Una reflexión sobre la verdad
Un ejemplo
Si nos encontráramos con una persona que tiene una relación afectiva con su perro embalsamado, a quien le habla y le sirve la comida todos los días, no podríamos decirle que su relación con su mascota no es real porque, verdaderamente, esa persona tiene una “relación”, la cual existe gracias a su deseo y subjetiva apreciación de las cosas.
Sin embargo no existiría una relación viva entre esa persona y su mascota fallecida en tanto que para que tal relación se dé entre las dos partes, cada una debe poder manifestar o responder a la otra en base a su ser personal.
Dos cuestiones
Así las cosas, a la hora de confrontar a un ser humano en relación a la verdad acerca de Dios, nos enfrentamos a las dos cuestiones que traté de ilustrar con el ejemplo anterior.
La primera es el hecho acerca de que nuestras prácticas religiosas son verdaderas independientemente de Dios, ya que sólo dependerá de que los hechos que realicemos en base a nuestras intenciones y creencias sean reales, tal como cuando servimos a una mascota embalsamada. Nadie puede decirnos que no es verdad que creemos y hacemos determinadas cosas en base a la creencia que adoptamos.
Pero entonces necesitamos considerar la segunda cuestión, en donde su contenido depende ya no de nuestras ideas, sino de si en esa relación con Dios, realmente existe un Dios que se está relacionando con nosotros. Lo fundamental en este punto es entender que, como en el caso de toda relación entre dos seres distintos, la realidad del contenido de una relación con Dios dependerá de que Él se haya manifestado de tal manera que nosotros podamos conocerlo y responderle en consecuencia.
Reflexionemos
¿Cómo puede esto ocurrir? Respondamos con John Piper: “Para amar a Dios tenemos que conocerlo. A Él no se le honra con amor sin fundamento. En realidad, tal cosa no existe. Si no sabemos nada acerca de Dios, nada en nuestras mentes suscitará amor. Si el amor no surge a partir de conocerle, no tiene sentido llamarle amor por Dios. Puede que exista una atracción vaga en nuestros corazones o alguna gratitud poco definida en nuestras almas, pero si no nacen a partir de conocer a Dios, no constituyen amor por Dios”[i].
Muchas veces nos encontramos con personas que cuestionan al creyente que habla acerca del “Dios vivo y verdadero”, como es llamado en ciertos pasajes de la Biblia, aduciendo que esa puede ser nuestra verdad, pero que cada quien tiene su verdad. Pero, eso no resiste un análisis serio de la cuestión, ya que si bien cada uno vive en base a lo que considera verdadero, aun cuando tal verdad sea la de una experiencia basada en una ilusión en la que me “relaciono” con el cadáver embalsamado de mi mascota, lo cierto es que podemos practicar una ficción, es decir, inventarnos un dios que sólo se trate del reflejo de nuestras ideas individuales, aun cuando para ello nos sirvamos de cierta concepción del Dios de la Biblia, pero derivada del “embalsamamiento” de los religiosos que hacen letra muerta de la Palabra de verdad, de modo que Dios ya no les hable desde la Escritura, sino que permanezca inmóvil tras sus ornamentaciones religiosas, mientras los sacerdotes y nuevos profetas actúan de ventrílocuos que promueven una espiritualidad espuria sin que Dios verdaderamente tenga parte en la relación, la cual, según las palabras de Cristo es “en espíritu y en verdad” (Jn 4:23, Jn 6:63, Ro 8:14-16).
De modo que podríamos decir que así como es cierto que cada uno tiene su verdad, también lo es que cada uno puede vivir su propia mentira.
Un Dios que se revela
O sea que, el punto fundamental al hablar de “religión y verdad” no es solamente si conoce usted verdaderamente al único Dios verdadero, sino si Dios se ha revelado en su vida íntima de modo que usted ama y obedece a ese Dios que manifiesta Su voluntad y requiere una respuesta de su parte en una relación de obediencia hacia el señorío de Cristo.
La verdad de una relación no es una cuestión de apreciación personal, de declaración dogmática, ni del consenso dado por el mayor número de adeptos, sino del hecho de que realmente exista un contacto entre dos personas detrás de esa realidad.
Si el Dios de las Escrituras existe, todos los seres humanos tienen una relación con Él, ya sea de amistad, enemistad, aceptación o negación, indiferencia, amor u odio, todos y cada uno de nosotros tenemos una relación con Dios.
La práctica
Luego, cómo es esa relación es una cuestión de hecho que, independientemente de las declaraciones investidas de religiosidad o no, mostrará la verdad de su contenido por medio de la vida de cada uno. O sea, que las palabras del Señor Jesús acerca de la verdad y la relación del hombre con ella nos muestran más claramente su alcance cuando le oímos decir a los “que habían creído en él…”: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres… todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. … si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Jn 8:32,34,36).
Si entendemos que el pecado es toda falta u ofensa contra Dios y lo que Él ha dispuesto como mandatos para la vida en relación, llegaremos a comprender que lo que importa en la controversia religiosa sobre la verdad, para ponerle un nombre, no es si tenemos una relación con Dios (ya que como vimos todo ser humano la tiene), sino cuál es el estado de esa relación: ¿Como la de un Padre y su hijo? ¿Cómo la de un Amo y su esclavo? ¿Cómo la de un Rey y un enemigo? ¿“En espíritu y en verdad” o según un “humano parecer”?
¿Cuál es la verdad acerca del estado de tu relación con Dios? Determinar la verdad acerca de ese estado es el llamado de esta reflexión, porque sólo la verdad de Dios nos libra de las consecuencias del pecado.
Nicolás Martín Genaro – Administrativo - Bahía Blanca (Argentina)
[i] John Piper, Lo que Jesús Exige del Mundo, pag.77
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