Es de público conocimiento el conflicto desatado dentro de la Iglesia entre reformados y carismáticos desde hace un tiempo. Su punto álgido se alcanzó hace pocos domingos con la irrupción de un hombre en un culto del John MacArthur para increparlo por su cesacionismo.
Toda la discusión pasa por el incidente, qué hicieron o no hicieron los encargados de seguridad, qué comentó luego MacArthur, qué no debió haber dicho, qué dijeron luego sus colaboradores y sus detractores, y cómo informaron los medios. Caldo gordo para terceros que miran de desde afuera, aprovechan para publicitar el ecumenismo -o mejor dicho su visión peculiar de él-, para repetir su llamado a la interpretación liberal de la Escritura, y para reforzar su falaz hombre de paja a la hora de criticarnos a los evangélicos que estamos en alguno de los dos bandos. Caldo gordo también para ciertos divisorios dentro de los dos bandos, que quieren alinearnos a todos en sus peculiares cruzadas.
Es importante remitirnos a experiencias bíblicas sobre conflictos entre creyentes, cuando todos confiamos en la autoridad, vigencia y pertinencia de la Escritura. Me encantaría decir que el conflicto se parece al desacuerdo entre Pablo y Bernabé sobre Marcos (Hechos 15).
Pero lamentablemente se está pareciendo más a la carnicería entre Benjamín y el resto de Israel (Jueces 19-21). Ambos bandos tienen algo de Israel y algo de Benjamín en su proceder. Veamos por qué.
Primero porque efectivamente hay “hombres de Gabaa” en cada lugar. Ninguno de nosotros somos más o menos Benjamín que otros. Empiezo por casa: dentro de los reformados hay lamentablemente personas que olvidaron que las doctrinas de gracia justamente nos humillan, no nos enaltecen. Que fuimos escogidos no por ningún mérito ni anticipo de fe nuestro, sino desde la completa soberanía de Dios. Que no creímos las doctrinas de gracia de un día para el otro, algunos pasamos años antes de entenderlas. Que si las creímos no fue gracias a “memes” ni a sitios socarrones en internet, sino meditando cuidadosamente y con tiempo en la Escritura, y mediante una teología bíblica, sistemática y positiva. Que, como dijo John Piper hace poco, ser reformado no es tener todo clasificado en cajas, sino justamente rendirse a la realidad que nuestro Padre celestial es infinitamente santo, soberano y poderoso, más allá de lo que nuestra mente humana puede contener. Y agregaría yo, más allá de lo que nuestro corazón engañoso puede atesorar. Algunos pasan por alto estas verdades, y como dijo también hace poco R. C. Sproul Jr., concluyen que ellos son la tropa de élite del Reino. Nada menos cierto.
También hay hombres de Gabaa en filas pentecostales. Aquellos hermanos que sirven a los demás con legítimos dones del Espíritu como son sanidades, profecía, lenguas y su interpretación, han tenido que compartir etiqueta con otras doctrinas peligrosas, como el evangelio de la prosperidad, técnicas de dudoso origen como la confesión positiva, y desórdenes en el culto, que lejos de traer convicción a los incrédulos, les provoca risa (1 Corintios 14). Gracias a Dios, muchos hermanos carismáticos, como el fallecido David Wilkerson, y nuestro hno. Will Graham que publica en este portal, reconocen y deploran estas cosas, y las quieren lejos de sus vidas y congregaciones.
¿Qué haremos entonces? Primero, evitar las generalizaciones. En la guerra de Benjamín, Israel imprudentemente no esperó ni exhortó a esta tribu a que participara en la asamblea y fuera parte de la solución. Lo que era un problema local, y quizás se podía haber solucionado dentro de la propia tribu, escaló a una guerra civil.
Segundo, evitar el corporativismo. Benjamín tampoco respondió debidamente al llamado, oyó que el resto de Israel estaba reunido, pero no envió delegados, y prefirió defender a los suyos antes que obrar justicia y atender a los reclamos de sus hermanos. Si Pablo exhortaba a no embanderarnos con grandes hombres de fe como él, Apolos o Cefas (1 Corintios 1 y 3), ¿por qué embanderarnos con otros consiervos contemporáneos?
Tercero, y en realidad el primero y más importante, buscar primero al Señor. En la guerra civil, Israel primero decidió e hizo, y luego consultó al Señor sobre el supuesto de que estaban procediendo bien. Es increíble ver como Dios les contestó a preguntas mal formuladas, con respuestas acordes. Sólo cuando hubo quebrantamiento y dependencia de Dios, empezó a cesar el río de sangre. En aquel tiempo, no había rey y cada uno hacía lo que bien le parecía. (Jueces 19:1, 21:25).
Hoy sí tenemos un Rey en Jesucristo, somos un solo pueblo y distintos miembros de un solo cuerpo. Estemos unidos a la Cabeza, y también estaremos unidos entre nosotros. Gracia y paz.
Mariano Ifran Luna - Ingeniero de Sistemas / Maestro de escuela dominical - Uruguay
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