La Navidad trae consigo muchas cosas, como el turrón que vuelve a casa como cada año, el abuso lumínico de calles y escaparates en la ciudad, y la ilusión de que un camarero nos cobre 21 euros por un café… y llene más de un hogar con pequeños billetes verdes –bueno, ahora son tan coloridos como los del monopoly.
Y también nos trae mucho cine, sobre todo el maravilloso cine de animación. Este género ya ha superado fronteras y está lejos de ser un producto meramente infantil; ahora ya es apto para toda la familia, lo cual es de agradecer para los padres que no les entusiasma la idea de estar en la sala viendo una mezcla de los teletubbies con la música de Parchís. Y de tanto en tanto, la película es, además, puramente navideña, algo poco recomendable, eso sí, para aquellos que tengan una especial alergia a la excesiva apología –idolatría, diría yo- que se hace de Papá Noel y su mundo.
Pero si miramos debajo de la superficie del simple entretenimiento, encontramos historias con mensaje, pequeñas parábolas modernas que, bien examinadas, si retenemos lo bueno, tenemos una buena enseñanza evangélica que podemos transmitir a nuestros niños, si primero nosotros aprendemos la lección.
Por ese motivo he escogido tres de esas películas navideñas para hacer una pequeña reflexión.
POLAR EXPRESS
¡Cree!
Esta maravillosa historia (Warner Bros, 2004) -aunque ha sido muy criticada por los amantes de la animación debido al uso de la técnica motion capture (captura de movimiento)-, nos muestra de manera impresionante el imaginativo mundo de Papá Noel y el viaje en tren al Polo Norte de un niño escéptico que empieza a dudar de su existencia.
Si alguna película nos invita a creer en el personaje navideño por encima de todas, es ésta. Para esta historia, la fe es lo más importante. Desde el principio se invita al niño protagonista a despejar sus dudas de manera voluntaria: si sube al tren, descubrirá la verdad; si se queda, se quedará con sus dudas. Una vez dentro, se encuentra con un grupo de niños que hacen el mismo viaje, aunque cada uno por motivos diferentes, desde la necesidad de encontrar amor, como el niño que no tiene amigos, hasta el pequeño sabelotodo que necesita un poquito de humildad. Todos ellos han sido escogidos por “el Jefe”, que así es como llama a Santa Claus el revisor del tren, una persona que tiene plena confianza en que, bajo sus órdenes, todo está bajo control, aún en las más extrañas dificultades.
Una vez allí, descubrimos una ciudad llena de elfos que literalmente veneran a Papá Noel con canticos (navideños) y una absoluta devoción. Tenemos así, simbólicamente hablando, una pequeña iglesia, con su pastor, los ángeles y el mismo Jesús –aunque detesto comparar al que es la Palabra con el risueño gordinflón… Pero toda esta historia nos lleva a la conclusión de la importancia de la fe.
¿Quién recibe el regalo especial de Papá Noel? Quizá todos se lo hubiéramos dado, por compasión, al chaval que no tenía amigos. Pero el señor del Polo Norte ve en la fe recuperada algo aún más atractivo, como de un hijo pródigo que vuelve a casa. ¿Y quiénes son los que no pueden escuchar el cascabel del trineo de Santa Claus? Los adultos y los que ya no creen. El cascabel suena, es real; pero solo pueden escuchar su “voz” sobrenatural, aquellos que creen, que creen que existe. Todo un ejemplo para nuestra vida.
ARTHUR CHRISTMAS
La pérdida del primer amor
En esta divertida película (Aardman/Sony, 2011) encontramos a la familia Santa Claus en su conjunto y nos explican cómo lo hacen para repartir todos los regalos en una sola noche, gracias a un ejército de elfos militarmente preparados para ello.
