El apóstol Juan nos indica claramente su motivación para escribir el mensaje de Jesús en su evangelio. Su interés no era describir cada uno de los milagros o contar los más espectaculares, sino que diseña su mensaje con un único objetivo: que creamos en Jesús.
El apóstol Juan nos indica claramente su motivación para escribir el mensaje de Jesús en su evangelio. Su interés no era describir cada uno de los milagros o contar los más espectaculares, sino que diseña su mensaje con un único objetivo, que “creamos” en Jesús.
Utiliza este verbo 99 veces, es el verbo más utilizado en este evangelio. De hecho ninguno de los otros escritores bíblicos utiliza con tanta frecuencia este concepto. Y no es una coincidencia sin importancia, evidentemente había un deseo del apóstol de remarcar esta acción como vital en la vida del hombre. Somos llamados “creyentes” porque la acción inicial para ser cristiano es “creer”.
Tampoco se trata de creer en cualquier cosa, como si el acto fuese el virtuoso. No somos positivistas.
El verbo “creer” viene del latín “credere”, que significa “poner confianza en, confiar en…”. Se dice que esta palabra se formó de dos palabras: “kerd”, que significa “corazón” y “dhe”, que significa “poner, colocar, arreglar”, quedando entonces el resultado final como “poner en el corazón”.
Todas las palabras a través de la historia han visto una adecuación de su significado, producto de las nuevas épocas y la racionalidad de las personas. Por eso mismo el mensaje bíblico revitaliza el sentido del verbo creer, superando la barrera de lo racional visto como un acto simple de lógica.
Para nosotros hoy “creer” significa ser persuadido a algo, y por supuesto se refiere a poner en el corazón algo, la seguridad de una idea o un concepto. La acción de creer contiene elementos emocionales, por eso utilizamos la precisión de la frase “creer con el corazón”, que habla no solo de una certeza racional voluntaria, sino que esa idea me agrada, me estimula, me desafía, me compromete.
Creer es un requisito
La Biblia dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Creer es el requisito inicial, es el primer paso, nadie lo puede saltar u obviarlo, es indispensable creer para ser hechos hijos de Dios.
Creer no es simplemente conocer. Por ejemplo: puedo conocer un lugar, pasar por fuera de una ciudad y decir que la conozco, puedo conocer personas sin jamás haber cruzado con ellas una palabra; puedo conocer oficios sin tener la habilidad para desarrollarlos, puedo conocer los deportes y sus reglas, sin haberlos practicados ni siquiera una vez. Conocer no es saber, ni menos creer.
Puedo conocer la Biblia, conocer los himnos, haber visto milagros y hasta recitar de memoria salmos o trozos de la Biblia, pero eso no me hace cristiano, tampoco son indicadores de que he creído en Cristo como mi Salvador.
El conocer es un acto básico del pensamiento humano, es un proceso inicial. Pero para creer primero debo comprender, debo entender racionalmente. Porque cuando realmente creemos de corazón, poniendo en el centro de nuestra vida al Señor Jesús, nuestra vida ya nunca más será la misma, el Espíritu Santo se apodera de la misma, hay frutos espirituales, hay renovación, transformación, el viejo hombre muere, hay un deseo de apartarse del pecado, de buscar a Dios.
La incredulidad de Tomás
Hubo un hombre que caminó con Jesús, fue testigo presencial cuando Jesús sanaba los enfermos, vio la multiplicación de los panes, hasta comió de ellos, escuchó cada palabra del Señor, incluso le preguntó a Jesús cuál era el camino al Padre y escuchó las palabras de vida eterna. Pero cuando Jesús resucitó no lo creyó posible.
Tomas conocía a Jesús, pero aún era incrédulo. ¿Cuántos incrédulos existen hoy en la Iglesia? Que llevan años asistiendo a la Iglesia, hasta han ocupado cargos, hablan como cristianos, visten como cristianos y hasta levantan sus manos al cielo, pero nunca han comprendido y mucho menos creído en Cristo como Salvador personal.
La escritura añade que Jesús se presentó frente a sus discípulos de forma sobrenatural, desafiando las leyes de la física, mostrando que Él es Dios.
“Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:27-28). La incredulidad de Tomás no estaba relacionada con los milagros, ni con el poder sobrenatural de Cristo, se refería a la salvación.
¿Era posible que Cristo hubiera resucitado? Ese era el asunto en cuestión, pero era tan vital la respuesta a esta pregunta que Tomás dudó. Porque si Jesús era un simple profeta que hacía milagros, no iba a resucitar. No obstante, si Jesús realmente era el Hijo de Dios que vino a morir por nuestros pecados, la muerte no lo detendría. Por eso al ver las señales en su maestro, Tomás grita: “¡Señor mío, y Dios mío!”. Porque estaba frente al Salvador del mundo, Dios mismo que había descendido a morir por nuestros pecados y que, además, resucitó para darnos vida.
El apóstol Juan conoció la incredulidad de Tomás, estuvo presente cuando Jesús cruzó la pared y se mostró a todos sus discípulos resucitado, y al escribir su evangelio estaba empeñado en mostrar lo verdadero de Cristo. Por eso declara: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:30-31). Su deseo era que el hombre crea, entendiendo que este es el paso fundamental para que el hombre alcance la salvación.
Estimado, ¿es posible que Cristo muriera por tus pecados? ¿Es posible que Cristo resucitara para darte una vida nueva? Deja de ser un religioso, alguien que simplemente conoce, que ha escuchado y desde ahora transfórmate en un creyente que pone a Cristo en su corazón, que cree con toda su mente, con todo su corazón y con todas sus fuerzas que Cristo es su Señor y grita hoy mismo, como lo hizo Tomas: “¡Señor mío, y Dios mío!”. Haz tuyo el evangelio, créelo, vívelo, anúncialo hoy mismo.
Marcelo Riquelme Márquez - Pastor y Profesor - Paillaco, Chile
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