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¿Voluntad de Dios?

Durante estos últimos días, no he dejado de meditar en la conocida plegaria enseñada por Jesús a sus discípulos y universalmente conocida como el «Padrenuestro». A pesar de su sencillez y de la ausencia de pomposas alabanzas, su contenido es realmente profundo y digno de toda reflexión.

JOSÉ DANIEL ESPINOSA CONTRERAS ESPAÑA 21 DE ABRIL DE 2016 03:29 h

Durante estos últimos días, no he dejado de meditar en la conocida plegaria enseñada por Jesús a sus discípulos y universalmente conocida como el «Padrenuestro». A pesar de su sencillez y de la ausencia de pomposas alabanzas, su contenido es realmente profundo y digno de toda reflexión. Por tal razón, y animado por los últimos acontecimientos de terrorismo y sufrimiento humano, me dispongo a escribir esta breve reflexión sobre la siguiente petición contenida en el Padrenuestro:



«Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mateo 6:10).



En primer lugar, Jesús pide al Padre que se haga su voluntad. Como es evidente, la oración sería ilógica si la voluntad del Padre siempre se cumpliera. Entonces, ¿para qué pedir lo que irremediablemente sabemos ya que se va a cumplir? Esto es un claro indicativo de que mientras estemos aquí, en la tierra, sufriremos las deplorables consecuencias de que su voluntad no sea siempre cumplida. Como señala José María Martínez: «Deberíamos, pues, ser sumamente cautos al hacer declaraciones respecto a lo que es y lo que no es voluntad divina»,[i] pues como escribiría William Barclay: «Nada ha hecho a la fe cristiana y a la Iglesia mayor prejuicio que el uso indiscriminado y blasfemo de la frase “Es voluntad de Dios”»[ii].



En segundo lugar, Jesús pide al Padre que se haga su voluntad en la tierra, tal y como se está haciendo en el cielo. Cualquier observador sincero vislumbrará unas notables diferencias entre las descripciones que las Escrituras hacen del cielo –donde la voluntad divina está completamente establecida; donde no hay mal, ni dolor, ni sufrimiento– y nuestra experiencia aquí en la tierra –marcada por el mal y el sufrimiento–. Jesús reconoce que en el cielo ya se está haciendo la voluntad de Dios; siempre buena, agradable y perfecta. Karl Barth diría en su obra La Oración que: «Allí [en el cielo] se hace como debe ser hecha, con pleno conocimiento de causa; se cumple sin encontrar obstáculo ni nada que la detenga, con plena libertad, de tal manera que solo reina la gracia y que por parte de la criatura le corresponde un reconocimiento».[iii] Y esta es la que Jesús ruega al Padre que se cumpla aquí en la tierra.



¿Cómo puede, entonces, haber algunos hombres que acusen a Dios de determinar todos los males? ¿Acaso no es esta una imagen más cercana a la figura del diablo? Aquel al que el apóstol Juan hace referencia como el que está interesado en matar, hurtar y destruir.[iv] ¿No roza esta caricatura de Dios la blasfemia? Sin duda, el determinismo filosófico-teológico (teoría que sostiene que todo acontecimiento, incluyendo el pensamiento y las acciones humanas, está determinado por Dios) ha influido en la imagen que muchas personas tienen sobre Dios. Es aquella posición que se atreve a aseverar que detrás de las ya innumerables víctimas del terrorismo, de los millones de muertes de niños desnutridos famélicos, de los incontables actos de violencia de género, de las repugnantes violaciones a niñas indefensas, de los millones de damnificados que sufren el más puro dolor de enfermedades como la malaria, el sida, etc., está Dios.



Para justificar tal posición les basta con mencionar una serie de textos bíblicos, interpretados al más puro estilo del fundamentalismo literalista islámico, propio de aquellos que, cayendo en el fatalismo, identifican todo acontecer humano con la voluntad de Alá. Eso sí, dejando de lado otra gran cantidad de versículos que apuntan precisamente a lo contrario, y olvidando que muchos de esos textos que citan nos ofrecen la posición particular de ciertos creyentes en contextos específicos de la historia y a la luz de la incompleta revelación que habían recibido hasta ese momento. De hecho, ya algunos autores han analizado cómo divergían las posiciones de algunos escritores bíblicos respecto a otros en temas como el mal, el sufrimiento, etc., presentando incluso pensamientos diametralmente opuestos. Y es que, como señalaba George Ladd, «la Biblia es Palabra de Dios dada en palabras de los hombres en la historia»,[v] por lo que enfatizar lo primero minusvalorando lo segundo puede dar como resultado trágicas consecuencias interpretativas.



Tenemos que entender que los contrastes encontrados en las Escrituras se deben precisamente a esto que mencionamos, a una revelación que se ha ido dando de forma progresiva, encontrando su expresión máxima y su verdadero sentido en Jesucristo. Cristo es Dios manifestado en carne (1 Ti. 3:16), la imagen misma de su ser (Heb. 1:3). No hay revelación más clara de Dios y de su voluntad que aquella que vemos a través de Jesucristo. Por tanto, cuando tu concepto de Dios se nuble por las teologías baratas e insensibles de nuestro tiempo, cuando te sientas confundido por no entender cómo encajan ciertos textos de la Escritura, entonces mira a Cristo. Él es la clave interpretativa de la historia de la salvación. Todo lo que no encaje con él solo son interpretaciones de hombres: hombres que trataban de entender a Dios a la luz de la incompleta revelación que habían recibido, revelación que llegó a su culmen en Jesucristo. Por tanto, me atrevo a decir aquello que escribía uno de los más notables teólogos del siglo XX: «Dime cuál es tu cristología, y te diré quién eres». Del concepto que nos hayamos formado de Cristo dependerá nuestra relación con Dios, con su Palabra y con el hombre.