Entre los curiosos personajes encontramos al actual Santa Claus, quien lleva setenta años haciendo lo mismo y, aunque empezó su tarea con ilusión, ya ha perdido todo su encanto y dinamismo inicial; su hijo mayor y heredero del legado navideño, alguien que ha sabido elevar la Navidad a la perfección gracias a sus capacidades y la alta tecnología, pero un negado en el trato con los niños; el abuelo Santa, anterior Santa Claus y padre del actual, que recuerda constantemente sus “viejas batallitas” en el trineo, con el deseo de que alguien reconozca sus méritos; y al hijo menor, Arthur, a quienes todos tienen por tonto, loco o incapacitado, pero es el único que realmente cree y se apasiona por la Navidad y en todo lo que su familia representa.
Puedo reconocer entre estos cuatro personajes a una variedad de cristianos, sean líderes (pastores, evangelistas, etc.) o laicos. Están aquellos que siguen yendo a la iglesia, o siguen haciendo su labor en ella, pero han perdido realmente el norte, el sentido de por qué lo están haciendo o para Quién lo están haciendo; han perdido su primer amor.
Después veo a los que tienen gran capacidad o talentos, quienes tienen carisma o una técnica impresionante para hacer que todo parezca maravilloso alrededor, pero fallan en el verdadero amor al prójimo, siendo señalados por el “si no tengo amor, de nada me sirve”.
Encuentro también al que se gloría en sus hechos pasados, bien por añoranza o por egocentrismo, deseando que se les reconozca, pero que hoy no están dando fruto ninguno.
Pero finalmente es el “inadaptado”, el que no se ajusta a los moldes de este mundo que tantas veces contaminan a la Iglesia, el que verdaderamente cree y lo demuestra con hechos y palabras aunque le llamen “tonto”, quien merece el reconocimiento de ser un cristiano que está a la altura de lo que debe ser. Y es que ser cristiano verdadero no depende de oficio o capacidad…
EL ORIGEN DE LOS GUARDIANES
Escogidos con un propósito
En esta espectacular aventura (Dreamworks, 2012) encontramos a un Papá Noel bien distinto. Armado con espadas y junto a otros curiosos guerreros -el conejo de pascua, el hada de los dientes y el creador de sueños- se enfrentará a un tenebroso enemigo, el coco, que quiere llenar de oscuridad y miedo a todos los niños del mundo. Es entonces cuando entra en escena Jack Escarcha, el verdadero protagonista de la historia: un espíritu adolescente que lleva trescientos años preguntándose el por qué de su existencia y de sus desgracias, tales como que ningún niño le pueda ver ni le reconozca. Aquí es la luna quien ocupa un divino papel, escogiendo a quienes han de proteger a los niños (los guardianes) y hablando sin palabras a algunos de los protagonistas, aunque otros no la puedan escuchar y la hagan responsable de sus problemas.
No es difícil entrever aquí el mensaje: que todo cuanto somos (nuestra personalidad, nuestras capacidades) y todo cuanto nos ha sucedido (inclusive aquello que no nos gusta y no entendemos) tiene un propósito, un divino plan que Dios, en su sabiduría, ha elaborado para que cada uno podamos cumplir nuestro cometido a su debido tiempo.
Aunque esta película no es exactamente navideña -la acción se desarrolla alrededor del día de Pascua (que por cierto: representa la esperanza; ¡viva la resurrección de nuestro Señor!)-, comparte con las otras ese maravilloso y firme objetivo de creer. Lo expresa muy bien el protagonista cuando habla con un niño que teme perder su fe: “¿Acaso dejas de creer en la luna cuando sale el sol? ¿O dejas de creer en el sol cuando está nublado?”
Así, pues, apliquemos bien la lección. Lo único que me pregunto es si este mensaje es solamente para los niños. Ellos deben ver en nosotros el ejemplo de que no solamente no hemos perdido la fe, sino que debemos demostrarles que creer sin ver no es cosa solo de infantes, sino de adultos sensatos y maduros. Por eso yo también te animo: ¡CREE! –en Jesucristo, claro.
Juan Sauce Marín – Dibujante – España
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