El pastor predica en el funeral. Luego de leer una sección del séptimo capítulo del Eclesiastés, lee casi entero el relato de la muerte de Lázaro en Juan 11. El mensaje se centrará en la afirmación de Jesús: "El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá..." (v. 25).
El tiempo es corto y la prédica habla sobre el consuelo de la esperanza de la resurrección. En el relato se ha perdido una parte muy importante de la vida que se nos cuenta de Jesús, el hombre. Jesús llora. Jesús se encuentra sumamente conmovido[i].
La idea del Jesús que llora se remarca en ocasiones en la instrucción en institutos bíblicos en pos de la argumentación que favorece el llamado carácter hipostático de Cristo[ii], pero hay más detrás de ello, obviamente. No especularemos demasiado en lo que motivó el llanto de Jesús (la incredulidad, la muerte, la nostalgia, el ambiente), ni tampoco la calidad del llanto e indignación en que incurrió (lloró mucho, poco, en silencio, lamentándose, con lágrimas…), cosas todas en que se puede reparar en otra ocasión. Pensemos simplemente en que él, delante de la situación de la muerte de un amigo, hermano de amigas suyas, supo llorar.
Jesús, como modelo del creyente, ha de establecer luego el molde en el que se han de modelar también, más particularmente, los embajadores del Reino. En ello no se yerra al llamar al ministro de Jesús su vicario[iii]: el servidor de Cristo ha de hacer las veces de su Señor, lo representa (2 Co. 5:20), sigue su ejemplo (Jn. 13:12-15), administra sus misterios (1 Co. 4:1), recibe facultades de su parte (Mt. 18:18), pues el creyente ha de ver en él un cercano y seguro imitador de Cristo (1 Co. 11:1).
Así las cosas, el pastor por excelencia, el buen pastor, es Jesús (Jn. 10). Es aquí donde podemos hacer el enlace del Jesús que llora con la labor pastoral. Basados en este Cristo, el que se lamenta y se duele, hemos de afirmar que el ministro de Cristo no sólo es apto para enseñar, ni que es un teólogo destacado solamente; no es un hombre altamente instruido en exclusiva o un administrador sumamente competente. Es más que una persona con grandes habilidades: es un individuo de un gran corazón.
Un pastor sabe llorar. Un pastor sabe indignarse por la injusticia cometida contra la grey y no tanto por el agravio contra sí mismo, la organización o la asociación a la que pertenece.
Jesús lloró, pero no por dentro, ahí donde el evangelista no lo hubiera sabido; se dolió, pero no para sí mismo, donde nadie más lo habría notado. ¿Cómo habrán sentido las hermanas de Lázaro las lágrimas de su Maestro? ¿No causó esto el asombro de los circundantes al ver su amor manifestado en llanto? Quizás ese día Jesús mostró a sus seguidores que, para él, ellos eran más que unos tipos que lo seguían, gente linda o buena onda, como decimos en México. Eran personas que le importaban y le importaban tanto que su dolor podía llevarlo a él al llanto.
A veces el pastor no sabe llorar. A veces el creyente no sabe llorar. Olvidamos que nuestro Maestro enseñó que los que lloran son los dichosos, pues recibirán consuelo. A veces lloramos por lo incorrecto, sumándonos a causas injustas o callando respecto a aquello que no abona o va en contra del espíritu del Cristo en el que creemos. Quizás todavía a veces el Mesías llore. Quizás a veces lo haga aún al vernos a nosotros, a sus ministros, a su iglesia.
Ojalá aprendiéramos a llorar por lo justo, justamente como él.
Arturo Olvera Trejo - Maestro de hebreo bíblico y escritor - Querétaro, México.
[i] La palabra griega puede denotar una molestia o indignación que se manifiesta con suspiros, quejidos o murmullos.
[ii] En pocas palabras, la afirmación de que en la naturaleza de Jesús convivían perfectamente la naturaleza humana y divina (Jesús es Dios y hombre).
[iii] Palabra que, etimológicamente, significa: el que hace las veces de otro (vicis y agere). Este término puede ser rápidamente desechado por parte de determinadas ramas del protestantismo que lo asocian con el título papal, Vicario de Cristo, que suena, a esos oídos, como algo antibíblico. No discutiremos ni a favor ni en contra del propio título por no ser del interés de este texto, sólo queremos recuperar la palabra y ponerla en un contexto que consideramos apropiado.
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