Siempre me llamó la atención el hecho de que Jesús hiciera callar a los demonios que anunciaban que él era el Mesías, el Santo de Israel. Tampoco entendí por qué el Maestro le pedía a quienes eran sanados por él que lo mantuvieran en secreto. ¿No hubiese sido mejor que lo anunciaran a viva voz para que así todos se acercaran a Él y tomaran conciencia de que el Salvador estaba entre ellos?
Dios dio respuesta a esos interrogantes llevándome a leer el primer capítulo del evangelio de Marcos. Destaco algunos pasajes:
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“Pero había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo, que dio voces, diciendo: ¡Ah! ¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios. Pero Jesús le reprendió, diciendo: ¡Cállate y sal de él!” (Marcos 1:24,25)
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“Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque le conocían.” (Marcos 1:34)
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“Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio. Entonces le encargó rigurosamente, y le despidió luego, y le dijo: Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos.” (Marcos 1:40-44)
El versículo 45 otorga la respuesta:
“Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes”.
¿Alguna vez te pasó que quisiste ayudar a alguien y terminaste empeorando las cosas?
El plan de Jesús era ir donde estaban las personas, a las ciudades, para predicar en medio de la gente. Quería meterse entre ellos para anunciar que el Reino de los Cielos se había acercado. ¡Pero por un hombre que lo delató ya no pudo hacerlo! Entonces las personas debían salir hasta lugares desiertos para encontrarse con Jesús. Los lisiados, mujeres embarazadas, los ancianos y demás personas que por algún motivo no estaban en condiciones de ir al desierto se perdieron la oportunidad de tener cara a cara al Creador del Universo. ¡Y todo por un “cabezón” bendecido que no pudo mantener su boca cerrada!
Muchas veces nuestras buenas intenciones terminan perjudicándonos, o entorpeciendo la obra del Señor, cuando éstas no van de acuerdo a su voluntad.
Muchas veces, aun teniendo buenas intenciones, nos convertimos en colaboradores de los demonios que intentan detener el avance del evangelio.
No olvidemos que cuando Dios nos pide que hagamos algo es porque ese ‘algo’ es lo mejor, aunque nosotros no lo entendamos.
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.” (Isaías 55:8,9).
Nicolás Antiporovich – Periodista – República Argentina
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