Imágenes que se repiten continuamente como un bucle cerrado. Recuerdos que asaltan la mente en el momento más inesperado. Sueños y pesadillas que rememoran momentos del pasado una y otra vez.
Todo ello y más es parte de la lucha con la que se enfrenta el cristiano que ha vivido una experiencia sumamente desagradable dentro de alguna iglesia local. Un lugar del que tuvo que salir por las falsas doctrinas que se predicaban o por los abusos espirituales de aquellos que se proclamaban a sí mismos como los “ungidos de Jehová”. Posiblemente “lo molieron a palos” cuando tomó la decisión de irse. Le hablaron del “juicio de Dios” que caería sobre él, de estar del lado “de las tinieblas” y de todo tipo de desgracias que sobrevendrían a partir de entonces en su vida y en la de sus familiares por no estar “bajo la cobertura del pastor”. Verdaderamente lamentable.
Ante estas circunstancias, los recuerdos pueden llegar a convertirse en obsesivos, un auténtico calvario que terminan por robarle la paz y afectarle incluso la salud, en forma de ansiedad, nerviosismo, taquicardias, etc. Hay creyentes que se quedan profundamente traumatizados ante este tipo de acontecimientos. Incluso la fe que tenían se ve seriamente afectada. Si no tienen las ideas lo suficientemente claras, basadas en una fe conceptual, pueden llegar a enfriarse sobremanera.
Si eres uno de los afectados, ¿qué puedes hacer ante estos recuerdos que son como clavos que atraviesan tu alma? La parte que nos toca es la de no quedarnos rumiando eternamente en el trauma. Eso es enfermizo. Como no podemos negar el pasado, la única manera de ir dejándolo atrás es viviendo al día, creando un nuevo presente. El escritor francés Gustave Flaubert dijo que “el futuro nos tortura, el pasado nos encadena y por eso se nos escapa el presente”. No permitas que esto te acontezca. Despojemos del poder que ejercían sobre nosotros a aquellos que nos tenían prisioneros. Ahora arrebatemos al pasado ese yugo que sigue tratando de rodearnos con nuevas cadenas: “Todo hombre tiene dos enemigos: el pasado y el futuro. Y el mejor regalo que le ha dado Dios es el presente” (Gilbert Cesbron).
Hay un tiempo para llorar y para hablar de lo que aconteció. Es parte del proceso de cicatrización y la manera por la cual nos vamos despojando progresivamente del dolor tóxico que nos traen esos hechos. Así resolveremos el conflicto que reside en nuestro interior, en lugar de dejar la herida infectada y enterrada para siempre sin tratarla. Por eso, en lugar de afrontar esas imágenes que surgen en nosotros como una catástrofe, no tenemos que temer afrontarlas y dedicarle un tiempo a reflexionar sobre ellas, aunque duelan. Aunque en un principio la carga emocional estará en todo su apogeo, irá menguando paulatinamente si damos los pasos correctos.
De igual manera, también debe llegar el momento, poquito a poco, pasito a pasito, donde los pensamientos y las conversaciones dejen de girar sobre “aquello”: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14). Que comience a prevalecer sobre todas las cosas la relación con el Señor. En este caso, sois Él y tú. Que esta idea esté más presente en tu vida de lo que nunca antes estuvo: “Halle su felicidad en Dios, quien va a estar con nosotros hasta el final” (Martin Lloyd-Jones).
Cuando las aguas en tu ser interior vayan volviendo a su cauce, los malos recuerdos pasarán a un segundo plano en tu memoria. Llegará el día que ya no te afectarán ni serán dueños de ti.
Disfruta de la libertad gloriosa de los hijos de Dios (cf. Romanos 8:21). Busca Su voluntad. Deja que tus pensamientos se llenen de Su Palabra. Se acabó la sujeción a mandamientos humanos. No más presiones. Fuera legalismos. Se acabaron las mentiras. No más hipocresías. Nunca más un cristianismo alejado de los principios divinos. Sí a una nueva relación con el Señor. Sí a una forma sana de entender la vida. Sí a un servicio basado en las Escrituras: “He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad” (Isaías 43:19).
Y digan lo que digan de ti, recuerda: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:27). ¡Nadie!
Jesús Guerrero Corpas – Escritor – Algeciras (España)
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