La tesis central de este artículo es: no existe misión sin evangelismo, ni evangelismo sin misión. En algún momento de la historia de la iglesia alguien separó estos dos mandatos.
Algunas consideraciones previas
Un autor anota que cuando se define operacionalmente un término donde no se plantea ninguna oposición tiene éxito. La razón de estas definiciones operacionales consiste en que se aplican a fenómenos nuevos, nadie se ha dedicado a estos conceptos ni otros parecidos hasta que se les descubre y se les pone nombre[i]. Se, pretende pues, dar sentido al término missioevangelismo, el cual más allá de ser una palabra compuesta, pretende ser una acción integradora.
Ciertamente, existen etapas en la cristiandad en las cuales se tienen que volver a explicar los mismos principios que dieron origen al mayor movimiento voluntario y espiritual, llamado iglesia del Señor Jesucristo. Por alguna razón, el cristiano tiende a olvidar o dejar de lado las prácticas espirituales que en sus inicios conoció, y que le dieron vida y crecimiento espiritual. Tal es el caso de la misión del discípulo y la iglesia, como la práctica del evangelismo personal.
Estoy concatenando a propósito los dos términos misión y evangelismo, ya que concurren expresiones del cuerpo de Cristo que dan por sentado que la misión se hace fuera de los límites geopolíticos de sus propias naciones donde residen físicamente. Por otro lado, también existen, dentro de ésas expresiones, los que han dejado a un lado la práctica del evangelismo.
Al mismo tiempo, es frecuente encontrarse con los términos separados de evangelismo y misión, de los cuales se ha pensado y hablado mucho. Estos conceptos son ricos en asociaciones anteriores. Tienen significados primitivos e inherentes en la medida en que se los ha usado con anterioridad. Todos saben lo que quieren decir, aunque nadie los pueda explicar satisfactoriamente.
Más aún, es probable que el término missioevangelismo sea un anacoluto[ii], y que no tenga rigor sintáctico, pero el propósito del autor es reunir en una sola palabra la misión que incorpora el evangelismo y el evangelismo que incluye y comprende la misión.
En el Nuevo Testamento
Afirmaré ahora que la versión neotestamentaria que tenemos del trabajo de la iglesia da a conocer un trabajo integral y no distingue la misión del evangelismo, ni el evangelismo de la misión. Hoy por hoy, los hemos separado en ministerios, áreas de trabajo o departamentos, privilegiando a uno y restando recursos y efectividad al otro.
Más aún, desde el primer discurso de Pedro en el pórtico de Salomón (Hechos 3:11-26) el evangelismo estuvo presente en la cotidianidad de la iglesia naciente. La narrativa del libro de los Hechos da cuenta de acciones y motivaciones inspiradas por el Espíritu Santo que resultaron en miles de conversiones: ¨Y en ningún otro hay salvación… Viendo el denuedo de Pedro y Juan… Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma… Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios…¨.
Ahora bien: el capítulo 13 de Hechos cuasi siempre sirve como base para la denominada Teología de la misión porque, a partir de ahí, el evangelismo se convierte en misión, pero la misión no fue ni será posible sin el evangelismo y viceversa. El mandato inicial del Señor Jesucristo da cuenta de ello: “Y les dijo: Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura.” (NBH Mr.16:15)
En el portal de evangelismobíblico.com se lanza la pregunta: “La Misión. ¿Cuál es la misión de vida?”. Ellos responden: “Nuestra misión de vida es el Evangelismo”. Sobran textos y pasajes bíblicos para corroborar lo anterior (Mt. 28:18-20; Mr. 16:15; Luc. 24:46-47; Hch. 1:8; Rom. 10:13-15 y 2 Tim. 4:5 entre otros).
¿Cómo cumplir con nuestra misión?
Entonces, surge la pregunta: ¿cómo cumplimos con nuestra misión? La respuesta está en la Palabra de Dios, que es la autoridad final para el cristiano. Cumplimos con la misión al obedecer el mandato de ir y evangelizar, trabajando en esta visión con el propósito final de hacer discípulos. La Biblia define nuestro mensaje, pero también los métodos, los cuales por cierto, son face to face, los que evangelizan y pastorean a distancia tienen pocas posibilidades de experimentar resultados reales y comprobables de sus oyentes.
El mapa religioso mundial está cambiando, los fundamentalismos han regresado, en los países del primer mundo miles de jóvenes son reclutados para pelear las llamadas guerras santas. Aunque vivamos en la era posmodernista, del descompromiso y de la huida, las iglesias locales y denominaciones evangélicas tienen la oportunidad de aprovechar el bono poblacional a favor de la causa más grande por la cual la iglesia existe: ir y predicar este evangelio a toda cultura.
Recapitulemos
¿Es más importante la misión que el evangelismo? De ninguna manera, como lo anoté líneas arriba, se trata más bien de integrar los dos conceptos en acciones de reconocimiento mutuo y de trabajo en equipo. Recordando siempre que el marco teórico neotestamentario siempre incluyó las dos acciones, toda vez que la sustancia misma de la misión participó en la evangelización y trastornamiento del mundo conocido de los tiempos de Pablo.
Finalmente, debo reconocer el concepto de misio Dei, acuñado por Karl Barth (1932) y citado por David Bosch (1991): “En la nueva imagen, la misión no es primariamente una actividad de la iglesia, sino un atributo de Dios (...) La misión es, por lo tanto, vista como un movimiento de Dios hacia el mundo (…) Dios es un Dios misionero”[iii][1].
“¿Y cómo oirán si no hay quién les predique”? (Ro. 10:14-c NBD)
Baltazar Zamora - México
[i] Bolles, Robert. C. (1980). Teoría de la Motivación, Investigación experimental y evaluación. México, D.F.: Trillas. p. 136
[ii] Del latín «anacoluthon», griego «anakóluthos», que no sigue, derivado de «akóluthos», compañero de camino. “Apartamiento del rigor sintáctico en una frase, por dejarse llevar el que habla o escribe del curso de su pensamiento… " [María Moliner: DUE, vol. 1, p. 172]
[iii] 1991. (Bosch, D.) Transforming Mission: Paradigm Shifts in Theology of Mission. Maryknoll, NY: Orbis Books, p. 389.
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