I
Se puede bien decir, y bendecir, que Nicaragua registra en la actualidad una absoluta libertad de culto, de práctica y enseñanza, respetándose el artículo 69 de la Constitución. El pueblo creyente tiene acceso a la Biblia.
Si el artículo 14 de la Constitución obliga al Estado a no contar con una iglesia favorita, por costumbre ha persistido en muchas administraciones una inclinación al catolicismo. Cuando no la hay, las “cruzadas medievales” para la recuperación de Jerusalén de “los moros” no se hacen esperar.
Esa filia a la iglesia aludida desde la colonia, con su totalitario dominio sobre el Estado -gracias a Dios el General José Santos Zelaya (1893-1909) acabó con las “formas señoriales y eclesiásticas de propiedad”[i]-, estimuló la fobia a otros cultos que no se ajustaran a la dogmática romana. Hoy son otros tiempos.
Cuando nuestro país, a la remolca, ha entrado a la modernidad, la tradición vuelve por sus fueros y he ahí cuando cierto sector recurre al pasado. El ala más conservadora del alto clero, al no actualizarse, sueña con mantener su otrora imperio terrenal, volver a ser el oráculo al cual deben acudir los gobernantes para cualquier asunto. De ahí que veamos en Nicaragua, de tiempo en tiempo, unas veces muy evidentes y otras disimuladas, la rebelión de las sotanas. Pero Cristo nunca vistió sotana, menos que se aprovechó de ella, y por tanto, no dejan de ser actos mundanos.
La iglesia conservadora, anterior a Juan XXIII, toma auge cuando los políticos con quienes se identifica -el sector elitista fuera del poder- no logran carburar, carecen de incidencia en la sociedad y se debaten en sus luchas intestinas. Es cuando vienen algunos a desempolvar el vetusto aparato decimonónico para rescatarlos del olvido.
Pero la Iglesia no solo es el clero, ni cuatro líderes denominacionales: el término “iglesia” procede del griego ecclesia, ‘asamblea del pueblo’; en este caso, del pueblo de Dios, que ha tomado como único referente la Palabra del Señor.
La Palabra no es más que la Biblia, y su principal revelación Jesucristo, único y sumo puente (pontífice) entre Dios y la humanidad. El resto equivale a sustituir el fresco de Michelangelo “La creación de Adán”, por una caricatura de Walt Disney. ¿Seguiríamos hablando de Capilla Sixtina?
II
Sin embargo, una cosa es la predilección oficial por una religión determinada, y otra asumir los trascendentales valores de la fe judeocristiana que ha revolucionado al mundo y dado un invaluable aporte a la cultura y, sobre todo, que el hombre falto de piedad y solidaridad, mecanizado por el sistema, recupere su humanismo.
Es decir, la fe con sustancia, no el ritual, reverdece el cada día de una persona.
Hay ciudadanos y ciudadanas que participan de corazón en la realización de los altos valores del cristianismo, encontrando una inmediata expresión, en el caso de Nicaragua, en Hambre Cero, Usura Cero, Plan Techo, y tantos programas sociales para lidiar contra la pobreza.
Ninguna simple política, como tampoco una experiencia religiosa, es capaz de inspirar la atención al prójimo. Si escudriñamos la parábola de Jesús sobre El Buen Samaritano, la casta sacerdotal y los religiosos, representados por el levita y el clérigo, pasaron de largo ante un hombre malherido, víctima de asaltantes. Y un desconocido que no presumía en los púlpitos ni era de su nación, lo atendió, curó las heridas con vino y aceite, lo trasladó a un hospedaje y pagó por sus cuidados.
Ese espíritu de solidaridad es el que promueve el cristianismo como respuesta a la codicia organizada del neoliberalismo que ha dejado en Latinoamérica más damnificados que los huracanes del Caribe.
Pese a los ataques hasta el escarnio de la derecha conservadora, porque nunca se ejecutó una política pública de raíces cristianas, lo cierto es que organismos como la FAO, y el mismo Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, han reconocido un avance para cumplir con los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
III
El último domingo de septiembre, Día Nacional de la Biblia, se conmemora el 445 aniversario de su traducción al castellano por Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera.
En Nicaragua no hay ninguna iglesia perseguida, por mucho que los odios de una minoría traten de falsificar la realidad. Al contrario, hay un crecimiento sostenido de la población cristiana.
En una comparecencia radial, monseñor Silvio Fonseca, para justificar que no ve esa multiplicación en su parroquia, dijo recientemente que eso se debe a que la población de Nicaragua se ha desacelerado: en tanto pocos hijos, menos bautizados.
La progresión geométrica no católica es un fenómeno latinoamericano. Pero no toda metamorfosis del alma garantiza las alas para el vuelo de un espíritu bíblico-cristiano.
Es la diferencia entre los protestantes del Viejo Mundo que movieron a Europa hasta donde está hoy, por supuesto con errores condenables, y el neopentecostalismo de América Latina, que aprovecha el mensaje de resignación implantado por los misioneros norteamericanos al sur del Río Bravo, en beneficio de la Metrópolis, para enderezarlo a favor de los “súper apóstoles” de la prosperidad del siglo XXI.
¿De qué sirve cambiar de liturgia si todo seguirá igual? Jesús no vino a fundar un credo de balcón desde donde se contemplara el mundo, sino a que la Palabra de Dios se haga vida en cada creyente, para transformar el mundo. Por eso dijo de Él mismo: “El Reino de Dios se ha acercado”.
Hay que estar apercibidos, porque “buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia”, es algo más que un simple cambalache religioso.
Edwin Sánchez Delgado – Periodista y escritor - Nicaragua
[i] Apuntes de Historia de Nicaragua, UNAN, Tomo I, p. 30
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