La historia es como la música, se repite con variaciones. A veces, igual que en el jazz clásico, toma caminos novísimos, aquello que llamamos “rupturas importantes”, pero al final vuelve al cauce esperado. Ese “eterno retorno”, ese “volver siempre diferente”, es lo que me apasiona de ella.
En los años de los concilios ecuménicos se debatieron temas que pretendieron zanjarse con la promulgación de credos oficiales –imperiales– y con la condenación de cualquier idea opuesta a la ortodoxia. Sin embargo, la época contemporánea, sus transformaciones epistemológicas, sociales y científicas ha abierto las puertas de la relectura crítica de la tradición. Como consecuencia, a veces con argumentos inteligentes, a veces por eso que los mexicanos llamamos “dar la gana” y a los teólogos se les ha ocurrido bautizar como “rescate de la experiencia” y que no es más que otra arista del “retorno del sujeto”
(Touraine), se han vuelto a discutir e incluso a descartar algunas de las confesiones hechas en los primeros siglos.
La herejía se ha transformado en una perspectiva más dentro del foro.Es que hoy el discurso de la tolerancia y nuestro ánimo pacifista posmoderno aborrecen las imposiciones, las fórmulas y las categorías fijas. Y no está mal. Pero aún hay que ser críticos de nuestro tiempo y de nosotros mismos
(Rom. 12,2).
La cristología es sólo un ejemplo de estas posibles relecturas del texto bíblico. Ya se ha hecho hincapié suficiente en las múltiples posiciones en cuanto a la persona de Jesús que se encuentran en el Nuevo Testamento: la perspectiva tradicional incluso admite que en cada evangelio sinóptico se prefiere un título distinto para Jesús y se enfatiza alguna de sus dos naturalezas. La escuela crítica lo atribuye a la diferencia de destinatarios y al proceso de redacción de los textos. La pluralidad de perspectivas está ahí y no implica una contradicción. Pero el terreno en el que nos movemos no puede ser tan pantanoso como lo configuraría una sistematización de todos los postulados actuales (desde la cristología chicana hasta la cristología
queer y ecológica). De ahí que sea necesario establecer algunos cimientos. Curiosamente, los mismos que hace más de 1500 años.
Jesús, totalmente hombre
En este punto ninguna cristología parece diferir. Solamente las feministas radicales reniegan las repercusiones genéricas del título “hombre”. La iconografía actual de Jesús sí resulta variadísima, pero no nos ocuparemos aquí de ella.
Lo que se comienza a cuestionar tiene que ver, por ejemplo, con las motivaciones de su muerte. Una cristología política defiende, obviamente, las causas políticas y se inserta por lo general en un horizonte desmitificador: Jesús no murió por mí, lo mataron por contestatario.
Otro concepto que se ha querido correctamente rectificar tiene que ver con la expiación. Jesús no murió para aplacar la ira de Dios, sino que lo hizo por amor a la humanidad. Dios no necesita sacrificios, no es el “padre” freudiano aplastante y opresor al que hay que matar o satisfacer. El Dios que conocemos a través de la persona de Jesús también es amoroso y justo, compasivo y verdadero. La tendencia es concluir que Jesús tuvo un proyecto de vida mediante el cual nos ha salvado, pero habría que añadir que ese proyecto de vida era también un proyecto voluntario de muerte y un proyecto glorioso de resurrección.
A Jesús también podemos definirlo a partir del trato que tenía con los que lo rodeaban: con las mujeres, los discapacitados, los pobres, los enfermos, las prostitutas, los ricos, los gobernantes, los animales o los homosexuales (¿?). Puede ser también a partir de sus dichos reconstruidos por los evangelistas o rastreando sus mismísimas palabras
(Joachim Jeremias).
La teología de género, en respuesta al fundamentalismo puritano, ha predicado gozosa la corporeidad de Jesús, que no es lo mismo que su encarnación. Ha rescatado al Jesús comelón, bebedor, humorista, risueño, llorón y con deseo sexual. Una predicación de la naturaleza humana absoluta de Jesús nos llevará a aceptar estas posibilidades aunque con la reserva de que él, en su totalidad humana, fue diferente a nosotros, sin pecado
(2 Cor. 5,21; 1 Pedro 2,22).
Jesús, totalmente Dios
El Jesús histórico es también el Cristo preexistente, cósmico. Jesús de Nazaret es también Dios. En eso radica su diferencia. Si la humanidad de Jesús nos permite conocerlo de un modo positivo, su naturaleza divina nos confina a un conocimiento negativo; es decir, nos lleva a admitirnos incapaces de entenderlo por completo, de pronunciar una declaración definitiva en torno a su persona.
Podríamos parafrasear a Agustín (quién no lo hace):
“Si crees que has conocido completamente a Jesús, ése no es Jesús”. Esto no niega que en Jesús la revelación de Dios haya sido plena. Pero sí sitúa al hombre en un horizonte de comprensión real e inacabado: nuestras interpretaciones son incompletas y limitadas.
La totalidad de Jesús, así como la de Dios, permanece como un misterio ante nuestra inteligencia empañada por el pecado
(1 Cor. 13,12). No tengo el optimismo de John Wesley para creer que el ser humano puede llegar a no pecar y, por ende, al conocimiento absoluto. Reconocer que Jesús siempre se nos escapará, que siempre será mucho más que lo que podamos aprehender de él en nuestras lecturas, es parte de aceptar su naturaleza totalmente divina.
Pasos para el diálogo
Creo que el diálogo entre denominaciones cristianas es necesario, y entre religiones, si no necesario, valioso. También creo que hay que ponernos de acuerdo en algunos puntos importantes. Y tal vez para eso hay que volver al “libro sin palabras” o a las pulseras de colores que servían para compartir las verdades espirituales necesarias para la salvación. Al menos, habría que partir del color negro, que era el del pecado. La condición del hombre es pecaminosa, cada hombre y mujer tendemos a pecar en el sentido más lato: errar en el blanco; somos injustos, ritualistas, mentirosos, egoístas, ambiciosos, orgullosos, y nuestras lecturas de la Biblia, por más humildes que sean (y guiadas por el Espíritu) siempre serán sesgadas. Si no perdemos de vista esta simple realidad, una conversación verdaderamente enriquecedora podrá ser posible.
Samuel Lagunas – Poeta, narrador, teólogo - México
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