Es a Jesucristo a quien debemos buscar y seguir. El Papá morirá algún día, y será olvidado. Pero quien pone su confianza en Jesucristo tiene vida, y la tiene en abundancia.
Ahora vendrá, por supuesto, el inventario de visita del Papa a Cuba, y especialmente a México. No sería razonable –ni estaría en conformidad con lo que generalmente sucede en estas situaciones- que los comentaristas de la política, de la religión y hasta de economía no se ocuparan de evaluar esa visita.
Quisiera hacer unos breves comentarios. Aparte de la natural curiosidad que produce la presencia del Papa en cualquier parte donde va, con el consiguiente apuntalamiento de las creencias católicas y de la institución que él representa, conviene señalar también algo que resulta evidente: el hambre y la sed espirituales -no la simple emoción, aunque también esté presente- de las multitudes que esperan encontrar en la persona y las palabras de tan influyente y poderoso líder religioso y político, respuesta a los graves e ingentes problemas individuales y sociales que hoy oprimen a las personas y al mundo.
Hay que reconocer que el Papa dice verdades que en labios de cualquier otro mortal serían un lugar común. Ellas encuentran eco en los medios de comunicación y en las esferas religiosas y políticas por tratarse del Papa, sin duda. Estas verdades, de amplia aceptación, son obvias. Tienen que ver con asuntos éticos y sociales, pero no con espiritualidad y pecado. Mucho yerra el Papa, por ejemplo, cuando busca atraer a las multitudes a Cristo, y al mismo tiempo estimula y enfatiza la doctrina no bíblica de la “mariolatría”, es decir, culto a la Vírgenes de la Caridad del Cobre o de Guadalupe –o, en un sentido más general- al innumerable número de Vírgenes locales, nacionales o continentales que los pueblos de mentalidad católica han creado en uno u otro momento de su historia. Estas Vírgenes abundan en toda América Latina, en España, Portugal, Francia, Polonia, etc. No así en Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Holanda, y otros países de fuertes bases evangélicas y protestantes. Pero el propósito de esta reflexión no es debatir teología con el Papa ni con la Iglesia Católica. Me interesa, más bien, el asunto del hambre y la sed espirituales de los que acuden a las concentraciones del Papa.
El Papa se ha ido, dejando a algunos con nostalgia, y a no pocos con un gran alivio –especialmente a las autoridades y a los guardianes del orden público. Probablemente no volverá más a estos países de América Latina que ha visitado ahora, por razón de su edad. Muchos escucharon con arrobamiento sus palabras. Posiblemente, muchos sintieron que renacía en ellos una nueva fe, una mayor piedad, y otros –quizás- decidieron hacer algunos propósitos de enmienda. Siendo así, es de esperarse que Cuba y México, países de mayoría católica, se conviertan en mejores países después de esas visitas. Ojalá que los millones de pesos cubanos y mexicanos que se gastaron en toda esta movilización hayan sido bien invertidos. El tiempo dirá si tal esfuerzo de la Iglesia Católica y de los gobiernos de esos dos países valió la pena. Esperamos sinceramente que sí.
Sin embargo, mucho me temo que una vez pasada toda la euforia papal, cubanos y mexicanos católicos seguirán siendo los mismos, con sus problemas, luchas, dudas, carencias, mentalidad y prácticas. Las palabras del Papa, a pesar de la carga ética y moral que puedan haber tenido, serán rápidamente olvidadas. Su visita habrá significado, apenas, un hecho importante en cuanto a política y religión para esos dos países.
El vacío, el hambre y la sed espirituales seguirán estando presentes, sin duda. Pues no es más religión, ni más institucionalización, ni más piedad exterior, ni siquiera un nuevo humanismo, lo que necesitan los pueblos de Cuba y México, sino un verdadero encuentro, tanto de gobernantes como de gobernados, con el Dios vivo y único que se hizo presente en la Tierra por medio de Jesucristo. Él es el único que puede satisfacer las aspiraciones, las necesidades, las expectativas y los deseos más auténticos y definitivos del ser humano.
Así lo expresó el salmista, cuando dijo: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Salmo 42.2). Y la Biblia nos dice, bien claramente, que esta sed y esta hambre espirituales, presentes en todo ser humano, solo pueden ser satisfechas realmente por Jesucristo –no por hombres ni instituciones. ¿Qué otro sentido tienen, entonces, las palabras de Jesús en Juan 4.14? “Cualquiera que bebiere de esta agua (del mundo) volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente que salte para vida eterna”.
“Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (6.35).
“Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (7.37).
Es a Jesucristo a quien debemos buscar y seguir. El Papá morirá algún día, y será olvidado. Pero quien pone su confianza en Jesucristo tiene vida, y la tiene en abundancia (Juan 10.10).
Luís Magín Álvarez – Administrador grupos en red – Atlanta (EEUU)
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