Sutilmente, en la mentalidad de algunos de nosotros se ha infiltrado la idea de que la consagración está enfocada exclusivamente en participar frecuentemente de los cultos, cantar, orar, evangelizar, etc.
Hace unos días finalizó el reality show televisivo que mostraba durante seis semanas las vivencias de cinco chicas de entre 20 y 23 años que decían sentir “el llamado a la vida religiosa”; en este caso, a monjas. Considero que el hecho de que se hayan planteado serlo es únicamente el velo que oculta lo que anhelan en realidad: llenura y propósito; ni más ni menos, lo que cualquier persona de este mundo desea.
Quitando algunos aspectos extravagantes propios del formato televisivo, tanto el corazón como algunas ideas expresadas por las protagonistas me llamaron mucho la atención desde el primer día, y decidí seguirlas hasta el final puesto que es un buen tema de reflexión para los cristianos. Se sale de la norma escuchar a personas tan jóvenes decir frases como “Dios tiene que estar en el centro de mi mundo. Si no está Él, mi mundo se derrumba”, “Yo siento que Cristo es mi hombre. Para mí está vivo y me he enamorado de Él” o “La locura de Jesús es dejarlo todo por amor. Yo quiero seguir esa locura”.
Lo habitual entre la juventud es que viva por y para temas más terrenales, como el ocio, el placer, las relaciones de noviazgo y los estudios. Por eso, encontrar a un pequeño grupo declarando inquietudes espirituales e interesadas en hallar respuestas a temas transcendentales es digno de mención; más bien diría que es un pequeño milagro.
La premisa y el enfoque errado
Reconociendo con toda naturalidad que las monjas son fieles y consecuentes a sus creencias, que realizan una extraordinaria obra social, y que las que han aparecido en el programa eran muy cariñosas y emotivas, los errores doctrinales que se han visto son muy evidentes (mariología, misa, confesión, celibato obligatorio, conventos de clausura, etc.).
Aun así, considero que el trasfondo –el deseo de las chicas de encontrar la manera concreta de servir a Dios- ha sido sumamente interesante. El problema reside en que su esencia y premisa principal es al mismo tiempo su mayor equivocación, ya que se hace creer que la vida cristiana tiene dos compartimentos: la consagrada y la no-consagrada, la religiosa y la no-religiosa, la espiritual y la no-espiritual.
Este es un error que arrastra el catolicismo romano desde hace siglos. Para muchos de sus fieles –puesto que les han educado así-, la vida espiritual consiste en asistir a misa, comulgar, rezar, guardar algunas fiestas conmemorativas, hacer buenas obras, participar en romerías, etc. Sutilmente, en la mentalidad de algunos de nosotros también se ha infiltrado dicha idea, al creer que la consagración está enfocada exclusivamente en participar frecuentemente de los cultos, cantar, orar, evangelizar, etc. Mientras más intervenga el cristiano en todo esto, más consagrado estará. Esto es lo que creemos o nos han hecho creer. Parece que el resto de los aspectos de la vida son secundarios, como si Dios no le concediera importancia a lo que hagamos o dejemos de hacer fuera del local de reunión de la iglesia local, y eso no es así.
El enfoque correcto
¿Qué debemos aprender de todo esto? Dos cuestiones: por un lado, tomar conciencia de que para el creyente toda su vida tiene una connotación espiritual, sea que esté dentro de un edificio considerado “religioso” como si no, y que no puede haber partes consagradas y partes no-consagradas.
Esto significa que no podemos tener una doble cara ni comportarnos de manera diferente en función de la tarea realizada y del lugar donde nos encontremos. Tenemos que ser iguales siempre. La integridad que mostramos en las llamadas “actividades eclesiales” debe ser luego la misma en los estudios, en el trabajo y en las relaciones personales. Nuestra obediencia a la Palabra de Dios no debe variar según nos convenga, obedeciendo algunos mandamientos y pasando por alto otros de manera voluntaria. La santidad que mostramos ante el resto de creyentes debe continuar entre los incrédulos y cuando estamos a solas. Nuestro vocabulario debe ser puro independientemente de con quien hablemos. Y así en todas las demás cuestiones en que seamos partícipes: política, deportes, aficiones, etc. Lo contrario sería una especie de “postureo religioso” y “bipolaridad espiritual”.
Y por otro, que no debemos compararnos ni dejarnos arrastrar por sentimientos de superioridad o inferioridad ante otros hermanos en Cristo. En términos bíblicos, no hay dos compartimentos ni distinción entre el cristianismo clerical y el laico. Existen diversos ministerios y funciones, algunos muy visibles y otros no tan llamativos, pero no por ello menos necesarios y significativos. Lo vemos claramente en uno de los muchos ejemplos vistos en el Nuevo Testamento: unos se dedicaban a servir a las mesas de las viudas y otros a predicar el Evangelio (cf. Hechos 6:1-5).
La vida consagrada no es posesión exclusiva de aquellos que se dedican a ministerios reconocidos o a labores consideradas espirituales en lugares teóricamente “sagrados”. Incluye también a todos los cristianos: al padre que provee para las necesidades de su familia, al pediatra que cuida a
los críos como si fueran sus propios hijos, al ama de casa que se esfuerza por educar emocionalmente sanos a sus hijos y al joven que es honrado y ayuda a los demás según sus posibilidades económicas. Recordemos que desde el Nuevo Pacto el sacerdocio incluye a todos los creyentes que han nacido de nuevo. Para el Señor todos los cristianos somos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2:9) y hay muchas maneras de servirle: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).
Tengamos siempre presente que no existen ocupaciones religiosas y no-religiosas. Para el creyente, todas lo son: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Colosenses 3:23). ¡Todo! ¡Sin distinción entre una parte de la vida y otra!
Mostremos una sola cara sin dividirnos en dos. Seamos verdaderamente genuinos.
Jesús Guerrero Corpas – Autor – Algeciras (España)
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