Y en Cristo no vemos a un Dios cuya voluntad integre el mal y los desastres de este mundo, sino un Dios que procura librarnos del mal (Mt. 6:13). Jesús está del lado de los pobres; promete a los que lloran que recibirán consolación; fortalecía con sus palabras a los que padecían persecución por causa de la justicia o eran vituperados injustamente; enseñaba a pagar siempre bien por mal; rogaba al Padre que nos librase de todo mal, por lo que el mal no es algo que él quiera para nosotros; busca de continuo la justicia y la misericordia; no vino al mundo para condenar, sino para salvar; antes de aplicar la justicia siempre extendía su mano de misericordia; se preocupa por los enfermos; se duele por la gente que le rechaza, porque desea que todos confíen en él; le conmueve ver nuestro sufrimiento y, de hecho, llora con nosotros. Esta imagen no puede ser más contraria a la que ofrece la teología determinista.



¿Significa esto que no existen los designios de Dios? No. Ciertamente existen designios de Dios cuyo resultado será el cumplimiento de ciertos propósitos divinos. Pero esta verdad no implica un determinismo a ultranza de todo cuanto sucede. Debemos entender que a Dios le ha placido crear un mundo libre, por medio del cual las personas se acerquen a él atraídas por su amor y no por la fuerza de las cadenas de la tiranía.



Dicho esto, queda claro que no podemos atribuir a la voluntad divina lo que es resultado de la perversa voluntad del hombre. Por otro lado, la teología del designio plantea una praxis cristiana contraria a sus principios. Aquellos que hacen a Dios responsable y autor de todo –incluido el mal– deberían vivir de una forma acorde a sus creencias. Cuando la enfermedad llegue a sus vida, ¡que no vayan al médico! Si Dios está detrás de esa enfermedad, «¡descansen en su voluntad!». Si mañana un desastre natural les arrebata todo lo que tienen, no busquen ningún tipo de ayuda, Dios así lo habrá querido. Si Dios ha determinado el sufrimiento de los esclavos, ¿para qué luchar contra la esclavitud? Si Dios ha determinado que miles de personas mueran por desnutrición, ¿para qué ayudar a los países más necesitados? ¡Dios tiene un propósito con ello!, aunque tú no puedas verlo (¿en serio?).



Sin duda, tiene razón Jacques Lison cuando afirma que: «La creencia en la providencia [absoluta, o filosofía del designio] apacigua la ansiedad humana, pero debilita al mismo tiempo la voluntad de encontrar los medios para dominar mejor las situaciones que escapan al control humano: una mayor vigilancia de los lugares de riesgo, una mejora de los sistemas de prevención de cataclismos, una mayor inversión en la investigación para prevenir una probable pandemia de SRAS (síndrome respiratorio agudo severo) o de gripe aviar, etc.».[vi] Si Dios ha decretado que en el mundo haya corrupción, desigualdad social, extrema pobreza, injusticias, guerras, dolor y sufrimiento y, en definitiva, todo mal, ¿quién soy yo para oponerme a sus decretos y luchar contra ellos? No sea que me halle dando coces contra el aguijón o mordiendo la mano que me da de comer. A fin de cuentas, si creemos que Dios interviene en todos y cada uno de los detalles de la vida, habrá que aceptar todo dolor, enfermedad o sufrimiento que toque nuestra vida.



Esta argumentación es incuestionablemente inmoral, y estoy convencido de que cuando tengan una úlcera de estómago irán al médico; cuando se queden sin hogar implorarán ayuda para reconstruir su casa; y, también, estoy seguro de que deberían ayudar a paliar el hambre en Etiopía –uno de los países donde la hambruna es más alarmante–. ¡Qué cosa!, ¿verdad? Se predica una cosa y se vive otra…



Como me comentaba un buen amigo: «Dios no puede querer el mal de nadie, y menos que este se perpetúe. Esta es la motivación de muchos misioneros, médicos y activistas sociales cristianos: luchar contra toda injusticia porque la voluntad divina en precisamente esta».



Y es que es muy fácil citar versos en una dirección; pero también existen en la contraria. De nuevo digo que es Jesús el que nos marca el sentido de las Escrituras.



Y es que queda claro que la Biblia puede convertirse en un libro en el que cada uno busca lo que quiere y, por eso, siempre encuentra lo que busca. La razón es que solemos leer el «Evangelio según San Meconviene», es decir, ajustando el texto a mis ideas preconcebidas. Todo esto sin tener en cuenta los diversos géneros literarios, la revelación progresiva y, por supuesto, a Jesucristo, quien es la manifestación de Dios en carne y quien esclarece muchas ideas confusas e incluso contradictorias que se tenían hasta el momento. Él, y solo él, es la clave interpretativa que da sentido a todo.



 



José Daniel Espinosa Contreras – Teólogo y Profesor – Jaén (España)







[i] MARTÍNEZ, JOSE MARÍA y MARTÍNEZ VILA, PABLO. Abba, Padre: Teología y psicología de la oración. El Padrenuestro. Terrassa, Barcelona: Editorial CLIE, 1990, p. 283.





[ii] BARCLAY, William. The plain man looks at the Lord's prayer. Fontana: Collins, 1964, p. 84.





[iii] BARTH, KARL. La oración: según los catecismos de la Reforma. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1969, p. 52.





[iv] Juan 10:10





[v] LADD, GEORGE. Crítica del Nuevo Testamento. Una perspectiva evangélica. El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 1990, pp. 10-11.





[vi] LISON, JACQUES. ¿Dios proveerá? Comprender la providencia. Santander: Editorial Sal Terrae, 2009, p. 60.




 

 


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