burro lento de siempre que no se mueve del sitio y, además, sin poder apearme?



            - Lo vuestro es poco comparado con lo mío y lo de mi compañero. Todo el mundo que se acerca parece alegrarse de encontrarnos haciendo nuestras necesidades fisiológicas en medio del campo. Qué diríais si os pasarais media vida con vuestras partes nobles al descubierto, y menos mal que dejan la calefacción puesta hasta tarde.



               En medio de tales conversaciones la mula también habló:



            - Mira que sois quejicas. ¿Qué os parece mejor, cuando estábamos "toítos" juntos en la caja? Recordad lo latosos que se pusieron algunos en los meses de verano; sobre todo los que fuisteis envueltos en papel de seda...



            - Yo me quejaba con razón. Me pusieron encima el camello de uno de los magos... y al lado las gallinas....



            - A mí me guardaron junto a las ovejas y los conejos y, para colmo, la cola del caballo me hacia cosquillas en la nariz- decía la mujer del panadero.



            - Me parece a mí -volvía a insistir la mula - que sois unos desagradecidos. Aquí estamos mejor que dentro de una caja todo el año guardados, ¿no creéis? Fijaos en María: no se cansa de mirar a José y al Niño. José está alegre también; hay cosas que no entiende, pero aun así ha cumplido y cumplirá su misión y, a pesar de saber que Aquél de entre la paja no es su hijo, le sonríe con amor y devoción. Ese niñito representa al que un día crecería y moriría para que todos tuviéramos Paz. Y también los moradores de esta casa que creen en Él.



            Todos callaron. Quizás porque la mula del establo, cercana al Dios-Hijo, les había convencido, o quizás porque la luz del sol de diciembre iba iluminando poco a poco el salón color limón a través del gran ventanal. Lo cierto es que cuando yo bajé y me acerqué con el cepillo a barrer por enésima vez el musgo y la arena que cae y cae en el suelo, no se oía ni un balido. Solo las encendidas luces de colores intermitentes parecían darme los buenos días.



 



Qué mareamiento de luces -me dije-. La verdad es que, mirado detenidamente, hay que reconocer que les ha quedado de exposición... ¡Si es que tengo unos artistas! Ale, a barrer... ¿de qué sirve quejarse? ¿No está escrito que el amor todo lo soporta…? ¡Pero tengo unas ganas que llegue el 8 de enero…!



Pilar Olmedo - Auxiliar de Enfermería - Tomelloso, Ciudad Real (España)


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Alfonso Chíncaro (Perú)
01/01/2017
15:11 h
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Un saludo Pilar, Dios la bendiga. Llegué a su historia navideña recién el 31 de diciembre. Es hermosa. Ojalá seamos medio como su burro cuando tengamos nuevamente la larguísima discusión de si vale o no celebrar la navidad. Que tenga un feliz año nuevo y que la pase muy bien esta pascua de reyes.
 



 
 
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